Los días pasaban como ráfagas para Aisuru. Entre su rol como esposa de Madara, líder del clan Uchiha, jinchuuriki del Kyubi y una especie de embajadora no oficial del clan Uzumaki nombrada por Mito, las horas se escurrían. Reuniones, responsabilidades del hogar y la aldea... Apenas podía respirar. Madara, por su parte, seguía siendo el pilar imponente de siempre, liderando el clan con su intensidad habitual. Aunque Aisuru admiraba su fuerza, no podía evitar sentir que la aldea absorbía demasiado de su tiempo como pareja.
Una tarde, en la oficina de Hashirama, se discutía la creación de la policía militar de Konoha, que, para sorpresa de nadie, recaería en el clan Uchiha. Mientras Hashirama y Madara se enfrascaban en su habitual tira y afloja estratégico, la joven Uzumaki observaba desde su asiento, dejando que la charla —o discusión — fluyera. Hashirama, en su entusiasmo inagotable, no tardó en cambiar el tema abruptamente.
—¡Oh! ¡Casi lo olvido! —Hashirama estalló de felicidad, su sonrisa era un faro de energía—. ¡Mito está embarazada de nuestro primer hijo!
Aisuru sonrió, compartiendo la emoción. Mito era importante para ella, no solo por ser del clan Uzumaki, la hermana mayor que nunca tuvo, sino porque ambas compartían el destino de unirse a hombres poderosos. Se levantó para felicitar a Hashirama.
—¡Es una gran noticia! Mito será una madre increíble, ¡Felicitaciones! —dijo, con una amplia sonrisa.
Sin embargo, mientras regresaba a su asiento, notó que Madara permanecía inexpresivo, inmerso en sus pensamientos. Hashirama, en su habitual entusiasmo, no dejó pasar la oportunidad de arrastrar a su amigo a la conversación.
—¡Madara! —exclamó, colocando un brazo sobre los hombros del Uchiha—. ¿No vas a felicitarme? ¡Es el primer Senju de la nueva generación!
El Uchiha cerró los ojos, claramente fastidiado por el contacto no solicitado, y soltó un suspiro hastiado.
—¿Felicitarte por traer a otro Senju idiota al mundo? —dijo con ese tono sarcástico que tanto lo caracterizaba, arrancando una carcajada de Hashirama.
—¡Vamos, vamos! —Hashirama, como siempre, ignoró la pulla—. Pero dime, ¿cuándo llegará el rival de mi primogénito? ¡Ya quiero ver si un Uchiha estará a la altura!
Aisuru levantó una ceja ante el comentario, sorprendida por lo personal que se había vuelto el asunto. Madara no perdió la oportunidad de responder, con esa sonrisa arrogante que siempre sabía cómo usar.
—Das muchas cosas por sentadas, Hashirama. Quizá deberías preocuparte más por si tu hijo sobrevive a tus propios genes.
Hashirama soltó otra carcajada, mientras Aisuru rodaba los ojos, previendo cómo continuaría este intercambio.
—Esto es increíble —murmuró Aisuru, llevándose una mano a la cara.
Madara la miró de reojo, su expresión se suavizó ligeramente.
—No hay prisa para nosotros, mi hijo llegará a su tiempo.
Hashirama suspiró dramáticamente, guiñando un ojo, su sonrisa permaneció intacta.
—Siempre tan modesto, Madara. Pero debo admitir que será interesante ver cómo nuestros hijos heredan nuestras habilidades. Aunque espero que tú hijo no herede esa cara que siempre parece de mal humor.
Madara dejó escapar una risa baja.
—Te aseguro que será mejor que esa cara lamentable que tienes tú—respondió, inclinándose hacia adelante con una sonrisa mal disimulando que el comentario le cayó mal.
—¿De verdad es tan lamentable? —replicó Hashirama, con un aura depresiva.
—Sí, bastante patético.
Madara apretó la mandíbula, visiblemente fastidiado por los comentarios innecesarios de Hashirama. Las bromas del Hokage siempre rozaban lo personal, especialmente cuando el tema se desviaba hacia la familia, algo que Madara prefería evitar a toda costa. Sin decir nada más, se levantó de su asiento con un movimiento brusco, dejando claro que la conversación había llegado a su fin.
—Voy a empezar a reclutar a los shinobis que sean aptos para la policía militar —dijo sin emoción, su tono frío pero firme.
Aisuru, que observaba la situación en silencio, sabía que algo en las palabras de Hashirama había tocado una fibra sensible en Madara. Hashirama, aunque con buenas intenciones, siempre empujaba más de la cuenta. Madara la llamó con una leve inclinación de cabeza, indicándole que era hora de irse. Aisuru se levantó rápidamente, hizo una reverencia breve hacia el Hokage y siguió a su esposo, quien ya había salido de la oficina sin siquiera mirar atrás.
El aire fresco de la tarde los envolvió mientras caminaban en silencio por las calles de Konoha. Aisuru observaba de reojo a Madara, que mantenía su expresión rígida, casi como si llevara una armadura invisible. Aunque su semblante se mostraba imperturbable, Aisuru conocía bien los fantasmas que lo atormentaban. El peso de las pérdidas de su pasado—sus hermanos, especialmente Izuna—seguía siendo una herida abierta en su corazón.
Ella sabía que la charla casual sobre hijos y familias había revuelto esos recuerdos dolorosos, y que la idea de tener una nueva familia propia no era algo que Madara tomara a la ligera. Por más que intentara mostrar una fachada de fortaleza inquebrantable, Aisuru sabía que estaba profundamente afectado.
Ambos caminaban en silencio, un silencio que Aisuru no intentó romper. Sabía que Madara necesitaba espacio, tiempo para procesar lo que su amigo y rival había dicho. Aunque secretamente anhelaba lo que Hashirama tenía, la idea de formar una familia lo aterraba. No era solo la responsabilidad, sino el miedo de revivir la sensación de perder a aquellos que amaba, una vez más.
A medida que avanzaban, las calles comenzaron a llenarse de aldeanos que regresaban de sus tareas diarias. Las miradas respetuosas seguían a la pareja Uchiha, pero ninguno de los dos les prestaba atención. Aisuru mantuvo su paso a la par de Madara, dejando que su presencia hablara más que las palabras que podrían haber salido de su boca.
Finalmente, cuando estaban lejos de las miradas curiosas, Madara se detuvo de golpe frente a una pequeña arboleda. Aisuru lo miró de reojo, esperando alguna señal de que quería hablar, pero él seguía con la vista fija en el horizonte, su semblante más duro que de costumbre.
—No lo entienden, ¿verdad? —murmuró Madara, su voz baja pero cargada de una tensión palpable. Aisuru lo observó en silencio, esperando que continuara—. Hashirama... él cree que tener una familia es algo simple. Algo... fácil.
Aisuru sabía que no debía interrumpir. Madara raramente se abría de esa manera, y cuando lo hacía, era mejor dejarlo hablar a su ritmo.
—Proteger a alguien, a una familia... es mucho más complicado de lo que ellos creen —prosiguió Madara, su mirada dura y distante—. No es solo estar ahí, Aisuru. Es estar dispuesto a sacrificarlo todo... y aún así, no siempre es suficiente.
Ella se acercó un paso, lo suficientemente cerca para que él pudiera sentir su presencia, pero no tanto como para invadir su espacio.
—Lo sé —respondió suavemente, su voz cargada de comprensión—. Pero también sé que no necesitas enfrentar todo esto solo.
Madara la miró por primera vez desde que habían salido de la oficina. Sus ojos oscuros reflejaban algo más que la tensión del momento. Era una mezcla de miedo y anhelo, aunque apenas perceptible.
—Aisuru... —empezó, con un tono que parecía contener más de lo que las palabras podían expresar, se detuvo un momento y luego negó suavemente —. No, no es nada.
Aisuru sonrió para sí misma, sabía lo que quería decir y ella estaría para él, cuando estuviera seguro de llevar lo que su corazón anhelaba.
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Rojo Escarlata ➸ Madara ; Tobirama
Fanfiction❝ Aisuru ama a Madara, eso es innegable. Pero Tobirama despierta en ella sentimientos tan intensos que la hacen cuestionar todo. Madara es el fuego que la consume, mientras que Tobirama es la serenidad que le da paz. La batalla interna se intensif...