Capítulo 09

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Rebecca le narró lo mejor que pudo al oficial antinarcóticos cómo conoció a Engfa, si era que se llamaba así, ahora dudaba que su nombre fuera real. Le contó de su llegada a Myanmar y lo que hicieron durante su estadía. Y a medida que relataba todo aquello, se daba cuenta de lo tonta que fue. Un cuento de hadas como el que creyó que vivía no podía ser verdad. Los cuentos de hadas eran eso, cuentos.

Después de tomarle la declaración, las huellas y completar todo el papeleo, dos agentes la escoltaron hacia la salida del aeropuerto, donde los esperaba una patrulla que los trasladarían a la estación de policía. Rebecca iba en la parte de atrás; las lágrimas no paraban de bañarle el rostro. En Birmania la noche ya había caído y las luces de la ciudad las veía borrosas. En ese momento sentía un profundo dolor, no únicamente por la situación en la que se encontraba, sino por el sufrimiento que le causó a su madre.

Horas antes le permitieron hacer la llamada a la que tenía derecho y llamó a su madre, no contaban con nadie más en el mundo. Cerró los ojos al recordar cuando la voz de Meena se quebró en cuanto le dio la noticia. No podía imaginar la angustia que debía estar viviendo; muchas veces ella le aconsejó que tuviera cuidado con Engfa. Su madre solía escuchar las noticias a diario en la radio, por eso estaba al tanto de las trampas en las que caían cientos de incautos. En su mayoría mujeres, que confiaban y terminaban secuestradas, extHengionadas, violadas o prostituidas y otras utilizadas para la trata de personas o en su caso, como mulas. Una realidad de la que hay que cuidarse. Rebecca se enamoró y eso la cegó, la hizo confiar.

Meena le dijo que intentaría llegar a Birmania, sin embargo, no era fácil. Podrían cubrir los gastos del viaje, pero no tenían a nadie en Myanmar, la estadía sería costosa. Además, le daba vergüenza que su madre fuera a verla a una cárcel. Nuevas lágrimas se derramaron. ¿Cómo pudo caer en esa situación? Negó con la cabeza, decidió que si tenía la posibilidad de hablar con su madre, le pediría que no fuera; ella no soportaría verla tras las rejas. Le asignarían un abogado de oficio, haría todo por demostrar que era inocente, que fue utilizada. Apretó los dientes maldiciendo una vez más a Engfa. De golpe se la imaginó riéndose de ella junto a Sayama, su cómplice.

La patrulla se detuvo unos segundos frente a una casilla de control mientras un portón comenzó a abrirse cuando le dieron acceso. A Rebecca se le revolvió el estómago; habían llegado a la estación. Poco después uno de los escoltas que la trasladaban la ayudó a descender, hacerlo con las manos esposadas a la espalda no era fácil. Había algo de movimiento en los pasillos del amplio edificio. A su paso vio a algunas personas esposadas sentadas en unos bancos. De seguro para esas personas ella también era una delincuente. Los policías la llevaron a una oficina donde volvieron a tomarle las huellas; entregó todas sus pertenencias, que quedarían bajo el resguardo de la estación. Luego le llenaron una ficha para el expediente y le tomaron un par de fotografías, tal como lo hacen en las películas. La luz del flash la cegó por unos segundos. Tras el papeleo, que tomó bastante tiempo, los dos policías se fueron, ya su trabajo había terminado.

—Señorita Armstrong, desde este momento será trasladada a una celda hasta que su caso llegue al fiscal —le anunció un policía que vestía con un uniforme diferente a los del aeropuerto—. Podrá hablar con un abogado en cuanto le sea asignado.

—¿Cuándo será eso?

—Podría ser mañana.

—¿Podría?

—Hay que dar con un abogado que pueda atender un caso de oficio.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora