Capítulo 38

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Dos semanas pasaron. Dos semanas en que Rebecca no vio ni se encontró con Freen.

—¿Necesitas verla? —le preguntó con un tono burlón Clemeng cuando ella le comentó que hacía días que no veía a la directora—. O es que quieres una reunión en privado para que resuelva tus... —gesticuló un par de obscenidades con las manos— necesidades —la chinchó y soltó una carcajada.

Se hallaban en su celda. Rebecca esperaba su hora de trabajo. Rodó los ojos, las bromas de Clemeng no paraban.

—Eres tan vulgar —se quejó.

—Nada de vulgar. ¿Crees que no me doy cuenta de la forma en que la miras cuando está en la ventana?

La zozobra que la invadió fue descomunal, pero trató de mantener la compostura.

—No la miro de ninguna manera. Apenas la he visto.

—Te la pasas pendiente de mirar arriba cuando estamos en el patio. No soy tonta, le tienes ganas —se burló de nuevo.

Cansada de las bromas, se levantó de la cama y pulsó el botón para solicitar la apertura de la reja. Cuando salió aún podía oír la risa de Clemeng. Negando con la cabeza, avanzó por los pasillos hacia el área de mantenimiento. Unos minutos después, ya en el nivel superior, se encontraba limpiando un corredor cuando oyó una puerta cerrarse; al asomarse, vio a la secretaria de Freen salir y encaminarse al ascensor. La mujer captó el movimiento y dirigió la vista hacia ella. Sonrió y la saludó con la mano, justo antes de que el ascensor llegara y lo abordara. Miró el reloj al fondo del pasillo, pasaban diez minutos de las seis. ¿Era la secretaría la última en salir? Su enfado por la actitud de la directora había disminuido y fue reemplazado por un poco de preocupación y otro tanto de curiosidad. ¿Evitaba Freen encontrarse con ella o estaba indispuesta por alguna afección de salud? Tenía que saberlo.

Cuando subió, no pensó en ir al despacho de la directora después de días sin hallarla allí. Ahora, una ínfima posibilidad de verla al fin apareció en el horizonte. Y con ella, su corazón se agitó; ni siquiera se preocupó por terminar de limpiar, se quitó los guantes y los dejó colgando del carro y se encaminó hacia el despacho.

Freen apenas podía concentrarse en lo que le decía el abogado que intentaba que su representada, que había sido acusada por el fiscal, pagara su condena en El Castillo. Le explicó que, por el historial de la acusada, no era viable que fuera asignada a esa cárcel; pero los buenos abogados no se rinden con facilidad y este continuaba argumentando, aunque ella no iba a ceder en su decisión. Las reglas de su prisión eran claras y los protocolos para que una condenada fuera asignada ahí, también, así que ningún argumento valdría.

La directora miraba el reloj avanzar; ya eran las seis. Rebecca de seguro ya estaría por llegar y no lograba deshacerse del abogado. Diez minutos más transcurrieron y fue entonces, en medio de su desesperación, que se olvidó de toda su diplomacia.

—Su representada no cumple con las pautas de conducta de nuestras reclusas... —le reiteraba cuando él la interrumpió.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora