Capítulo 37

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Rebecca no pudo dormir, el estado de agitación en que se encontraba su cuerpo, su mente, mezclado de nuevo con la decepción, era desbordante.

«Lo siento», le dijo Freen y la desilusión la envolvió, como lo hizo la situación con la fotografía de Engfa. Era que tratar con la directora era como jugar ajedrez. Y lo peor de todo era que cuando se acercó pretendía consolarla; era eso tal vez lo que le causaba más dolor. O era todo a la vez, sus desplantes que tiraban al suelo sus buenas acciones, porque estaba segura de que gracias a ella fue que su madre pudo visitarla.

Y tras todo el velo de su decepción, se encontraba el beso con Freen Sarocha Chankimha. ¡Se besó con la directora de la prisión!

Maldita sea, es que aquella era una situación que, si alguien lo contaba, nadie lo creería. O al menos ella no; si todavía no lo podía creer. Pero sucedió. ¿O no? Sí, su imaginación no era ni de lejos así de buena. En medio de la penumbra de su calabozo se cubrió la boca con las manos, no dejaba de mirar al techo mientras recordaba los ojos de Freen acercándose, brillaban como nunca antes los vio, y eso que llevaba las gafas puestas. Y después vino esa corriente eléctrica que la recorrió cuando sus labios se posaron sobre los suyos. Ni siquiera cuando besó a Engfa la primera vez se sintió así. ¿Se debía a que la directora le parecía alguien inalcanzable y de golpe todas las distancias se esfumaron entre ellas? Y no es que la pensara de esa manera.

Daba vueltas en la cama una y otra vez; a veces le echaba un vistazo a Clemeng temiendo que notara su inquietud. Cuando llegó a la celda esta la miró con suspicacia y una ceja arqueada. Tenía que tranquilizarse. Y debía dormir, pero no podía. Su cuerpo estaba tan electrificado que le era imposible mantenerse quieta. Y ni hablar de su mente, ni de otras partes específicas cuando rememoraba el beso. ¡Ufff! Es que había sido tan erótico. Freen tenía una manera de mover la lengua que la dejó alucinando.

¿Cómo volvería a besar a alguien tras esa experiencia? De pronto todos los besos que le dieron en su vida parecían juegos de niños.

Y el problema no era ese, no. El problema era que su cabeza iba cada vez más allá. Añadiendo momentos a lo que sucedió en el despacho, hasta que terminaban ambas sudorosas, agitadas y con la ropa echa un desastre. Y esas otras imágenes que su mente imaginaba incendiaban su cuerpo.

¡¿Cómo iba a dormir?!

Sin embargo, debía tener un poco de dignidad. Ella la besó y luego dijo que lo sentía; y ese recuerdo le echó un baño de agua fría a su cuerpo, y dejó extinto el incendio que la sofocaba. Freen le permitió acercarse y en seguida la alejó al huir, entonces conservaría la distancia. Tras el beso comprendió que la atracción era mutua, y no es que se hiciera ilusiones, pero tras dos desplantes, ya sabía cuál era su lugar. Quería saber más sobre la hermana de la directora; pudo advertir su dolor y lo sintió como suyo. Quería hablar con ella, no obstante, dejaría atrás lo que sucedió.

Y así lo hizo. En los siguientes días fue tarde a limpiar las oficinas, aunque le dio curiosidad no verla asomada a la ventana todas las veces que fue al patio.

Fue el día domingo que la vio. Se levantó como cada día a cumplir con la rutina de la prisión. Clemeng la sorprendió cuando, tras desayunar, en lugar de ir al patio, se encaminaron junto a sus otras tres compañeras hacia el lado contrario de la cárcel.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora