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El ambiente en la sala del Primer Mizukage estaba cargado de tensión. Ginkaku y Kinkaku, los hermanos Oro y Plata de Kumogakure, esperaban con calma, sus ojos astutos evaluando cada movimiento en la habitación. El Mizukage los observaba, entrecerrando los ojos, mientras el Primer Raikage permanecía en silencio, su imponente figura irradiando poder.

—Así que, perdieron a propósito —dijo el Mizukage, dejando que el escepticismo gotee en cada palabra.

Ginkaku esbozó una sonrisa arrogante. —Una estrategia necesaria. Ahora conocemos sus fuerzas... especialmente la niña Uzumaki.

El Raikage soltó un gruñido de desdén. —¿La que lleva al Nueve Colas? Creen que pueden capturarla sin más.

—No será fácil —admitió Kinkaku, aunque en su tono no había preocupación, solo determinación—. Pero la clave es hacerla bajar la guardia. Desencadenar el caos dentro de ella. Si logramos inyectarle un poco del chakra del Kyubi, será el principio de su caída.

El Mizukage frunció el ceño, su mirada fija en los hermanos. —Eso suena más fácil de decir que de hacer.

—Hemos enfrentado desafíos mayores —dijo Ginkaku, sus ojos dorados brillando con una promesa oscura—. Konoha no sabrá qué los golpeó.

El Raikage y el Mizukage intercambiaron miradas de complicidad. Era una alianza basada en la conveniencia, pero suficiente para hacer temblar los cimientos de la paz en el mundo shinobi.

———

Aisuru caminaba por las calles, sus pasos apresurados, pero su mente en un completo caos. Sabía a dónde iba y lo que debía hacer, pero la duda la mordía con cada paso que daba. Sabía que esta sería la última vez que buscaría a Madara para obtener una respuesta. La última vez que le daría la oportunidad de explicar su distancia, su frialdad. No podía seguir así.

Al llegar a la orilla del río, lo vio. Madara, de pie como una estatua, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el agua que fluía a sus pies. Aisuru tomó aire, sus manos temblando. Esta vez no sería débil. Esta vez lo enfrentaría.

—Madara.

Su voz, aunque baja, cortó el aire como una navaja. Él no respondió de inmediato, apenas movió la cabeza lo suficiente para dejarle saber que la había escuchado.

—¿Qué quieres? —preguntó, su tono sin emoción.

Aisuru dio un paso más, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. —Quiero saber por qué me rechazas. Una vez más, ¿por qué me apartas de ti?

Madara giró lentamente para mirarla, su expresión tan fría y distante como siempre. —No hay nada que hablar, Aisuru. Ya te lo he dicho antes. Concéntrate en ser una kunoichi. No hay lugar para lo que sea que sientas.

El frío en sus palabras la golpeó como un balde de agua helada, pero Aisuru se mantuvo firme. No podía permitirse flaquear ahora. —Madara, he hecho todo lo que podía. He estado a tu lado, he intentado... entenderte, pero tú solo me apartas. ¿Qué hice mal?

Madara dio un paso hacia ella, sus ojos oscuros clavados en los suyos. —¿Mal? Todo. No entiendes nada, Aisuru. Este juego que crees que estamos jugando, no existe. Nunca existió.

Aisuru sintió cómo una punzada de dolor atravesaba su pecho. Su garganta se cerraba, pero no podía detenerse. —No soy una niña, Madara. Sé lo que siento. Sé que lo hice mal, que fui ingenua, pero...

—¿Qué sientes? —interrumpió él, su tono cruel y desapasionado—. Tus sentimientos no importan. Nunca lo hicieron. Para mí, solo eres otra ninja. Nada más.

Sus palabras cayeron sobre ella como un martillo, aplastando cualquier resto de esperanza que hubiera albergado. Aisuru sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos, pero no las dejaría caer. No frente a él.

—Eso es todo lo que soy para ti... —murmuró, casi para sí misma, mientras sus manos temblaban.

Madara no mostró ninguna reacción, ni compasión ni arrepentimiento. Solo una frialdad calculadora. —Sí. Acéptalo de una vez, Aisuru. Mejor será para ambos.

El nudo en su garganta se desató, y una lágrima traicionera cayó por su mejilla. Su respiración se volvió pesada, entrecortada, mientras todo su ser colapsaba por dentro. Finalmente, había llegado al límite.

—Me rindo... —susurró, su voz temblorosa, pero decidida—. Estoy harta, Madara. Harta de perseguir algo que nunca existió. De esperar... de intentar... —Se pasó la mano por el rostro, limpiando las lágrimas que ya no podía detener—. Lamento haber sido tan ciega. Pero ya no más. No voy a volver a estar aquí para ti.

Madara la observó en silencio, su rostro imperturbable, pero algo en la profundidad de sus ojos parpadeó por un instante. Algo que Aisuru no pudo ver.

—¿Eso es todo? —preguntó él, sin emoción, como si sus palabras no hubieran significado nada.

Aisuru lo miró una última vez, con los ojos rojos de contener el llanto. —Sí, Madara. Eso es todo.

Y sin decir nada más, se dio la vuelta y comenzó a caminar. Sus pasos, aunque pesados, no titubearon. Cada paso la alejaba más de él, pero esta vez, también la liberaba.

Madara se quedó allí, viéndola desaparecer entre los árboles, sintiendo algo en su pecho que no pudo nombrar. Sabía que había sido cruel, que sus palabras habían sido un golpe final que no tenía retorno. Y aunque se decía a sí mismo que había hecho lo correcto, esa pequeña punzada en su pecho no desaparecía.

———

Aisuru llegó a la oficina de Hashirama, su mente aún nublada por lo que acababa de suceder. Tocó la puerta y entró cuando escuchó la voz cálida de Hashirama invitándola a pasar.

—Aisuru, justo a tiempo —dijo él con su típica sonrisa amigable—. Quería hablar contigo sobre una misión.

Aisuru levantó la vista, sus ojos aún enrojecidos, pero su voz más firme de lo que esperaba. —¿Una misión?

Hashirama asintió. —Sí, una de alto riesgo. Creo que estás lista para un desafío mayor. Partirás mañana, en solitario, pero con un pequeño equipo de apoyo. Es tu momento de brillar.

Aisuru asintió lentamente, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, algo nuevo y fuerte empezaba a formarse en su interior. —No le fallaré.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora