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Aisuru se miró al espejo una vez más, como si el reflejo que le devolviera fuera el de una extraña. El brillo en sus ojos estaba apagado, reemplazado por una incertidumbre que le pesaba. La imagen que veía no era la de la joven desenvuelta y enérgica que solía ser, sino una versión cansada y rota de sí misma. Trataba de ocultarlo con una sonrisa forzada y algún comentario sarcástico, pero no podía engañarse.

—Esto no puede ser mi vida ahora —susurró, ajustando el lazo que mantenía su roja coleta en su lugar. Era como si intentara aferrarse a la vitalidad que todavía creía tener.

Había tomado una decisión. No podía seguir sumida en ese ciclo de dolor, de rechazos y falsas esperanzas. Necesitaba recuperar el control de su vida. Se dio una ducha, dejando que el agua fría aliviara el caos en su mente, como si pudiera arrastrar toda la confusión que la abrumaba.

Eligió su ropa con cuidado: una blusa tipo kimono blanca, un obi verde olivo y unos pantalones cortos azul oscuro. Práctica y cómoda, justo lo que necesitaba para sentirse libre, al menos por fuera. Porque por dentro, aún estaba atrapada.

El aire fresco de la mañana la envolvió cuando salió. Konoha bullía con vida: niños corriendo, comerciantes gritando sus ofertas, el bullicio habitual. Sin embargo, nada de eso parecía importarle. Todo se sentía distante, como si estuviera viendo la vida de los demás desde una ventana, ajena a todo.

Caminaba sin rumbo, y sus pensamientos inevitablemente regresaban a Madara. Los rechazos. La frialdad. Y luego, Tobirama, quien había aparecido en su vida como una opción inesperada. ¿Era lo que quería? En ese momento, no lo sabía.

Llegó a un barandal desde donde podía ver la aldea. Se apoyó, mirando el horizonte, buscando una paz que no encontraba. El vacío dentro de ella seguía siendo tan profundo como siempre.

—¿Es esto todo? —se preguntó en voz baja—. ¿Después de todo lo que he pasado, solo queda esto?

Y entonces lo vio. Madara, caminando por la aldea como si nada pudiera afectarlo. Su postura era impecable, su mirada distante. Algo en él aún la atraía, aunque sabía que acercarse a él solo la quemaría.

Se obligó a no mirarlo, a no seguir alimentando esas esperanzas. Pero sus ojos se quedaron fijos en él. Como siempre, esperando una señal que nunca llegaba. Sin embargo, esta vez, alguien más apareció a su lado.

Mikuni Shimura. Aisuru frunció el ceño al ver cómo ella se acercaba a Madara con demasiada familiaridad. Mikuni era hermosa y segura, con una sonrisa que desarmaba a cualquiera. Pero lo que hizo después dejó a Aisuru sin aliento.

Mikuni se inclinó hacia Madara y lo besó. Fue un beso rápido, pero suficiente para hacer que el mundo de Aisuru se derrumbara.

Aisuru sintió como si todo encajara de repente. Todos los rechazos, la distancia... no era su terquedad lo que lo alejaba. No, Madara ya estaba con alguien. Y esa alguien era Mikuni.

El aire se volvió pesado, y su pecho se apretó con una fuerza abrumadora. Quería apartar la mirada, pero no podía. Estaba viendo cómo sus esperanzas, sus sueños, se hacían añicos delante de ella. Quería gritar, llorar, pero no salió ni una lágrima. Solo un vacío profundo.

¿Qué había significado el beso que Madara le había dado en el bosque? Nada. Solo un juego más del Uchiha para humillarla, para romperla una vez más. Si algo en ella había quedado sin romperse hasta ese momento, ahora podía decir que estaba completamente destruida.

—Aisuru.

La voz de Tobirama la sacó de sus pensamientos. Estaba allí, junto a ella, su semblante serio pero tranquilo, como si entendiera lo que acababa de suceder.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora