Capítulo 22

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Al día siguiente Rebecca no se sobresaltó tanto cuando a las siete de la mañana sonó el timbre que anunciaba el inicio del día; un gruñido la hizo reír, Clemeng protestaba cada día antes de moverse y sentarse en la cama.

Después de cumplir con la rutina de aseo y desayunar, la mujer de ojos grises se despidió de su compañera para seguir las indicaciones de Cova para incorporarse al trabajo. Un custodio le indicó el camino y pronto entró a un área de la cárcel que no conocía. En una puerta leyó,

«Mantenimiento»; no había nadie a la vista a quien pedirle información, pero sí se percató de las cámaras del pasillo. Ella tocó y esperó; tras unos segundos lo intentó otra vez, tocó y puso la mano en el picaporte, que giró con facilidad. En cuanto asomó la cabeza se encontró con una persona que la miraba desde el fondo de la habitación con una ceja arqueada.

—Buenos días —saludó la prisionera—. Soy Rebecca Armstrong. Cova me envió. Se supone que debo hablar con Betina.

—Adelante —le pidió la que parecía ser la encargada; tenía en la mano una tablilla con algunas hojas donde hacía anotaciones; vestía ropa de trabajo del mismo color que el uniforme de los custodios—. Soy Betina — se presentó sin dejar de escribir—. Dame un minuto, por favor.

La prisionera asintió y se quedó observando el lugar, que era amplio y olía a detergente; había una especie de almacén donde reinaba el orden, a pesar de la significativa cantidad de productos e implementos de limpieza que estaban a la vista.

—Es agradable aquí —comentó casi sin darse cuenta.

—Mju... —el sonido salió de la garganta de la encargada y unos instantes después levantó la cabeza y bajó la tablilla y le tendió la mano—. Hola, bienvenida.

—Gracias.

—Haremos esto rápido. Ven —le pidió y se dirigió al almacén—. Tu equipo de trabajo será el número tres. Consta de una escoba, una mopa y un carro exprimidor. Todo está enumerado como puedes ver —señaló los implementos—. Este será tu equipo, debes cuidarlo y no perderlo. Cuando inicie tu turno vendrás aquí, lo tomas y te registras aquí —le indicó otra tablilla con una hoja de registro—. Cumples con tu labor y regresas el equipo. El carro debe estar limpio, ¿queda entendido?

—Sí.

—Bien. Todas comienzan en la dirección, luego se van rotando a medida que toman experiencia y habilidad para hacer una limpieza rápida y correcta. El área más difícil es la cocina, pero te falta mucho para llegar allí, así que no te preocupes.

—Estoy dispuesta a trabajar.

—Es bueno saberlo porque no todas las princesas cautivas en El Castillo están dispuestas a hacerlo. Vamos —le ordenó y se pusieron en marcha—. Cumplirás un horario de cuatro horas diarias —explicaba a medida que avanzaban por los pasillos—. Hoy iniciarás en el turno de la tarde, de seis a ocho de la noche. El turno matutino es a esas mismas horas...

—Pero las celdas abren a las siete —apuntó la reclusa. Betina desechó la observación con un gesto con la mano.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora