Capítulo 41

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El calor que envolvió a Rebecca fue voraz, simplemente levantó los brazos y la rodeó por el cuello, necesitaba tomar de esa boca todo lo que le ofrecía, deseo, ansias, hambre desmedida por sentirse. Las dos gimieron cuando Freen la prensó más contra su cuerpo y ella se puso de puntas para entregarse a ese beso que hizo desaparecer la realidad de su alrededor.

Mientras los labios se encontraban una y otra vez, la directora la estrujaba contra su cuerpo, llevando un ritmo erótico que fue encendiéndoles la piel, desbordando urgencia, necesidad. Los gemidos de placer se ahogaban en sus gargantas porque sus bocas parecían fundidas y se negaban a separarse. Rebecca sintió las manos recorrerle la espalda por encima de su ropa, dibujando su silueta, sus curvas. Los dedos se deslizaban y apretaban en busca de piel, de calor.

La reclusa, llevada por la excitación que irrumpió en su ser, se aferró a ella y empujó la pelvis buscando contacto, pero no lo encontró. Una protesta se ahogó en su garganta. Sintió un vuelco en el estómago cuando Freen se inclinó, sin separar sus bocas que continuaban devorándose, le recorrió con la mano abierta el borde del muslo derecho, bajó otro poco, le levantó la pierna y la hizo rodearla. Un segundo después le cubrió su trasero, la giró y dio un par de pasos llevándola con ella hasta que sintió las nalgas chocar contra el borde del escritorio. Fue entonces cuando Rebecca echó la cabeza hacia atrás, rompiendo el hambriento beso porque en la posición que quedó, el muslo de Freen quedó entre sus piernas y esta comenzó a restregarse contra ella al tiempo que hundía la cara en su cuello para lamer y besar con las mismas ansias la sensible piel.

—¡Dios! —jadeó.

Rebecca se aferró a su fuerte espalda, mientras absorbía el placer que golpeaba su sexo con cada nuevo encuentro de su pelvis con el duro muslo. Era enloquecedor. Apenas era capaz de pensar, pero sabía que ninguna de las dos sería capaz de detenerse. ¿Y cómo hacerlo? El cuerpo de Freen la cubría por completo, su calor, su fuerza, sus labios quemando su garganta, su lengua arrastrando profundos jadeos. Su corazón latía fuerte, solo podía sentirla; vibraba. Temblaba de deseo, de ese que la absorbía con la misma fuerza y que sus cuerpos ansiaban saciar. Freen estaba tan excitada como ella y eso la elevaba tanto como sus ardientes caricias.

Con otro movimiento la directora la sentó sobre el escritorio y sus manos, casi con desesperación, descendieron y buscaron su piel. En el instante en que sintió el roce, se detuvo, Freen levantó la cabeza y sus ojos se encontraron. El deseo ardía poderoso en la oscuridad de su mirada; tenía los labios entreabiertos y su pecho subía y bajaba. Se contemplaron en silencio. En medio de la pausa, Rebecca deslizó la mano izquierda por la espalda de la otra mujer hasta que terminó en su nuca.

—No hay nada que anhele más —susurró con la voz ronca.

Freen tragó saliva y permitió que ella se acercara hasta que sus bocas volvieron a unirse, esta vez lento, con ternura; las manos debajo de la tela del uniforme tomaron vida, se abrieron sobre la piel, delinearon la curva de la estrecha cintura. Esta vez Rebecca fue la que tomó la iniciativa cuando invadió con la lengua la otra boca y fue como si una chispa hubiese alcanzado un poco de pólvora. Sus cuerpos comenzaron a frotarse de nuevo a un ritmo ansioso, erótico, mientras las manos de Freen ascendían, conquistando centímetro a centímetro esa piel que parecía terciopelo y seducía su tacto. Gruñó una protesta cuando se topó con la tela del sostén.

Rebecca rio contra su boca y volvieron a mirarse antes de que Freen le mordiera la barbilla y volviera a buscar su cuello. Sin perder tiempo, fue al broche del sostén y lo soltó. Sus manos volvieron al frente, exigiendo eso que ansiaban.

Rebecca gimió fuerte y se estremeció cuando le envolvió sus senos. La directora restregó la cara contra su cuello, deleitándose, haciendo realidad eso que tanto deseó. Sin dejar de friccionar, alzó la cabeza para mirarla otra vez; la descubrió con los ojos cerrados y un gesto de delectación plasmado en su rostro. Sonrió sin que ella la mirara y le rozó los labios con los suyos.

—Son tan perfectos como los imaginé —dijo con la voz más grave de lo habitual. Al mismo tiempo friccionó ambos pezones y volvió a sonreír complacida cuando Rebecca jadeó.

Freen besó fugazmente los labios entreabiertos; sus manos subieron la tela de la camisa y ella bajó. Iba a implosionar si no lo hacía; apartó la mano, justo en el instante en que su boca se abrió para cubrir el fruncido pezón. Gimió de puro placer. Iba a enloquecer. Sin poder contenerse, abrazó el pequeño cuerpo y sintió las piernas de Rebecca rodearla. Succionó con hambre el duro pezón, se deleitó con los temblores del cuerpo que tenía entre sus brazos, del calor que brotaba de él, de los gemidos que llenaban la oficina, de la forma en que una de sus manos se hundía en sus cabellos, manteniéndola ahí, donde la quería; y la otra se aferraba a su hombro. Era enloquecedor el deseo que sentía, el placer que le daba tenerla así, a su merced, entregada, sintiendo en ella la misma necesidad que recorría sus venas. Su sexo ardía y solo era consciente de que precisaba entregarle su deseo, llenarse la una de la otra. Era una locura y era delirante.

Rebecca no paraba de gemir, su ser, su cuerpo era una masa sensible que se estremecía cuando los labios de Freen recorrían la redondez de su seno, al rozarle el pezón con la lengua y juguetear con él lanzando potentes corrientazos que estremeciendo su vientre, provocando que su humedad se desbordara y su excitación la torturara. Los dientes mordisqueaban cuando la boca se paseaba entre uno y otro seno; entonces le envolvía desde la areola y succionaba, elevándola al cielo, deleitándola, haciéndola gritar.

Aquello era una delicia, exquisito, pero Rebecca necesitaba más. Su deseo por Freen no se conformaba con sentirla, también quería tomar de ella, y no pararía hasta lograrlo. Apoyó una mano en el escritorio y eso la ayudó a que sus cuerpos se incorporaran un poco; con una protesta, abandonó los senos y sus miradas volvieron a encontrarse antes que sus bocas se buscaran ansiosas. Ella bajó las piernas y eso lo aprovechó la directora para deslizar una mano por debajo de la tela del pantalón; sin embargo, no se quedó atrás. Mientras la mano ahora pasaba de sus pantis, ella hizo espacio para subir la falda de Freen. Tuvieron que romper el beso porque lo que buscaban hacer las obligó.

Rebecca gimió primero; los dedos de la otra mujer rozaron el triángulo entre sus piernas; eso la agitó y la hizo perder un segundo el sentido de lo que hacía, que era deslizar la mano por debajo de la tela del pantis de Freen, que gimió después. Luego lo hicieron a la vez y se quedaron paralizadas, absorbiendo el momento, lo que sentían, tal vez todo lo que las llevó a ese instante al que no renunciarían jamás.

Freen cerró los ojos, tuvo que hacerlo porque el placer fue casi doloroso; exquisito y doloroso. Tomó aire porque lo necesitaba, al igual que apagar el fuego de su vientre y el de Rebecca. Precisaban un poco de espacio, así que la rodeó; al abrir los ojos se topó con el color gris envuelto en deseo, ternura, pasión y ella se dejó absorber. Ambas empezaron a mover los dedos sobre sus clítoris hinchados y sensibles. Cerraron los ojos y juntaron las frentes, respirando el aire de la otra. La humedad de sus sexos les permitía llevar el mismo ritmo de sus corazones; abrigaban el calor de sus vientres en los dedos y ansiaban absorberlo todo, pero en lo profundo de su conciencia sabían que no tenían demasiado tiempo, que rompían las reglas.

Sus gemidos y jadeos llenaban el silencio de la oficina; Rebecca se separó del escritorio porque su pelvis tenía vida propia y buscaba con ansias esos dedos que le daban gozo y tomaban de ella, haciéndolas una. Freen la rodeaba por la cintura, sosteniéndolas a ambas, conduciendo el ritmo de la pasión que las envolvía.

Con cada segundo el gozo se intensificaba. Vibraban al unísono. Sus vientres se contraían; sus cuerpos tensos ya sentían los primeros espasmos, esos que precedían el orgasmo. La excitación era desquiciante, sus rostros se contrajeron; una mezcla de dolor y exquisito placer las envolvió, gruñeron al unísono y sus frentes se juntaron una vez más. Freen la sostuvo con firmeza, entonces sus bocas se abrieron en el instante en que el orgasmo llegó y las palpitaciones golpearon su ser. Los dedos se movieron con mayor velocidad y el grito de ambas escapó de sus gargantas sin pudor, dándole libertad en medio de la prisión.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora