Capítulo 51

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Freen llevó de la mano a Rebecca hacia las sillas para visitantes.

—Dame un momento —le pidió cuando la reclusa creyó que se sentaría a su lado—. Debo quitar los seguros —le aclaró al advertir la interrogación en su mirada.

—Lo entiendo.

Ella la vio salir del despacho y poco después regresó; cerró la puerta al entrar sin ponerle el seguro. Frunció los labios porque eso significaba que ya no podrían ser cariñosas. Freen acercó la otra silla, tomó asiento y buscó su mano.

—Lo siento —susurró.

—No importa —le sonrió—. Te fuiste en cuanto atraparon a Engfa,

¿no es cierto?

La directora la miró a los ojos y asintió.

—Sí. Unas horas después.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Ella se mantenía acariciándole el pulgar con el suyo, no quería romper el contacto por nada del mundo. Respiró hondo antes de responder.

—En primer lugar, porque tenía poca información. No conocía cuál era la situación de esa mujer. Y segundo..., no quería preocuparte. Sabía que te ibas a poner ansiosa. Yo lo estaba.

—¿Cómo fue?

—Tenía a otra chica...

—¡Maldita! —gruñó Rebecca. En un segundo una furia desmedida inundó su pecho. Sus ojos brillaron de rabia cuando apretó fuerte la mano de Freen—. Es una maldita.

—Por suerte mis detectives la encontraron a tiempo. La chama no podía creer las pruebas que le mostró el fiscal.

—Me puse nerviosa cuando declaré.

La directora sonrió comprensiva y ahora fue ella quien le apretó la mano como muestra de apoyo.

—Lo hiciste bien —le subió la mano y le besó los nudillos.

Rebecca se sintió derretir por el gesto. Los ojos negros destilaban ternura, tuvo ganas de besarla, pero se contuvo. Se conformó con cubrirle con la otra mano la que le envolvía la suya.

—¿Cuántos años le dieron?

—El juez dictaminó que era justo que pagara cada año que sus víctimas pasaron en presidio, aparte de los que corresponden por sus delitos — explicó con una serenidad que a ella misma le sorprendió—. Estará en la cárcel por cuarenta años.

Rebecca se echó hacia atrás en la silla y le soltó la mano para cubrirse la boca.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora