Capítulo 01

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En medio de tanta gente la única que oía el resonar de sus pasos era Rebecca. Los tacones de sus botas golpeaban fuerte el piso pulido. Su corazón palpitaba rápido y nervioso. Las palmas de las manos le sudaban; aferró con fuerza la empuñadura de la barra doble de la maleta que arrastraba por los amplios pasillos del Aeropuerto Internacional Rangún de Birmania. Con la mano izquierda, apretó las asas de la cartera que colgaba de su hombro. Sus ojos grises iban de un rostro a otro, buscando a Engfa; aunque sabía que ella la esperaba en la puerta de salida, tal como lo acordaron horas atrás, cuando estaba por abordar el avión en Bangkok.

Sonrió; sus ojos brillaron de emoción. Caminaba esquivando a las personas a su paso, con las piernas débiles, pero con las ansias aferrando su corazón enamorado que, en ese instante, sentía que el sueño que comenzó cuatro meses atrás se hacía realidad. Muchas veces, en medio de la noche, mientras pensaba en Engfa, se preguntaba si no estaba loca. Si no perdió la cordura. Se consideraba una persona centrada, sensata; no era una niña, aunque sus ciento sesenta y siete centímetros de estatura dejaran dudas sobre ese punto. No obstante, sus veintitrés años, y todo el esfuerzo que hizo para entrar a la universidad, a pesar de la difícil situación económica y social de su país, demostraba su determinación; sus ganas de ser alguien en la vida la mantenían con los pies puestos sobre la tierra. Y eso se lo dejó claro a Meena, su madre, quien no pudo decir mucho cuando le anunció que viajaría a Myanmar para conocer a la persona de la que se enamoró. Una mujer que conoció en Twitter, algo que a su madre no la tenía del todo tranquila.

Iba a conocer al fin a la mujer de la que le había visto una mínima parte del rostro; tuvo que conformarse en todos esos meses con la fotografía de perfil de Twitter, donde Engfa tenía los dedos hundidos en sus cabellos, que le caían cubriéndole casi toda la cara, solo se podía ver su boca torcida con una sexy sonrisa. Los finos labios y dientes perfectos los adornaban unas diminutas arrugas en la comisura por la sonrisa. La realidad era que se adivinaba hermosa. Engfa alegaba ser tímida y que le daba miedo ser juzgada por su apariencia. Aun así, Meena bendijo su camino cuando salió de la casa con el equipaje que ahora llevaba en la mano y el corazón desbordado de ilusión. De amor.

¿Miedo? Sí, así como sentía emoción, el miedo la invadía y la hacía dudar de ese viaje, de que esa mujer fuera irreal. Por momentos dudaba de todo, pero entonces el amor que nació en la distancia le dejaba ver ese hilo rojo del que todos hablan, ese que dicen que une corazones y teje el destino de los amantes que están predestinados a encontrarse. No entendía del todo las razones de Engfa para no dejarse conocer en una fotografía; alguien con esa sensual voz, con esa sencillez, con esa ternura que salpicaba sus palabras, tenía que ser bella. Aunque las apariencias físicas no le importaban mucho, sin embargo, estaba segura de que era hermosa. Lo que la enamoró de ella fue esa forma que tenía de cuidarla aun en la distancia; la manera en que se preocupaba por lo que pensaba y sentía, por comprenderla. Una vez más, sonrió al pensar en la persona que la esperaba en la salida del aeropuerto.

Rebecca contempló su reflejo en el espejo de una tienda a su paso por el amplio aeropuerto, se detuvo tan solo unos segundos para devolver a su lugar un mechón de sus cabellos crespos de color castaño oscuro con reflejos claros, los llevaba corto hasta los hombros y su estilo le hacía lucir un peinado redondeado; por la sedosidad de sus cabellos se movían grácil con cada paso que daba. Observó con atención su rostro pequeño en forma de diamante que maquilló con sobriedad para resaltar sus pómulos. La sombra que se aplicó en los párpados hacía lucir largas sus pestañas que enmarcaban sus ojos almendrados. De boca pequeña, nariz algo respingada y labios gruesos, era una joven en definitiva atractiva. Le gustó la imagen que vio; el suéter rojo de cuello de tortuga era perfecto para su piel blanca y el pantalón de cuero negro estilizaba su figura. Las botas puntiagudas la hacían lucir un tanto más alta; cuando se las calzó esperó que la ayudaran a alcanzar sin mucho esfuerzo los labios de la mujer de la que se enamoró y que ansiaba besar con locura. Engfa... Oh, Engfa, ¡voy a besarte tanto! El pensamiento la hizo no solo sonreír y morderse el labio inferior en el instante en que subió el primer escalón de la escalera eléctrica. Su corazón se aceleró, aunque le pareció increíble. Temblaba. Temblaba de pies a cabeza, era evidente. Nunca imaginó que se sentiría así; sí, sabía que la emoción la envolvería y, a pesar de ello, eso que abrigaba iba mucho más allá de todo. ¡Engfa! Suspiró fuerte para tratar de calmarse, se sentía algo mareada, pero nada la detendría. Llegaría a la puerta donde la esperaba. El pensamiento la hizo sonreír de nuevo.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora