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La mañana siguiente amaneció en silencio, con la luz suave del sol colándose tímidamente por las rendijas de la ventana. Aisuru, aún medio dormida, sintió el frío aire matutino rozar su piel desnuda, recordándole la tormenta que había arrasado la noche anterior. Claro, la del exterior ya se había disipado, pero la tormenta dentro de esa habitación era un asunto completamente diferente. El agotamiento pesaba sobre sus párpados mientras se desperezaba en la cama, intentando reacomodarse sin mucho éxito.

Un leve quejido escapó de sus labios al notar lo adolorida que estaba. Las marcas de unos días atrás volvían a brillar con más intensidad, como si Madara se hubiera asegurado de que cada centímetro de su piel quedara registrado por su afecto.

—¿Afecto? Más bien pura obsesión... —pensó para sí, pero con una sonrisa divertida asomándose en sus labios. Su cuerpo entero era un mapa de huellas que Madara había dejado con devoción, y, honestamente, le gustaba esa sensación.

Se giró lentamente en la cama para observar al hombre que dormía a su lado. Madara, el temido y reverenciado líder del clan Uchiha, con su expresión siempre firme y orgullosa... pero en ese momento, en la tranquilidad del sueño, se veía casi vulnerable. Sus labios ligeramente entreabiertos y la respiración calmada le daban una apariencia inusualmente pacífica. Aisuru no pudo evitar reírse suavemente para sí misma.

Lo llevé al límite otra vez... —pensó con una chispa traviesa en los ojos, recordando cómo había sido la noche.

Él había dado todo de sí, como siempre. No era un hombre que se dejara vencer fácilmente, y menos por ella. Pero ahora estaba fuera de combate, al menos por el momento. Aisuru se acurrucó un poco más entre las sábanas, dejando que el cansancio se apoderara de sus músculos. No tenía ninguna intención de levantarse, no cuando el frío matutino comenzaba a infiltrarse en la habitación.

—Unos minutos más… —murmuró en su mente mientras se acurrucaba abrazándose a sí misma. Pero el movimiento no pasó desapercibido para el Uchiha, quien comenzó a despertar lentamente, sus sentidos agudizándose al notar que ella estaba a su lado. Se talló un ojo con pereza, enfocándose en la figura cálida y pequeña a su lado.

—No vas a escapar como la última vez —murmuró con voz ronca, adormilado todavía, pero con esa autoridad natural que siempre parecía acompañarlo.

Aisuru soltó una risa suave. Había algo encantador en verlo tan relajado, una rareza en él.

—No pensaba hacerlo de todas formas —respondió, mientras se giraba hacia él, dejándose abrazar por esos brazos firmes y protectores.

El azabache la rodeó con fuerza, atrayéndola hacia él, hasta que sus cuerpos estuvieron completamente pegados. Aisuru sintió su calor envolviéndola, protegiéndola del frío de la mañana. Hubo un silencio tranquilo entre ambos mientras sus respiraciones se sincronizaban. Ella estaba cómoda ahí, en sus brazos, y por primera vez en mucho tiempo, sentía una paz inesperada.

Sin embargo, Madara no la miraba con simple tranquilidad. Sus ojos oscuros se clavaron en los de ella, como si estuviera sopesando algo importante, algo que llevaba tiempo guardándose. Aisuru lo conocía lo suficiente como para darse cuenta de que estaba por soltar una de esas declaraciones que solían sacudirla hasta lo más profundo, pero no estaba preparada para lo que vino a continuación.

—Desde el momento en que nos entregamos el uno al otro —comenzó, con la voz grave y seria—, te convertiste en mi prometida, mi mujer... y próximamente, mi esposa.

Aisuru lo miró en completo shock, boquiabierta, su mente tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Un momento de silencio incómodo pasó antes de que finalmente reaccionara, y cuando lo hizo, fue casi cómico.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora