Capítulo 25

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Rebecca hizo su trabajo un poco a rastras. ¿A rastras? Sí, a rastras, pero se convenció de que se debía a que era su primera vez y que nada tenía que ver la fotografía de Freen junto a la que suponía era su familia. Y se convenció porque no existía razón para que aquella imagen la afectara de alguna manera; era normal que esa hermosa mujer tuviera una familia,

¿cierto? Cierto. No podía esperar que todas las féminas que le resultaran atractivas... O más bien hermosas, fueran lesbianas. Sin embargo, no sabía la razón, en su cabeza no cabía la idea de que la directora del Castillo fuera heterosexual. Mientras limpiaba los pisos su entrecejo permaneció fruncido, con la fotografía en su mente, distHengionándose.

Llevar a cabo sus tareas le tomó más tiempo de lo que pensó. Y de seguro más de lo que debía porque un par de custodios se extrañaron a verla todavía aseando al hacer sus rondas. Le pareció que transcurrió un siglo cuando al fin dejó su equipo de trabajo en el almacén; se cercioró de que el carro estuviera pulcro antes de irse.

De camino a su calabozo la imagen continuó ahí, en su cabeza, como una especie de fantasma. Algo en su interior le decía que la imagen que vio en aquella fotografía no era real. Cuando llegó al área, ya las luces estaban apagadas; solo algunas, en lugares estratégicos de los pasillos, se encontraban encendidas e iluminaban tenuemente el camino. Entró a su celda con los labios fruncidos.

—Creí que limpiabas todo el castillo —comentó Clemeng con un tono de burla.

Rebecca se sorprendió, su compañera solía dormir temprano.

—Me llevó más de lo que esperaba. Supongo que por ser el primer día

—explicó mientras apartaba la sábana de la cama y se tendía.

No iba a dormirse de inmediato, lo sabía. En medio de la penumbra, metió el brazo derecho debajo de la almohada y miró al techo. A su mente regresó la sonrisa de Freen, esa que le pareció que desbordaba magia por su dulzura. Sonrió sin darse cuenta. La directora del Castillo debía sonreír más a menudo; tras ese pensamiento, su entrecejo se frunció. Negó con la cabeza, tal vez si lo hiciera no infundiría tanto respecto.

Un profundo suspiro se le escapó.

—Cuidado se te escapa el alma en uno de esos —le aconsejó su compañera con el mismo tono de antes.

Al parecer Clemeng vivía para ser irónica, mordaz y una despiadada descarada. Ella no dijo nada porque todo su ser, sus pensamientos, se quedaron en la oficina de la rectora, apresada por su aroma, por su sonrisa y por aquella fotografía.

—¿Freen es casada? —la pregunta se le escapó de la mente por la boca.

Vaya traición. Oh, vaya que Clemeng iba a disfrutar con eso.

Una carcajada llenó la celda cuarenta y nueve y se extendió por el pasillo, haciéndose eco. Afuera se oyeron protestas; algunas reclusas intentaban dormir, fue la queja en los otros calabozos.

—Oh, vaya que te quedaste prendada con la directora.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora