Capítulo 32

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Freen sabía cuánto se puede lograr contando con los contactos correctos, y para su suerte, Heng los tenía gracias a las distintas fundaciones en las que trabajaba y colaboraba; fundaciones dirigidas por importantes personalidades del estado. Personalidades que contaban con suficientes recursos para obtener un boleto de avión con chasquear los dedos; al menos los vuelos aún no habían sido afectados por la escasez de combustible.

La noche anterior, tras hablar con su esposo y él mover sus contactos, llamó otra vez a Meena y le informó que un chofer iría a buscarla a su casa para llevarla al aeropuerto, donde la recibiría una persona que le daría un boleto a Carabobo para ver a su hija. Hacer algo así se salía por mucho de sus obligaciones como directora de la penitenciaria, pero no pudo evitarlo. Y ahora, a las diez de la mañana, en su despacho, esperaba a Meena, que ya había llegado e iba en camino a la prisión. La esperaba porque tenía que hablar con ella antes de que pudiera ver a Rebecca; la convicta de ninguna manera podía saber que propició el encuentro.

Desde que llegó a la oficina y se dispuso a establecer en su agenda algunos puntos que quería discutir con su equipo en la reunión que tendrían ese día, no lograba concentrarse. En su mente solo se dibujaba la escena del encuentro de Rebecca con su madre. Sería una enorme sorpresa; y todas las veces que se distraía pensado en ello, se encontraba sonriendo. Se obligaba a borrar el gesto, sabía que no era correcto. Miró la fotografía de Sam sobre su escritorio deseando que su hermana estuviera viva. Pensar en eso le hizo apartar las pocas reservas que tenía en cuanto a traer a la madre de la reclusa a la cárcel. Era lo correcto. De verdad lo era.

Casi treinta minutos después, su secretaria le anunció por teléfono que Meena ya se encontraba ahí y ella le pidió que la hiciera pasar a su despacho; se levantó y estiró la chaqueta del conjunto que vestía. Se acomodó las gafas. Tras unos instantes, la secretaría abrió puerta y le indicó con un gesto y una sonrisa a la recién llegada que entrara. Freen tuvo entonces ante sí a la madre de Rebecca.

—Buenos días —saludó Meena adentrándose con algo de timidez en la oficina.

—Buenos días. Soy Freen Sarocha Chankimha —se presentó tendiéndole la mano, pero mantuvo el gesto serio. No asomó una sonrisa y se quedó detrás de su escritorio.

—Meena Medina —le estrechó la mano.

—Por favor, tome asiento —le pidió y ella así lo hizo—. ¿Cómo estuvo el vuelo? —quiso saber al tiempo que tomaba asiento.

Meena apenas pasaba de los cincuenta años; en lo físico se parecía a su hija, tal vez era un poco más alta. Su cabello rizado de color castaño ya comenzaba a mostrar signos de su edad; lo llevaba recogido en un moño que le daba un aire señorial. Su mirada era distinta a la de Rebecca. Usaba un vestido con un marcado estilo veraniego, de falda ancha. De su hombro colgaba un bolso que puso en su regazo en cuento tomó asiento.

—Fue tranquilo y rápido. Gracias.

La seriedad de la directora hizo aflorar los nervios de Meena; cuando conversó con ella la noche anterior se la imaginó así, bastante seria, no solo por la formalidad con que le habló, sino también por su tono de voz. Pero ahora, teniéndola de frente, esa seriedad que percibió parecía un muro de concreto. Sin embargo, esa imagen contrastaba con su gesto tan solidario de hacer que viera a su hija, incluso fuera del día de visita.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora