Capítulo 61

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Rebecca no podía estar más feliz y, aun así, cuando pasó hacia su celda le dedicó una mirada de reojo a Engfa; que al parecer no salía mucho. Decidió guardarse la noticia, aunque no era que pudiera ocultar su placidez, sus ojos brillaban y sonreía sin darse cuenta. Solo al toparse con la suspicaz mirada de Clemeng fue que borró el gesto de su rostro. Y desde entonces las horas se le hicieron eternas, ni siquiera cuando cayó en el hoyo el tiempo fue tan extenso.

Al día siguiente, Rebecca ya estaba lista para asistir al tribunal; ya había desayunado y se encontraba en su calabozo, acompañada por Clemeng, que permanecía sentada en su cama, mirándola ir de un lado a otro.

—No quieres decirme nada, pero estoy casi segura de que no regresarás.

Por si no lo sabes, tus ojos son muy expresivos.

A su compañera se le hizo un nudo en la garganta.

—Clemeng...

—Nah, no te excuses, marimacho —le dijo y la ella rio—. Lo entiendo, hay algunas cosas que es mejor no gritar al viento.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Rebecca.

—No sé qué sucederá hoy —mintió—. Si no regreso, vendré a visitarte.

—No tienes que hacerlo.

Ella no comentó nada de inmediato, se levantó, se acercó a Clemeng y la abrazó.

—Lo haré.

—Te lo dije, todas se van antes que yo. Ambas rieron, aún abrazadas.

A Freen también se le eternizaban las horas; estaría con Rebecca en el tribunal, aunque no saldrían juntas de la prisión. Como reclusa, debía ser trasladada en una patrulla con la correspondiente escolta. Mientras tanto, la directora dio inicio a los trámites correspondientes para la excarcelación y cierre de su expediente en El Castillo.

Tras la noticia de que sería liberada, puso en marcha otro plan. El lugar donde se quedaría Rebecca. Sabía que vivía en Barinas, y ahora se negaba a que se alejara de ella; la necesitaba cerca. El día de la liberación resolvería el problema con un hotel, pero, ¿y luego? No podía simplemente llevarla a su casa de buenas a primeras, donde vivía su hijo, aunque tenerla cerca era lo que anhelaba. Y después estaba Heng; tal como él le dijo días atrás, su matrimonio era solo una imagen. Debía hablar con él y hallar cuanto antes un lugar para ella.

La espera para la audiencia en el tribunal se hizo eterna y cuando llegó el momento, ambas se encontraban tan emocionadas como nerviosas. La convicta permaneció bajo custodia de la policía hasta que la llamaron y entró al tribunal; mientras lo hacía, vio a la directora en la primera fila de los asientos dispuestos para el público. A su cabeza llegó el recuerdo de la primera vez que la vio en Birmania, cuando entró a aquella sala procurando pasar desapercibida, pero su imagen, su elegancia, jamás podría ser ignorada. Era tan hermosa que la maravillaba y se enamoró de ella sin quererlo y sin advertirlo. Ahora, ante su inminente liberación, un millón de dudas la acechaban. Qué pasaría con ellas, era la que más la atormentaba. Apenas hablaron desde la llamada de Castro, por lo que en su mente todo era incertidumbre.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora