Capítulo 59

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—No fue algo personal —respondió Engfa sin mirarla—. Era mi trabajo.

El argumento hizo que una ráfaga de furia recorriera el cuerpo de Rebecca, que quiso entrar a la celda, pero el ligero movimiento se quedó en intención. El recordar la oscuridad, el silencio del hoyo, la detuvo. Miró a Nop, que permanecía en el pasillo, atento a lo que sucedía.

—No va a pasar nada, ¿de acuerdo? —le aclaró con un tono de impaciencia. Él no se inmutó, siguió vigilándola de cerca. Ella respiró hondo y volvió su atención a Engfa—. ¿Llamas trabajo poner droga a alguien en su equipaje? —bufó—. Eres una maldita desgraciada —masculló entre dientes; su rabia no cesaba, al contrario, era como fuego en una brizna de hierba seca.

—Sí, era mi trabajo.

El silencio que se hizo era casi ensordecedor; para Engfa era como estar en suspenso, mantenerse a la espera de que los acontecimientos se sucedieran. No quería discutir con Rebecca; ansiaba poder decir algo que calmara su rabia para que pudieran hablar, para que le permitiera explicarle. Cuando ya no pudo más con el silencio sabiendo que permanecía en la puerta, mirándola, se atrevió a fijar la vista en ella.

Rebecca vio esos ojos negros con los que meses atrás soñó y ahora los encontró vacíos, como si fueran el espejismo de una mentira. No halló en ellos esa ternura que casi pudo palpar cuando se reunieron en Birmania. De aquello quedaba una pesadilla, el horror, el miedo.

—Lamento que te atraparan —dijo Engfa y se levantó de la cama para mirarla de frente—. Lo lamento de verdad.

—No fue lo que me dijiste cuando te llamé para que lo aclararas todo a la policía.

—Confiaba en que pasarías sin problemas, era la tercera vez que usaba ese método de poner la droga en los bolsos. Otras chicas pasaron, no sucedió nada. Quería verte de nuevo. Solo fue mala suerte.

Rebecca sonrió.

—Por supuesto, mi mala suerte y yo —comentó con un tono sarcástico

—. De no ser por eso, estaríamos juntas, ¿no?

—Sí, lo estaríamos —respondió Engfa con determinación y dio otro paso—. Contigo serían tres trabajos. Después de eso soñaba con que te quedaras conmigo. Tú me atraías de verdad —confesó e hizo una pausa—. Me gustas, de hecho.

Rebecca frunció el entrecejo, no supo si reír o regresar al hoyo para no escuchar más absurdos.

—Y supongo que crees que, ya que estamos aquí, podemos jugar a la casita y vivir un idilio, ¿no?

—No es gracioso. Estoy siendo sincera.

—Y yo te soy sincera cuando te digo que lo que quiero es arrancarte los ojos, pero este... —señaló con el pulgar a Nop que continuaba cerca— no me lo permitirá. Eres una maldita desgraciada, Engfa. No te voy a negar que me conquistaste meses atrás, sin embargo, arruinaste mi vida. Lo que en algún momento pude sentir por ti se esfumó cuando me mandaste al carajo en aquella llamada. Cuando pusiste esa droga en mi equipaje. Cuando me abandonaste a mi suerte.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora