Capítulo 42

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Rebecca estaba recostada del escritorio; Freen la rodeaba por la cintura, se negaba a soltarla, dejar de sentir su calor, el temblor de su cuerpo. Ambos pechos subían y bajaban, sus frentes brillaban por el sudor. El aliento de una rozaba la oreja de la otra.

Fue Freen la que se movió primero, y lo hizo para posar los labios en su sien.

—¿Estás bien? —susurró con la boca pegada a su piel.

Rebecca asintió, todavía se sentía débil; aunque ella la sostenía, su mayor apoyo era el escritorio. Su mente aún se encontraba nublada por lo que acababa de suceder. Había sido alucinante. Una locura, pero una alucinante. Solo esperaba que no saliera corriendo esta vez.

Freen se separó un poco, lo suficiente para bajar su falda; ahora que volvía a pensar con claridad, era consciente de que en cualquier instante los custodios podrían llegar a constatar que todo estuviera bien. Se acomodó la blusa al tiempo que sus ojos se toparon con los grises.

La reclusa casi se derrite cuando una tierna sonrisa curvó esa boca que tanto deseó besar después de aquella primera vez. Sin poder evitarlo, subió la mano y le dibujó los labios.

—Enloquecimos —susurró Freen, sonriendo aún. Rebecca rio.

—Sí, un poco. Era inevitable. La directora bufó.

—Sí, un poco —repitió sus palabras y la otra rio. Se acercó y la besó—. Te juro que me gustaría extender este momento —su voz sonó contenida, sin embargo, volvió a besarla—, pero debo encender esas cámaras o estaré en problemas —se miraron en silencio—. Lamento que sea así —susurró y juntó sus frentes.

Rebecca alcanzó a ver en sus ojos una sombra de angustia que le apretujó el corazón; hubiese dado cualquier cosa porque fuera diferente, por no estar ahí; se imaginó a Freen tomándola de la mano y sacándola de ahí, llevándola al lugar más hermoso del mundo, a una playa al atardecer, para unir sus labios y dejar que lo que sentían hablara por ellas. Al final asintió y la directora se separó; en cuanto lo hizo, se apresuró a acomodar su uniforme y devolvió unos mechones de cabellos a su lugar.

Freen esperó a que le diera una señal; cuando esta asintió, se sentó detrás de su escritorio adoptando una pose formal y encendió las cámaras.

—Aún te ves sofocada —señaló Rebecca, que se quedó parada detrás de una de las sillas de visitas.

Ella abrió los ojos, sorprendida, y sonrió negando con la cabeza; estuvo a punto de morderse los labios, pero se contuvo.

—Las dos lo estamos, así que necesitamos unos minutos antes de darle la cara al mundo.

Rebecca sonrió.

—¿Estamos locas?

—Sí —respondió sin dudarlo un segundo. El silencio las envolvió unos instantes.

—Parecías decidida cuando te fuiste —comentó sin mirarla—. ¿Por qué te devolviste?

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora