Capítulo 06

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Siete días transcurrieron desde que Rebecca arribó a Birmania; desde que llegó a los brazos de Engfa. Siete días y el siguiente sería el octavo, el de su partida. Mientras hacía la maleta sentía que de su corazón se desprendía un trozo de él con cada prenda que colocaba dentro. Algunas lágrimas humedecían sus mejillas. Respiraba hondo cada vez que un enorme nudo le atenazaba la garganta. Para su suerte, Engfa no estaba ahí; había salido a atender un asunto de trabajo. Le prometió que no tardaría, ya llevaba un par de horas afuera. Esperaba que no tardara mucho, pensaba que con ella a su lado aquello sería más fácil. Aunque luego desechó el pensamiento. No había manera de que fuera fácil; le dolía demasiado irse, quería quedarse. Sus ojos se humedecieron otra vez.

Afuera oyó la puerta de la casa cerrarse; se secó el rostro para limpiar las huellas de las lágrimas, si bien era casi seguro que sus ojos la delatarían.

¡Amor!

—¡En la habitación!

Tras unos segundos, Engfa entró en la habitación. Rebecca se quedó hipnotizada por su belleza. ¿Podía ser más hermosa? La alta mujer vestía un traje de pantalón y chaqueta de color rojo que parecía costoso, sandalias altas y unas gafas oscuras que se quitó en cuanto entró y le sonrió.

—Hola, cariño —se acercó y la besó en los labios.

—Hola —dirigió la vista a las bolsas que ella llevaba en las manos—.

¿Y eso?

Engfa dejó las bolsas sobre la cama.

—Oh, olvidé decírte. Les enviaré unos obsequios a unas primas, unas carteras que las enloquecen. Espero que no te moleste. Ellas te esperarán en Maiquetía —Rebecca frunció el entrecejo y le dio un vistazo a las bolsas—. Por supuesto hay un par para ti —aclaró mientras tomaba una de las bolsas y se la tendió—. Para que me recuerdes —un guiño acompañó su amplia sonrisa.

Rebecca rio por el comentario y agarró la bolsa.

—Idiota. Te recordaré por otras cosas.

La otra mujer rio con picardía y volvió a besarla.

—Espero te gusten.

Ella sacó dos carteras de la bolsa.

—Oh, por Dios, Engfa. Son hermosas. ¡Wow! —de inmediato se colgó una del brazo y se acercó a la cómoda para mirarse al espejo—. Pareceré una dama de alta sociedad.

—¿Ahora quién es la idiota? —se le acercó por detrás y la abrazó. Le besó la oreja y sus ojos se encontraron a través del espejo—. Eres una reina. Y no necesitas una de estas para parecerlo.

Rebecca se dio la vuelta entre sus brazos y la besó.

—Gracias. Me encantan.

—Me alegra que sea así. Hay una tercera que es para tu mamá. No quiero que piense que solo quería acostarme con su hija.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora