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El sol apenas despuntaba, lanzando destellos dorados que acariciaban la habitación en la que Aisuru se encontraba. Los primeros rayos se filtraban por la ventana, disipando las sombras de la noche. Aisuru abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso del sueño cediendo, mientras su energía comenzaba a regresar. Se sentía diferente, como si algo dentro de ella se hubiera despertado junto al amanecer.

Cuando intentó incorporarse, notó a Tobirama, encorvado en una silla junto a su cama, durmiendo como si el concepto de comodidad no existiera en su mundo. "Es Tobirama Senju, por supuesto que no duerme cómodamente", pensó con una sonrisa torcida. Su rígida postura, aun dormido, era casi cómica, con la cabeza apoyada contra el respaldo y los labios ligeramente entreabiertos. Para alguien siempre tan serio, verlo tan despreocupado le arrancó una risa suave. Aisuru sacudió la cabeza, pensando en lo irónico que era ver a uno de los ninjas más temidos del mundo dormitando de esa manera.

Deslizó los pies fuera de la cama con un cuidado casi sigiloso. Sentía un ligero mareo al ponerse de pie, pero no iba a dejar que eso la detuviera. Se acercó a Tobirama, y antes de poder detenerse, su mano se levantó para apartar un mechón plateado que le caía sobre la frente. Al hacerlo, él despertó de golpe, con los reflejos de un gato sorprendido.

—Aisuru... —susurró, entre alarma y reproche.

—Relájate, Senju —respondió ella, sonriendo como si nada hubiera pasado—. Solo te quitaba el pelo de la cara. Me estabas empezando a parecer un perro mojado.

Tobirama parpadeó, todavía aturdido por el sueño, y en un instante recobró su expresión habitual de firmeza. Se puso de pie rápidamente, como si nunca hubiera estado dormido, y le lanzó una mirada de advertencia.

—No deberías estar levantada. —Extendió las manos, listo para sostenerla si caía, pero Aisuru se mantuvo firme.

—Tranquilo, no me voy a desmoronar —respondió ella, ignorando el gesto protector de Tobirama. Su tono despreocupado contrastaba con el ceño fruncido del Senju.

—No deberías tomártelo tan a la ligera —gruñó Tobirama, cruzando los brazos, visiblemente molesto por su actitud. Aunque, claro, a ella no le preocupaba mucho.

—No me tomes tan en serio, Tobirama. Ya te dije, estoy bien. No te preocupes tanto —Aisuru le guiñó un ojo, intentando suavizar el momento.

Él, por supuesto, no se suavizó ni un poquito. Pero sí exhaló un suspiro tan profundo que probablemente liberó un poco de la tensión acumulada en sus hombros.

—Voy a traer algo de comer —dijo finalmente, tras observarla con una mezcla de resignación y alivio—. Pero prométeme que no intentarás otra acrobacia.

Aisuru alzó una mano, en un gesto solemne pero teatral.

—Lo prometo.

Tobirama, con una mueca que parecía una sonrisa contenida, salió de la habitación. Aisuru lo siguió con la mirada, disfrutando de ese raro instante de tranquilidad, y se dejó caer de nuevo en la cama, sintiendo una mezcla de alivio y algo más cálido que no estaba segura de querer nombrar aún.

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Las horas transcurrieron con una paz inusual, el tipo de calma que solo llega después de días de caos. Aisuru descansó, recuperando fuerzas lentamente, mientras la aldea más allá de la ventana seguía con su ritmo imparable. La comida que Tobirama le trajo más tarde le devolvió algo de vitalidad, y aunque se sentía tentada a levantarse de nuevo, cumplió su promesa de quedarse quieta… por ahora.

La tarde se desvaneció, y cuando la noche finalmente cayó, la habitación se llenó de una serenidad acogedora. Aisuru estaba recostada en la cama, su largo cabello rojo desparramado sobre la almohada, cuando escuchó pasos suaves. Al levantar la vista, vio a Mito Uzumaki entrando con su sonrisa habitual.

—Parece que te estás recuperando rápido —comentó Mito mientras se acercaba, su tono cálido y suave.

—¿Qué te puedo decir? —bromeó Aisuru—. Mi plan es dominar el mundo después de este descanso.

Mito soltó una risa ligera y maternal, sentándose al borde de la cama mientras sacaba un peine.

—Permíteme ayudarte con ese plan. —Comenzó a desenredar con delicadeza el cabello de Aisuru—. No puedes dominar el mundo con nudos en el cabello.

Aisuru se relajó bajo el toque cuidadoso de Mito, cerrando los ojos mientras sentía cómo cada nudo era deshecho pacientemente.

—Gracias, Mito —susurró, apreciando no solo el gesto, sino la sensación de ser cuidada. Había pasado tanto tiempo siendo la fuerte, la que se encargaba de todo, que ahora este pequeño acto de ternura le resultaba casi abrumador.

—Sabes que siempre estaré aquí para ti —respondió Mito, con esa calidez que la hacía sentir como en casa.

El ambiente se llenó de una calma agradable, el suave sonido del peine moviéndose entre su cabello, hasta que la puerta se abrió de nuevo, interrumpiendo el momento. Al alzar la vista, Aisuru encontró a Tobirama de pie en el umbral, observándolas.

La mirada de Aisuru se suavizó al verlo, y una sonrisa traviesa apareció en sus labios.

—¿Vienes a peinarme también, Tobirama?

Tobirama arqueó una ceja, pero antes de que pudiera responder, Mito intervino, sonriendo con complicidad.

—Creo que a él le faltan habilidades en ese departamento —comentó Mito, levantándose tras terminar de peinar a Aisuru—. Los dejaré solos. Descansa, Aisuru.

Con un último abrazo, Mito se retiró de la habitación, dejando a Tobirama y Aisuru en un inesperado momento de intimidad.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Tobirama, su tono más suave de lo habitual.

—Mejor —respondió ella—, pero creo que podrías traerme un cepillo para la próxima vez. Me vendría bien un reto.

Tobirama soltó un pequeño suspiro, resignado.

—Ya veremos.

Se sentó en su habitual silla junto a la cama, cruzando los brazos y adoptando su clásica expresión de "soy imperturbable". Pero Aisuru lo conocía lo suficiente como para notar la ligera relajación en sus hombros, el pequeño destello en sus ojos grises.

—Oye, Tobirama —empezó Aisuru, su voz bajando ligeramente—. Gracias por todo. De verdad. No sé qué habría hecho sin ti.

Tobirama la miró en silencio por un momento, su mirada más suave de lo habitual, como si las barreras que siempre levantaba estuvieran empezando a desmoronarse. Finalmente, asintió.

—No tienes que agradecerme, Aisuru —dijo, y aunque su tono era neutral, había una promesa implícita en sus palabras.

Aisuru le sonrió, y el silencio que siguió fue cálido, cómodo. Un entendimiento tácito flotaba entre ellos, uno que ni siquiera necesitaba palabras.

—Descansa —dijo Tobirama, poniéndose de pie para irse—. Nos vemos mañana.

—Buenas noches, Tobirama —murmuró Aisuru, su voz llena de un cariño silencioso.

Tobirama se detuvo un segundo antes de salir, mirándola por encima del hombro.

—Buenas noches —repitió él, antes de cerrar la puerta.

Aisuru se quedó mirando la puerta cerrada, su corazón latiendo más rápido de lo que esperaba. Sabía que algo estaba cambiando entre ellos, y aunque no estaba segura de qué significaba, no podía ignorar la calidez que Tobirama le hacía sentir.

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Mientras tanto, en otro rincón de la aldea, Madara caminaba bajo el manto de la noche. Su mente era un caos.

Tobirama… otra vez ese maldito Tobirama.

Las imágenes de Aisuru y el Senju seguían apareciendo en su mente, y por mucho que intentara convencerse de que no le importaba, la furia crecía en su interior.

Esto es lo que querías, ¿no? —se dijo. —Alejarla. Entonces, ¿por qué demonios te molesta tanto?

La respuesta no era algo que quisiera admitir. Y así, el poderoso Madara Uchiha siguió caminando, incapaz de escapar del torbellino que había desatado en su propio corazón.

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Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora