Capítulo 24

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El resto del día fue rutinario para Rebecca, después de todo, no podía hacer otra cosa que distraerse en las distintas actividades que se llevaban a cabo en la penitenciaria para pasar el tiempo. Ese día al menos comenzaría a laborar y eso la ayudaría a olvidarse del enfrentamiento con la otra reclusa, a la que no vio más y lo agradeció. Sin embargo, cada vez que recordaba las palabras que le dirigió le ardía el pecho de rabia. Tendría que controlarse, tal como le recomendó el custodio que intervino en el enfrentamiento y su compañera. Clemeng y las otras fueron claras, «no respondas a sus provocaciones», le aconsejaron.

En ese momento se hallaba en su celda, a punto de salir para dirigirse al área de mantenimiento para buscar su equipo de trabajo. Clemeng se encontraba tendida en su cama leyendo un libro.

—No te esfuerces demasiado —le aconsejó sin apartar la vista de las hojas.

Rebecca la miró.

—Lo haré lo mejor que pueda.

—¡Puf!

Ella sonrió por la actitud de su compañera. Había llegado la hora, pulsó el botón para solicitar que le abrieran la reja y, tras unos segundos, el sonido electrónico del seguro al quitarse se hizo eco en el espacio y la reja se deslizó a un lado. Respiró hondo y avanzó por el pasillo; un vistazo a las otras celdas y se topó con algunas miradas curiosas. A esa hora las demás convictas permanecían en ellas, leyendo, jugando o conversando. Le gustaba conversar con Clemeng, pero prefería estar fuera que dentro de su calabozo; al menos laborar le daría algo de «normalidad» a sus días en cárcel.

Los corredores estaban casi desiertos; se topó en su camino con unas pocas prisioneras que venían o iban a los sanitarios. Otras trabajaban limpiando los pasillos. Los guardias, como siempre, ocupaban puestos estratégicos. Unos minutos después abrió la puerta de mantenimiento y se tropezó con Betina, que parecía estar lista para acabar su día de labor.

—Buenas tardes —la saludó ella.

—Buenas tardes —respondió mientras se colgaba su cartera al hombro

—. Recuerda cuidar tu equipo.

—Está bien.

—Hasta mañana —se despidió.

—Hasta mañana.

Betina salió y de pronto Rebecca se encontró sola; le resultó extraño que dejaran tantas cosas al alcance de una reclusa. Se quedó observando todo a su alrededor y, al final, puso la vista en cada una de las tres cámaras que había ahí. De seguro un custodio la vigilaba; supuso que cualquier intento de hacer algo indebido quedaría registrado y ninguna convicta estaba dispuesta a sufrir un castigo por una tontería así.

Finalmente, fue al sitio donde se almacenaban los equipos de trabajo y se hizo con el número tres; salió empujando el carro de exprimir y se dirigió al ascensor. Los guardias que se topó en el camino apenas le prestaron atención. Al parecer en el castillo todo funcionaba como correspondía y por eso las prisioneras que estaban fuera tenían una razón para estarlo. Además, empujaba el carro, era obvio que se disponía a trabajar.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora