Capítulo 50

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Rebecca le acariciaba la espalda mientras besaba su garganta, la base de su cuello. El ritmo de su respiración le dijo que ya estaba calmada; la agitación que deja el clímax ya era apenas una estela. De pronto sintió unas manos en sus caderas, en ese momento mordió con suavidad la base de la garganta.

—Oye... ten cuidado con lo que haces —pidió Freen aún con la voz ronca.

La reclusa pegó la frente a su pecho y su risa traviesa le encantó.

—Lo tengo.

Las manos subieron y enseguida su cintura fue rodeaba.

—No tanto —dijo Freen antes de buscar su boca con hambre de más.

Rebecca gimió; su vientre era un volcán. Su respiración se agitó cuando la lengua que invadió su boca exigió la suya. Era maravillosa esa sensación, esa forma en que se enredaban, a veces succionando, otras disfrutando del calor de la unión. De golpe el beso terminó y ni siquiera tuvo tiempo de protestar, Freen la separó de su cuerpo y la hizo girarse, quedó pegada a su espalda, y luego la sujetó por las muñecas y la hizo poner las manos sobre el escritorio. Todo sucedió tan rápido que apenas alcanzó a entender lo que sucedía y cuando lo supo, un golpe de placer llevó su excitación a un nuevo nivel.

—Te has portado mal —gruñó Freen a la vez que recorría el cuerpo con ambas manos por encima del uniforme. Se pegó a ella y le habló al oído—. Debo requisarte, no quiero correr riesgos contigo —le recorrió la oreja con los labios, haciendo que su aliento golpeara la piel sensible hasta que le atrapó el lóbulo y se entretuvo succionándolo mientras sus manos envolvían los senos pequeños, frotándolos, amasándolos.

La pelvis de Freen buscaba su trasero y ella lo levantó para concederle ese contacto que ansiaba. Sus senos fueron liberados y las manos descendieron dejando ardor a su paso hacia sus caderas. La sintió buscar el borde del pantalón y luego un tirón. Rebecca agradeció estar apoyada al escritorio porque se sintió mareada y las piernas apenas tenían fuerzas. Su cuerpo se encontraba entre las garras del placer y la excitación, sentía su piel desgarrarse, pero no había dolor, solo gozo, se apreciaba perdida en un abismo del que no quería salir mientras Freen continuara tocándola, besándola, desnudándola así. Ahora las manos subieron desde los tobillos por sus piernas, pasaron por los muslos hasta que terminaron asiendo sus nalgas; las uñas de su amante se clavaron en su carne, provocando otra descarga de delectación.

—Es una hermosa vista —jadeó Freen a su espalda. Volvió a pegarse a su cuerpo para hablarle al oído—. ¿Puedes sentirme? —le preguntó en el instante en que deslizó una mano entre sus piernas, buscando ese lugar que sabía la esperaba.

Rebecca echó la cabeza hacia atrás, recostándola de su clavícula, los dedos se deslizaron entre sus pliegues. El estremecimiento la elevó cuando Freen comenzó a hacer círculos en su clítoris. Un renovado gemido llenó la oficina y su cuerpo se retorció contra el de la directora que la sujetaba fuerte con el otro brazo, mientras aprovechaba la posición para que sus labios recorrieran la piel del cuello a su alcance.

—Freen... —resopló.

Rebecca era incapaz de pensar, solo sentía los dedos que frotaban su clítoris con agilidad, llenando de calor su vientre, acumulando esa fuerza que hacía palpitar su ser y la elevaba.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora