Capítulo 40

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Las palabras de Heng permanecieron en la cabeza de Freen durante tres días. Tres días en los que trató de ignorarlas; ¿cómo se le ocurrió a Heng decirle que esperara a Rebecca? Eso sería alentar sentimientos que no podía ni debía albergar. Y no es que no pudiera porque si era sincera, ya los sentimientos llevaban algo de tiempo haciendo su lucha contra su razón y a veces tomaban la delantera. Entonces se perdía en sueños, en recreaciones de las dos juntas, besándose como lo hicieron aquella vez y traspasando los límites que las separaban.

Ese día llegó a su despacho puntual, tenía una reunión con el equipo interdisciplinario, y Rebecca se empeñaba más de lo habitual en rondar sus pensamientos. Cuando despertó, mientras bebía su café y se despedía de su hijo; y al conducir hacia la prisión, justo en ese momento cuando firmaba unas autorizaciones. Era una mezcla de sueño con pesadilla contra la que luchaba, porque no debía... ¡De ninguna manera debía dejarse llevar por lo que sentía!

Y en esa lucha pasó el día. Ya se acercaba la hora de salida y en su fuero interno intentaba obligarse a dejar a un lado los papeles que tenía entre las manos, levantarse de la silla e irse. Y, aun así, no se levantaba. Se reprendió una y otra vez porque no podía ceder a las ganas que tenía de ver a la reclusa. No debía ceder a esa necesidad que cada día absorbía su voluntad.

Y ahí continuaba, en su lucha interna, fingiendo leer... hasta que, pasadas las seis de la tarde, la puerta de su oficina se abrió. Ella levantó la cabeza y se topó con los ojos grises, mirándola.

El día anterior Rebecca no vio a la directora; algunos días sucedía, pero no por ello dejaba de afligirla un poco el no intercambiar un saludo, una sonrisa, una broma, como ya se habían habituado. O conversar con ella unos minutos, saber de su hijo, de los asuntos que atendía en la prisión. Otras veces se enfocaban en hablar sobre la búsqueda de Engfa; para ambas era un tema delicado y terminaban frustradas.

Ese día esperaba verla; se alegraba de haber elegido trabajar, pues el hacerlo le permitió ese acercamiento con Freen, que siempre le pareció tan distante. No obstante, descubrió en sus encuentros que era una persona decidida, inteligente y también un tanto cobarde. Sonrió al pensarlo.

Sí, cobarde; aunque solo una pizca. Era cobarde cuando se trataba de emociones. Ella lo descubrió y a veces le coqueteaba con absoluto descaro; la directora trataba de mantenerse tranquila, inalterable, pero el que se arreglara las gafas continuamente evidenciaba su nerviosismo, entonces tomaba sus cosas y salía huyendo del despacho. A ella le divertía la situación; sin embargo, en su juego, que no era tan juego, fue cayendo en esa trampa que a veces tiende cupido con sus flechitas.

Sí, ya lo había considerado demasiadas veces. Era una prisionera y Freen su carcelera. ¿Importaba? No cuando se trataba de sentimientos.

Los sentimientos surgen sin predecirlo.

Los sentimientos son tan independientes que, si se intentan abrigar, ni siquiera pagando un costo, aparecen. Por supuesto cuando se trata de sentimientos verdaderos, puros; los que compra el dinero son otro tema.

Y así, se dispuso a cumplir con su labor. Ese día en especial su corazón latía más fuerte y rápido de lo habitual. En su estómago ese constante...

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora