➸ O5

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El viento fresco de la mañana recorría las calles de Konoha mientras Tobirama caminaba con paso firme hacia la oficina del Hokage. Su mente estaba ocupada, como siempre, en mil pensamientos estratégicos. ¿Una invasión? ¿Asuntos de clan? ¿Quizás qué desayunar? Nah, solo política. El día comenzaba normal, pero desde que Aisuru había llegado a la aldea, nada era "normal". A ella le gustaba alterar todo, como una pequeña tormenta pelirroja que se colaba en cada rincón.

Desde el primer día, Tobirama supo que esa niña no era cualquier mocosa. ¿Quién más se atrevería a entrar en Konoha con la cabeza en alto y una actitud que gritaba "Sí, soy pequeña, pero cuidado conmigo".
Tenía unos 12 años, con un cabello rojo hecho un desastre y una mirada que, a pesar de su corta edad, decía: ¿Y tú qué miras?

El primer encuentro fue... interesante.

- ¿Y tú? - le había soltado Aisuru sin siquiera titubear. - ¿Siempre eres tan serio o te lo guardas solo para ocasiones especiales?

Tobirama, con esa cara de piedra que le caracterizaba, simplemente la miró de reojo. Estaba acostumbrado a lidiar con ninjas, enemigos y políticos, pero una niña tan directa... eso sí era un desafío. La cuestión es que, a pesar de sus agudas palabras, Tobirama intuía que Aisuru no era tan simple como aparentaba.

Los días pasaron y, aunque ella siempre tenía un comentario sarcástico a mano, Tobirama no dejaba de observarla. La niña aprendía rápido, quizás demasiado rápido para su gusto. Era como si cada consejo, cada técnica que le enseñaba, fuera absorbido de inmediato por su mente ágil. Sin embargo, su carácter juguetón lo ponía de los nervios.

- ¿De verdad haces esto porque amas a la aldea o solo porque necesitas impresionar a tu hermano? - le soltó un día con esa sonrisa picante que empezaba a conocer bien.

Tobirama apretó los labios, luchando contra el impulso de rodar los ojos. A veces, esa niña sabía cómo tocar las fibras correctas para descolocarlo. Pero no iba a dejarse llevar. Él era Tobirama Senju, y una mocosa no lo haría perder el control. Aunque, en el fondo, la encontraba... interesante. Claro, interesante desde el punto de vista pragmático, nada más.

El entrenamiento era intenso. Al principio, Tobirama se había concentrado en lo básico, enseñándole a controlar el chakra. Pero, por supuesto, Aisuru no era una estudiante común. Se concentraba, absorbía, y luego lo ejecutaba casi a la perfección. Casi.

- Concéntrate - le repetía Tobirama, siempre con ese tono de paciencia que rozaba lo minimalista. - El Kyubi no es solo una bestia. Es pura energía, una fuerza que debes dominar antes de que te domine a ti.

Aisuru, con su habitual audacia, sonreía como si lo estuviera desafiando. - ¿Y si no quiero ser domada, Tobirama? ¿Qué me dices de eso?

Hubo un destello en los ojos de Tobirama, apenas perceptible. - Entonces - dijo sin inmutarse -, te quedarás atrapada en las sombras de esa bestia. Y eso, Aisuru, sería... patético.

Aisuru lo miró con incredulidad, y luego soltó una risa. Tobirama no pudo evitarlo, sus labios casi formaron una sonrisa, pero se contuvo. Eso sí, no podía negar que esa niña le recordaba a su yo más joven. Siempre con algo que demostrar, pero con una cabeza fría. O al menos, eso quería creer.

Los entrenamientos continuaban. Mito, la prometida de Hashirama, también se unió a ellos para ayudar a Aisuru a perfeccionar su control sobre el chakra del Kyubi. Era una dinámica curiosa. Mito, siempre serena y dulce, contrastaba con la seriedad estoica de Tobirama y la chispa irreverente de Aisuru.

En una de las sesiones, mientras esquivaba un kunai lanzado por Mito, Aisuru soltó:

- ¿Crees que los Uchiha saben vivir sin estar pegados a su Sharingan?

Tobirama alzó una ceja. - Los Uchiha son poderosos, pero su mayor debilidad es depender demasiado de esos ojos. En una pelea, la mente siempre supera al poder bruto.

Aisuru lo observó, curiosa, y luego sonrió con picardía. - Entonces, ¿por qué no me enseñas a usar eso en su contra? Digo, si son tan predecibles...

Tobirama la miró de lado. Esa niña tenía agallas. - Esa - dijo con una ligera sonrisa - es la actitud que necesitas para sobrevivir. Te enseñaré. Pero no pienses que te lo pondré fácil.

Los días pasaron y, aunque Tobirama no lo admitiera en voz alta, empezaba a disfrutar de la compañía de Aisuru. Claro, siempre desde una perspectiva completamente profesional. Esa niña tenía una energía que era difícil de ignorar, y, aunque su rol de jinchuuriki era una carga, lo llevaba con una ligereza que él jamás hubiera imaginado.

- Eres todo un maestro del sarcasmo - le comentó Aisuru una tarde. - ¿Alguna vez sonríes o solo te reservas eso para las reuniones importantes?

Tobirama suspiró, sabiendo que era inútil intentar responderle. - Si te concentraras más en tu entrenamiento que en tus comentarios, podrías ser aún más formidable - le respondió sin perder la compostura.

Y ahí estaba de nuevo esa chispa en los ojos de Aisuru. No la de una niña, sino la de alguien que, a pesar de su juventud, entendía el juego. Porque, al final del día, todo en la vida de los shinobi era un juego: poder, estrategia, sobrevivir.

Una noche, mientras ambos observaban la aldea desde lo alto de una colina, Aisuru rompió el silencio.

- ¿Tú crees que la historia la escriben los que ganan, Tobirama?

Tobirama la miró de reojo. - La historia es un campo de batalla, Aisuru. Los que la escriben son aquellos lo suficientemente astutos para sobrevivir.

Aisuru soltó una pequeña risa. - Entonces, será mejor que me enseñes bien. No pienso quedarme solo como "la jinchuuriki del Kyubi". Quiero que mi nombre resuene en la historia por algo más.

Y, por un segundo, Tobirama pensó que tal vez, solo tal vez, esa niña tenía más potencial del que incluso él había imaginado.

Porque, al final, los verdaderos jugadores no son los que pelean por el poder, sino los que saben cuándo jugar sus cartas.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora