Capítulo 21

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Rebecca pasó la noche rememorando los momentos que compartió con Engfa; le dolía, sentía rabia de revivirlos. De poder hacerlo, borraría esa parte de su historia, pero era imposible. El mundo, la vida, no eran una historia de ficción con una máquina del tiempo o un hada cumplidora de deseos, no. La vida era tan real que un error podía cambiarlo todo.

Tendida sobre la cama, arropada hasta el pecho, en medio de la penumbra y con los leves ronquidos de Clemeng de fondo, recordaba como si viera una película sus conversaciones en el chat de Twitter; las risas iniciales, esas primeras preguntas que llevan a conocer a esa persona que está en algún lugar lejano, o cercano, tal vez.

Engfa siempre fue astuta, ahora se daba cuenta. Dirigía las conversaciones, evitaba hablar de otras cosas que no fueran las que ella quería. Recordó las interrogaciones de la directora de la prisión, de Chankimha.

—Freen... —susurró el nombre.

Era un bonito nombre. Sin quererlo sus pensamientos se dirigieron a los instantes en que se encontró con ella en Myanmar. Nunca cruzaron palabras, solo miradas, aunque las primeras veces la directora usaba gafas oscuras. Pensó que la alta mujer poseía una mirada hipnotizante y, sin embargo, la ocultaba. ¿Por qué? No tenía manera de saberlo; pero sí entendía por qué era la rectora de la prisión. Su presencia era poderosa, era verla y saber que mandaba, o que daría una orden. Sonrió sin percatarse. Su tono de voz ligeramente agudo iba también con su imagen dura. Rememoró además que, en su oficina, cuando se presentó, nunca tuvo la intención de estrechar su mano, se limitó a pronunciar su nombre y la invitó a tomar asiento. ¿Sería porque era una reclusa? ¿Era así con todas, mantenía la distancia? La mujer que la llenó de curiosidad en Birmania volvía a merodear en su mente, solo que esta vez la percibía tangible, cercana. ¿Era Chankimha otra víctima de Engfa? Esa interrogante comenzaba a martillar con insistencia su cabeza.

Sacudió la cabeza, reprendiéndose. Debía concentrarse en Engfa, hallar una pista, un detalle que pudiera darle a Freen. Tenía que ayudar a atrapar a la persona que la condujo a la cárcel, era la única manera de demostrar su inocencia porque no sabía soportaría pasar un año entre esas cuatro paredes. Si bien, contando el tiempo en Myanmar, ya llevaba varios meses tras las rejas, estar en un presidio, saber que tenía una condena que cumplir, provocaba que el miedo se le arraigara en la carne. Aunque esa cárcel parecía segura, donde se respetaba la dignidad de las prisioneras, no cambiaba que ahora sería vista como una delincuente, que era probable que pudiera terminar su carrera y mucho menos obtener un trabajo sin que en su hoja de vida no resaltara la palabra, «traficante».

Suspiró fuerte y se esforzó en rememorar. Un apellido, un lugar, una amistad de Engfa, algo. Pero nada. Esa horrible mujer debía llevar tiempo haciendo aquello, engañando, arruinando vidas. Apretó los dientes para contener la rabia y la frustración. Era de madrugada cuando al fin se durmió, cansada de recordar, de buscar, de perseguir a un fantasma.

Era el tercer día de Rebecca en la cárcel de Muengtang y de nuevo se sobresaltó cuando sonó el estridente aviso sonoro que anunciaba que era hora de iniciar la rutina diaria. En la cama de al lado Clemeng gruñó, se dio la vuelta y se cubrió la cabeza con la sábana.

Deseó no estar ahí, sino en su cama, en su casa. Los ojos le ardieron.

El costo del paraiso (Freenbecky)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora