Capítulo 15

163 34 4
                                    

Rebecca, Clemeng y las otras tres reclusas, salieron del comedor en cuanto terminaron de desayunar; a ella no dejaba de sorprenderle el orden que había en cada espacio de la prisión. A diferencia de lo que veía en las películas donde las convictas se miraban entre sí, siempre buscando mostrar superioridad. ¿Sería una imagen para crear drama, tensión en las escenas?

¿O era que en «El Castillo» todo era diferente?

Después de cruzar algunos pasillos, en los que había guardias estratégicamente ubicados, salieron al patio. El espacio era amplio; lo primero que notó fue que el sol espantó el frío que sentía desde que entró a su celda. Cerró los ojos, disfrutando de la calidez del astro rey.

—¡Oye!, no te duermas —exclamó Clemeng y le dio un leve codazo. Rebecca abrió los ojos, sobresaltada.

—¿Qué pasa?

—Nada. Ves todo tranquilo, pero aquí no puedes descuidarte demasiado,

¿lo entiendes? —le advirtió con seriedad.

Ella asintió en respuesta; las otras tres reclusas se encaminaron a una de las esquinas del patio, donde había una mesa con dos bancos. Clemeng las siguió, pero Rebecca se quedó en el mismo lugar, observando todo a su alrededor. En el patio había unas cuantas convictas reunidas formando pequeños grupos. Algunas conversaban entre sí, otras jugaban a las cartas; en otro espacio un grupo más grande jugaba con un balón de voleibol. De golpe sintió un empujón.

—Fíjate por dónde andas, ¡idiota! —le gruñó una convicta que siguió su camino sin dejar de mirarla, como si esperara una respuesta.

Rebecca apenas entrecerró los ojos, no quería problemas, pero no era persona que se quedara con un golpe. Apretó los dientes para contenerse. En el patio había guardias que se mantenían vigilantes; sin embargo, eso no fue la que la detuvo de responder a la reclusa, sino el castigo que podría recibir por algún enfrentamiento. Porque sabía que, si le contestaba, era probable que terminaran en una discusión.

—¡Armstrong! —la llamó Clemeng.

La convicta que la empujó le sonrió con burla. Ella quiso borrarle el gesto de la cara, aunque no solía andar por la vida dando golpes y porrazos, así que respiró hondo y fue entonces que se encaminó hacia donde se hallaba su compañera.

Vásquez y Rodríguez estaban sentadas jugando ajedrez; Montilla se encontraba recostada de la cerca metálica junto a Clemeng, viéndolas jugar, analizando los movimientos que ejecutaban.

—¿Siempre es así? —preguntó Rebecca cuando llegó hasta ellas; hizo un gesto con la cabeza para señalar a la reclusa que la empujó.

—Solo cuando se dan cuenta de que eres nueva —respondió Clemeng

—. No debes caer en su juego o terminarás en el hoyo y allí sí que lo pasarás mal.

—¿Qué es el hoyo? —cuestionó al tiempo que se recostaba de la cerca.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora