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El sol apenas empezaba a despuntar cuando Aisuru fue dada de alta. Los rayos de luz se colaban por la ventana, iluminando la habitación con un brillo suave que contrastaba fuertemente con el ceño fruncido de la Uzumaki. Sentada al borde de la cama, observaba con fastidio sus manos vendadas, los brazos inmovilizados en una red de vendas que le recordaban cada golpe, cada corte recibido en la batalla.

—Esto es ridículo —refunfuñó, tironeando con frustración de los vendajes que envolvían su torso—. ¡Me siento como un tamal mal envuelto!

Tobirama, a su lado como siempre, apenas arqueó una ceja, sus ojos rojos suavizándose un poco. La calma que lo rodeaba parecía eterna, casi irritante.

—Están para que sanes —dijo con su tono mesurado, ese que a veces lograba calmarla y otras veces la ponía de los nervios—. No querrás volver a la enfermería por ser tan… impetuosa, ¿verdad?

Aisuru bufó, inflando las mejillas como una niña ofuscada y giró la cabeza en un ademán dramático.

—¡Oh, por favor! Apenas puedo moverme sin sentirme como una momia. Esto es inhumano, Tobirama.

—Te recuerdo que tú insististe en salir del hospital antes de tiempo —replicó él, sin molestarse en esconder una pequeña sonrisa burlona—. Pero si prefieres volver…

Aisuru le lanzó una mirada asesina, esa que había perfeccionado desde niña. Tobirama, como siempre, apenas parpadeó, devolviéndole la mirada con una mezcla de infinita paciencia y diversión en los labios. Sabía que ella odiaba esa expresión. De alguna forma, su compostura siempre impecable la desarmaba, pero también la sacaba de quicio.

—No, gracias. Prefiero una muerte lenta por aburrimiento a volver ahí —murmuró, y luego añadió con ironía—. Aunque quizás tú disfrutarías de esa paz, ¿no? Sin una Uzumaki alrededor haciendo ruido.

Tobirama se permitió una pequeña sonrisa, esa que apenas curvaba una esquina de su boca y que ella raramente lograba arrancar.

—Tal vez —respondió con suavidad, mirándola de reojo.

Antes de que Aisuru pudiera replicar, la puerta se abrió de golpe, y Hashirama irrumpió en la habitación con su habitual entusiasmo desbordante. Parecía que llevaba el sol en su rostro, siempre tan despreocupado y alegre.

—¡Aisuru! —exclamó, su sonrisa lo suficientemente amplia como para iluminar la aldea entera—. ¡Me alegra verte bien!

Hashirama se acercó rápidamente, y antes de que ella pudiera detenerlo, le dio una palmada en la espalda. O mejor dicho, una mini sacudida tectónica, que casi la envía de regreso a la cama.

—¡Mira nada más, casi recuperada!

Aisuru soltó una carcajada entre dientes, aunque seguida de una mueca de dolor. Hashirama era adorable, pero tenía la delicadeza de un oso.

—Estoy bien… o lo estaría si todos dejaran de tratarme como si fuera un paquete frágil —comentó, lanzando una mirada cómplice hacia Tobirama, quien seguía observándola con su característica serenidad.

—Es que lo eres —contestó Tobirama sin inmutarse.

—Oh, vamos, Tobirama —intervino Hashirama, dándole un amistoso codazo a su hermano—. ¡Relájate un poco! Deberías aprender de Aisuru, que hasta vendada sigue tan animada como siempre.

Aisuru se rió, pero antes de poder replicar, Tobirama levantó una mano.

—Es impresionante cómo alguien puede estar tan animada aun cuando está vendada como un tamal, como ella misma dice —comentó Tobirama con un toque de sarcasmo que no pasó desapercibido.

—¡Ves! Hasta Tobirama lo admite —Aisuru le dio un pequeño golpe en el hombro, o al menos, lo intentó con su limitada movilidad.

Tobirama solo suspiró con resignación, aunque un brillo sutil en sus ojos delataba que disfrutaba de la compañía, incluso si no lo admitía en voz alta. Hashirama, en cambio, soltó una carcajada estruendosa, y el ambiente se relajó.

Sin embargo, mientras el Senju mayor hacía alguna otra broma sobre batallas y vendajes, algo o alguien observaba desde la distancia. Madara Uchiha, siempre vigilante, se encontraba parado en silencio junto a una de las ventanas del edificio. Sus ojos oscuros estaban fijos en la escena que se desarrollaba ante él.

Madara nunca había sido del tipo que se detenía a admirar las trivialidades de la vida, y mucho menos las interacciones ajenas. Pero algo en esa imagen —Aisuru riendo, Tobirama a su lado, y Hashirama a punto de desbordarse de su propio entusiasmo— lo mantenía inmóvil. Había una sensación extraña, una punzada sutil pero constante, cada vez que veía a Aisuru interactuar con Tobirama. Y cada vez que se reían juntos, sentía una presión incómoda en el pecho.

Era irritante. No solo porque Tobirama estaba ahí, sino porque… ¿qué hacía Aisuru tan cerca de él? ¿Desde cuándo reía de esa forma con otro que no fuera él? Y lo peor de todo: ¿por qué le importaba?

Madara cerró los puños, su mirada endureciéndose. No podía permitirse esos pensamientos, no ahora. Pero entonces vio cómo Tobirama le rozaba el brazo a Aisuru, y algo dentro de él se revolvió. Era demasiado. Demasiado cercano, demasiado… íntimo.

"Ridículo", pensó, apartando la vista y alejándose de la ventana. Pero la punzada de celos persistía, aferrándose a su interior como un maldito anzuelo del que no podía librarse.

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Los días pasaron, y aunque Aisuru había sido dada de alta, la tensión en la aldea seguía creciendo. Las incursiones de la armada Kinkaku se intensificaban en las fronteras, y Hashirama convocó a todos los líderes para una reunión urgente en la sala de estrategia.

Aisuru, todavía con sus vendajes pero de pie y decidida, entró a la sala al lado de Tobirama. Madara ya estaba allí, observando desde su rincón habitual con la expresión fría e impenetrable que había perfeccionado con los años. Aisuru apenas lo miró, como si él fuera una simple decoración en la habitación. Lo cual, para su propio disgusto, lo hizo hervir por dentro.

—La situación se está complicando —comenzó Hashirama, su tono mucho más serio de lo habitual—. Los ataques de la armada Kinkaku parecen estar dirigidos hacia… Aisuru.

La sala quedó en silencio. Aisuru arqueó una ceja, claramente sorprendida, pero antes de que pudiera hablar, Madara lo hizo.

—¿Dirigidos hacia ella? —Su tono era glacial, sus palabras afiladas—. ¿Y qué sentido tiene eso?

Tobirama se inclinó hacia adelante, cruzando los brazos sobre la mesa con una mirada tranquila pero firme.

—Es una Uzumaki y el jinchuuriki del Nueve Colas. Su linaje al igual que el Uchiha y Senju siempre han sido un objetivo para aquellos que buscan poder.

Madara frunció el ceño, notando cómo Tobirama defendía la posición de Aisuru con tanta… devoción. ¿Desde cuándo Tobirama era su defensor?

Aisuru, sin embargo, no parecía afectada por la conversación. Se cruzó de brazos, una media sonrisa en los labios.

—Bueno, no sería la primera vez que alguien quiere mi cabeza —comentó con sarcasmo—. Pero esta vez están jugando sucio.

El Uchiha la miró, intentando descifrar su actitud despreocupada. Pero lo que más le molestaba era que, durante toda la reunión, Aisuru ni siquiera le dirigió una palabra. Ni una mirada, ni una señal. Todo su enfoque estaba en Tobirama.

Sabía que todo eso era su culpa, él se lo había pedido y ella lo estaba cumpliendo, ahora, ¿porqué demonios eso lo hervía tanto?

Hashirama continuó con la estrategia de la misión, pero Madara ya no escuchaba. Su mente estaba en otro lugar, un lugar donde la idea de Aisuru tan cercana a Tobirama lo enfurecía más de lo que le gustaría admitir.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora