Capítulo 17

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No era la primera vez que Rebecca veía a Freen Sarocha Chankimha; sin embargo, sí era nuevo que pudiera ver sus ojos tan de cerca, aunque continuaban tras unas gafas, esta vez, graduadas.

Los ojos de la persona parada detrás del escritorio eran como un par de agujeros negros, aun así, su mirada era inquisitiva; su gesto serio la hacía lucir como lo que era, la directora de la cárcel. El elegante conjunto de falda y chaqueta de color negro que combinaba con una camisa gris le daba un porte imponente. La prisionera calculó que debía estar en los treinta y cinco años, o cerca.

A Rebecca el color negro de los ojos de la directora le recordó a los de Engfa, pero las miradas de ambas estaban lejos de parecerse.

Freen era alta, medía un metro setenta y ocho. Su rostro ovalado era delicado, era su profunda y suspicaz mirada la que le daba un aire duro. Su cabellera negra, lisa y por debajo de los hombros brillaba de pura sedosidad. Sus cejas delineadas a la perfección adornaban sus ojos saltones de color negro. De pómulos altos, labios finos y nariz refinada , era la perfecta musa para cualquier artista que quisiera hacer una oda a la belleza. ¿Y su figura? Su silueta tenía las curvas correctas en los lugares adecuados; sus caderas estaban alineadas con su generoso busto.

Freen Sarocha Chankimha era atractiva, elegante e imponente en su justa medida.

—Rebecca Armstrong —pronunció el nombre con un tono serio, en exceso formal, aunque su mirada reflejaba curiosidad—, buenos días.

Ella tardó en contestar, la verdad era que de golpe olvidó cómo comportarse. Se sentía como en una especie de prueba.

—Buenos días —respondió notando que no se molestó en tender la mano, como lo exigía el protocolo social.

—Soy Freen Sarocha Chankimha, la directora de la prisión.

Freen, el nombre le gustó desde que lo leyó en la puerta, aunque pensó que no iba con su personalidad seria.

—Es bueno saber que hay un nombre y no es Chankimha a secas — comentó en un intento por relajar el ambiente y tranquilizarse un poco, pero no logró que el gesto de la directora se suavizara ni un ápice.

—Por favor, toma asiento —la invitó, en cambio, señalando unas de las sillas frente al escritorio.

Rebecca miró una silla, luego a ella, como decidiendo si hacerlo o no; al final se acercó y se sentó.

—Gracias.

Fue entonces cuando pudo detallar en el despacho que destilaba elegancia, tal como la directora. En primer lugar, estaba el imponente y largo escritorio de roble negro pulido; detrás había un amplio estante con libros y unos adornos en la parte superior. En la parte inferior supuso habría algún mini refrigerador escondido tras las pequeñas puertas o tal vez un minibar, la imaginó bebiendo un whisky tras una larga jornada de trabajo. La silla que ocupaba Freen era grande y se adivinaba cómoda, era de cuero negro. Los dos asientos dispuestos para los visitantes eran pequeños. Del lado izquierdo había un sofá de tres puestos y una mesa pequeña a juego; algunas pinturas adornaban esa pared y en medio de ellas, resaltaba un bonito reloj. Al costado de la entrada, empotrados en la pared, había seis monitores transmitiendo imágenes que cambiaban de una a otra, de todos los espacios de la prisión. Al otro lado la ventana que daba al patio abarcaba todo lo ancho de la oficina. Las persianas estaban recogidas, por lo que la luz de afuera iluminaba el espacio.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora