Capítulo 43

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—¿Se puede saber qué es lo que te pasa?

Se encontraban en el comedor, desayunando. Rebecca paró de masticar para mirar a Clemeng, luego siguió comiendo y tragó.

—No me pasa nada —logró decir; era consciente de que sus otras tres compañeras también la observaban con curiosidad.

—Estabas sonriendo —le señaló Montilla.

La reclusa sintió cómo los colores se le subían al rostro.

—Yo... no me di cuenta —balbuceó.

—Espero que no te hayas enamorado por allí en tus horas de trabajo — volvió Clemeng a la carga—. Te falta unos meses para salir de aquí y las visitas conyugales no están permitidas entre las prisioneras.

—No me enamoré —se defendió.

Clemeng se quedó mirándola sin estar del todo convencida.

Desde ese momento Rebecca se mantuvo atenta a su comportamiento; sí, se sentía en una nube y no tenía ganas de bajar de ella. Pasó el día contando las horas que faltaban para iniciar su labor, la ansiedad la tenía inquieta y se esforzó por no ponerse en evidencia delante de Clemeng, que continuaba mirándola con suspicacia.

Solo ansiaba ver a Freen; verla sonreír para constatar que lo que sucedió entre ellas fue real; aunque lo sabía, pero en su interior temía que la otra mujer se hubiese arrepentido. Sabía de la rectitud con que la directora se desenvolvía dentro de la prisión; para ella era importante el respeto de su personal. Rogó al cielo varias veces durante el día para que no lamentara su encuentro.

Y las horas parecieron ralentizarse; al fin el reloj marcó las seis y salió de su celda. A paso apresurado buscó su equipo de trabajo y subió al segundo nivel. Impaciente por ver a Freen, abrió la puerta de la antesala y se topó con la secretaria. Detuvo todo movimiento por la sorpresa.

—Buenas tardes —saludó.

La secretaria le devolvió el gesto.

—Buenas tardes. Si venías a limpiar, te sugiero que regreses después.

La directora está en una reunión que parece se extenderá.

El ánimo de Rebecca se desplomó al suelo; incluso así, forzó una sonrisa.

—Por supuesto. Gracias.

Con los hombros caídos, se dirigió por el pasillo al baño. Trató de ser positiva pensando que Freen acortaría la reunión; sí quería verla tanto como ella, estaba segura de que lo haría. Con ese pensamiento comenzó a limpiar. La reclusa se mantuvo atenta; casi una hora después vio salir a la secretaria, que se despidió con un gesto con la mano. Con un poco de pesar, continuó con su labor. Cuando acabó, de la dirección no había salido nadie, lo que significaba que Freen permanecía ocupada. A paso lento, todavía resistiéndose a regresar a su celda, llegó hasta la puerta de la antesala. Se quedó mirando el picaporte, tentada a entrar; quería al menos escuchar su voz. Levantó la mano; retrocedió cuando una voz la detuvo.

—¡Armstrong!

—¡Dios! —jadeó y se llevó la mano al pecho. Se topó con la dura mirada de Nop.

—La directora está en una reunión. Regresa a tu celda —le ordenó.

Hubiese protestado, pero se contuvo; sabía lo disciplinado que eran los custodios. Asintió y, derrotada, regresó a su calabozo tras dejar su equipo de trabajo en su lugar.

Y el día siguiente tampoco pudo verla; Freen ya se había ido cuando subió. Su corazón latió adolorido. Casi tuvo la certeza de que se arrepintió; y el «casi» lo mantuvo porque tenía la esperanza de que no fuera así. De que cuando volviera a verla podría besarla, abrazarla y perderse en su calor. Las horas del día siguiente se le hicieron tan interminables como las pasadas; sin embargo, sintió una pizca de calma cuando subió y se encontró con la secretaria ya marchándose.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora