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Madara salió de la oficina de Hashirama con el semblante serio de siempre, pero por dentro estaba una mezcla de emociones que no le dejaban en paz.

—Despreciable Uzumaki —pensaba mientras caminaba por las calles bulliciosas de la aldea. Había cumplido con sus responsabilidades matutinas, pero ahora su mente solo giraba en torno a ella.

Entre la multitud, divisó a lo lejos una figura inconfundible.
Aisuru.
Por un segundo, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios. Esa mujer tenía el don de desarmarlo, aunque jamás lo admitiría. Sin embargo, esa chispa de alivio se apagó en un instante. Ahí, junto a ella, estaba Tobirama.

La sonrisa se desvaneció al instante. Tobirama... Otra vez.

El azabache sintió una ola de calor recorrerle el pecho, un calor que sabía reconocer: celos. Quiso avanzar, dejar claro quién mandaba ahí, pero entonces lo vio. Aisuru se acercó a Tobirama... y lo abrazó.

¿Abrazo? ¿Acaso vio bien?

El Uchiha se quedó congelado. La mandíbula se le tensó, y el pecho le ardía de rabia.

—¿Qué demonios estás haciendo, Aisuru? —sus puños se cerraron con tanta fuerza que los nudillos se pusieron blancos. Eso era una puñalada directa al orgullo.

Por un segundo pensó en ir directo hacia ellos y exigir una explicación. Pero antes de moverse, el abrazo terminó. Aisuru se separó de Tobirama, y ambos tomaron caminos distintos. Ella parecía... triste, mientras que Tobirama seguía con su expresión calmada, como si nada hubiera pasado.

Madara se quedó en su lugar, inmóvil. Cada parte de su ser quería seguir a Aisuru, agarrarla por el brazo y pedir respuestas. Pero algo lo detuvo. No era momento. No aquí.

—Primero el deber —se recordó, aunque la furia le hervía por dentro. — Y luego el caos.

Avanzó hacia el distrito Uchiha, pero cada paso lo hacía sentir más agitado. No podía dejar de pensar en lo que había visto. ¿Por qué lo abrazó? Sabía que Tobirama siempre había mostrado interés en ella, aunque lo disimulara detrás de su frialdad habitual. Pero Aisuru... después de lo que pasó entre ellos la noche anterior, ¿ella correspondía esos sentimientos?

Madara odiaba no tener el control de la situación. Era un estratega nato, alguien que siempre iba dos pasos por delante de los demás. Pero Aisuru, con su actitud impredecible, siempre lo sacaba de balance. Y Tobirama en medio de todo eso... lo irritaba aún más.

Al llegar a la villa Uchiha, apenas saludó de pasada a los miembros del clan. Su ceño fruncido y la tensión que emanaba dejaban claro que no estaba de humor para charlas.

Entró en su casa, lanzó su manto sobre una silla y se dejó caer en el tatami. Todo esto debía terminar. Los celos, la ira, el conflicto con ésa mujer... Pero no ahora. Primero, el clan. Luego, iría a buscarla. Pediría respuestas y ajustarían cuentas. Pero hasta entonces, tendría que calmarse.

—¿Por qué diablos tenía que abrazarlo? —murmuró entre dientes, llevándose una mano al cabello, frustrado.

La imagen del abrazo seguía grabada en su mente. ¿Que mierda? ¿O había algo más?

El Uchiha cerró los ojos y se concentró en lo único que sabía con certeza: él no la dejaría ir tan fácil. Y menos con Tobirama rondando como si nada.

Un leve gruñido escapó de sus labios. Aisuru no era alguien fácil de descifrar, y esa era una de las cosas que más lo atraían de ella, pero también lo que más lo frustraba. ¿Por qué no podía simplemente decir lo que sentía?

—Maldita sea —murmuró entre dientes, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en su cuello y hombros. Quería respuestas, pero tendría que esperar.

El Uchiha sabía que, cuando finalmente hablara con Aisuru, no iba a ser una conversación fácil. Ella lo retaría, como siempre lo hacía. No se dejaría intimidar. Pero él tampoco iba a ceder. No cuando algo tan importante estaba en juego.

Mientras el día avanzaba, cumplió con sus tareas casi de manera automática, su mente siempre volviendo al mismo punto. Aisuru y Tobirama. El abrazo. La tristeza en su rostro.

Finalmente, al caer la noche, cuando todo en la villa estaba en calma, Madara se permitió un momento de descanso. Cerró los ojos, pero la imagen seguía ahí, fija en su mente.

Después.

Y con eso, dejó que el cansancio lo envolviera, aunque la tensión seguía latente en su interior, esperando el momento adecuado para estallar.

.

.

.


Aisuru caminaba por la aldea, con el pecho oprimido por la culpa, aunque sabía que había hecho lo correcto. Había roto el compromiso con Tobirama, no solo anulando una alianza política, sino también hiriendo a alguien que, a su manera, le había importado. Las palabras de Tobirama seguían resonando en su mente.

—No estoy seguro de lo que siento por ti —le había dicho, directo y frío, como siempre.

La honestidad de Tobirama había dolido, pero en el fondo, Aisuru sabía que ese sentimiento no era recíproco. Por mucho que hubiera querido intentarlo, lo que sentía por él jamás podría compararse con lo que Madara significaba en su vida. Aún así, el peso de la culpa no desaparecía. La libertad, esa que tanto había anhelado, se sentía vacía.

"Es mejor así", pensó, tratando de convencerse mientras sus pies la llevaban sin rumbo fijo.

Pero la libertad se sentía amarga. Porque, a pesar de todo, su corazón seguía atrapado en un lugar: en él. Madara. El hombre que siempre había sido un huracán en su vida, arrancándola del suelo con su intensidad y dejándola caer sin previo aviso. Suspiró, sabiendo que no tardaría en aparecer. Madara no era alguien que dejara cabos sueltos.

—Si viene a reclamarme, va a ser un desastre —murmuró, con una sonrisa sarcástica, casi anticipando el caos que traería consigo. Madara Uchiha no sabía hacer las cosas a medias, y si decidía enfrentarse a ella, sería todo o nada.

El viento fresco despeinó su cabello, trayendo consigo una calma inesperada. Por primera vez en días, sentía que algo se acomodaba dentro de ella. Había soltado a Tobirama, aunque la culpa no se desvaneciera por completo. Pero sabía que era lo correcto. Tobirama merecía más. Merecía un amor que ella no podía darle.

—Soy una traidora —susurró para sí misma, aunque sabía que traicionarse a sí misma habría sido mucho peor.

De fondo, el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, dándole un respiro a la agitación interna que sentía. Cerró los ojos por un segundo, disfrutando del momento de quietud, consciente de que no duraría mucho. Porque Madara vendría. Siempre lo hacía. Y cuando eso sucediera, todo cambiaría.

Aisuru soltó una carcajada breve y amarga.

—Y aquí estoy, esperando a que venga a complicarlo todo.

Era irónico. Había pasado tanto tiempo intentando evitarlo, y ahora, sabiendo que el Uchiha inevitablemente aparecería, casi lo deseaba. Porque, aunque lo negase, todo en su interior giraba en torno a él. Madara siempre había sido ese punto fijo en su vida, por más que intentara escaparse de su órbita.

Tobirama, en cambio, con su mirada serena pero cargada de tristeza, ya era cosa del pasado. Él sabría cómo avanzar, de eso estaba segura. Ella, en cambio, seguía atrapada en esa tormenta llamada Madara Uchiha.

—Estúpido Uchiha  —murmuró, con una sonrisa que no pudo contener.

Sabía que cuando él viniera, todo el equilibrio que creía haber encontrado se desmoronaría. Sabía que, aunque lo negara, seguía esperando ese momento.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora