Capítulo 23

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Las indicaciones y recomendaciones que le dio Betina a Rebecca fueron bastante precisas; ella entendió y aceptó la responsabilidad que adquirió tras elegir trabajar en la penitenciaria. Comprendía en especial la responsabilidad de iniciar en la dirección; sabía que todo iría bien porque no tenía intenciones de hacer nada malo, pero sí le resultaba inquietante estar en el lugar desde donde Freen Sarocha Chankimha lo dirigía todo. Y era que percibía su presencia, aunque ella no estuviera en la oficina, tal como le pareció cuando Betina le daba las indicaciones.

En eso pensaba Rebecca al salir al patio en busca de Clemeng; la divisó en el sitio de siempre y se encaminaba hacia allá cuando recibió un fuerte empujón. En cuanto se giró se topó con la misma reclusa que la provocó antes. Ver su cara hizo que la rabia se apoderaba de su pecho en segundos, apretó los dientes en un intento por contenerse.

Lo que detonó su furia fueron las palabras que le dirigió con una sonrisa cargada de burla y desprecio.

—¡Fíjate, maldita narco!

Rebecca no fue capaz de pensar, de razonar, de nada en lo absoluto, se lanzó contra la convicta y su mano derecha le aferró el cuello con todas sus fuerzas. Su rostro se deformó por la furia y sus ojos fueron testigo de la sorpresa que fue para la otra su ataque, e intentó retroceder, pero con la otra mano la agarró por el cuello de la camisa y la inmovilizó.

—¡Alto! —ordenó el custodio que se encontraba más cerca. Los demás corrieron hacia ellas también.

En el patio se oyó un fuerte griterío en cuanto el resto de las prisioneras se percataron del enfrentamiento y las rodearon; el forcejeo duró apenas unos segundos porque los guardias intervinieron de inmediato y las separaron.

Rebecca a pesar de que exigía que la soltaran y luchaba contra dos vigilantes, fue reducida en instantes; terminó bocabajo en el suelo del patio, con un brazo atrás de la espalda. La otra reclusa corrió con la misma suerte. La algarabía acabó y el resto de las presas se quedaron observando lo que sucedía.

—¡Es una loca! —gritó la convicta que atacó a Rebecca desde el suelo—.

¡Esa loca me atacó!

—¡Porque me provocaste, desgraciada! ¡Has estado provocándome!

Clemeng, que había visto salir al patio a su compañera y cuando recibió el empujón, sintió una alerta, pero no le dio tiempo a hacer nada. Llegó hasta ella cuando ya se encontraba contra el suelo.

—¡Ya todo acabó! —anunció el guardia que intervino en primer lugar

—. Sigan con su rutina —ordenó y las prisioneras comenzaron a dispersarse.

Desde el suelo las reclusas que se enfrentaron se miraban con evidente rabia.

—Levántenlas —ordenó a los otros guardias que las mantenían reducidas cuando el cerco alrededor de ellas se dispersó—. Tú —se dirigió a Rebecca—, ¿qué sucedió?

—Ella me empujó... —respondió, aunque se sentía incómoda por el agarre en sus brazos.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora