Ya Saitama no era quien se mantenía cuidandola, ahora era Genos. Mientras Genos limpiaba el baño con una dedicación meticulosa, Hana estaba en la cocina preparando la cena. A pesar de la distancia entre ellos, mantenían una conversación animada, alzando la voz para poder escucharse.
—¡Genos! —gritó Hana desde la cocina, mientras picaba algunas verduras para la cena—. ¿Quieres el arroz frito con o sin huevo?
—¡Con huevo, por favor! —respondió Genos desde el baño, en el cual estaba arrodillado, lavando con esmero el suelo—. ¡¿Quieres que prepare algo para acompañar, o lo prefieres solo?!
—¡Lo que más me gusta con el arroz frito es la carne de cerdo, pero si no tenemos, no te preocupes! —Hana revisó el refrigerador y encontró un pequeño trozo de carne, lo suficiente para la cena—. ¡De hecho, encontré un poco! ¡Voy a prepararlo para nosotros!
Genos sonrió para sí mismo mientras seguía con la limpieza. El olor a comida comenzaba a inundar la casa, mezclándose con el aroma fresco del limpiador que usaba en el baño. A pesar de que las tareas domésticas no eran exactamente su fuerte, se esforzaba en hacerlo bien, especialmente porque quería hacer feliz a Hana.
—¡Hana, creo que deberíamos organizar las compras para la semana! —dijo Genos, levantando la voz para que ella lo escuchara—. ¡Así podríamos planear mejor las comidas!
—¡Buena idea! —contestó Hana mientras encendía la estufa—. ¡Me encanta la organización, pero siempre termino comprando cosas que no necesito! ¡Así que tú podrías encargarte de la lista!
Genos asintió, aunque ella no podía verlo. Su eficiencia como ciborg se traducía en todos los aspectos de su vida, incluso en algo tan simple como hacer las compras. Mientras frotaba el último rincón del baño, pensó en lo mucho que había cambiado su vida desde que había conocido a Saitama y, por extensión, a Hana. De alguna manera, cuidar de ellos, aunque fuera en estos pequeños detalles, le daba un sentido de propósito más allá de la simple búsqueda de venganza.
—¡El baño ya está listo! —anunció Genos, secándose las manos con una toalla—. ¡Voy para la cocina!
Al entrar a la cocina, Genos observó a Hana concentrada en sus tareas, moviéndose con fluidez mientras cocinaba. Se acercó para ayudarla, tomando el cuchillo para cortar la carne en tiras.
—No tienes que ayudarme —dijo Hana, sonriendo levemente mientras lo veía tomar el control de la situación—. Ya hiciste mucho con el baño.
—No es problema —respondió Genos con serenidad—. Me gusta ser útil.
Hana lo observó un momento, admirando su rostro tan concentrado en la tarea, y pensó en lo diferentes que eran sus vidas. A pesar de su naturaleza robótica, Genos tenía un corazón bondadoso, y era alguien en quien ella confiaba plenamente.
—Genos —dijo de repente, llamando su atención—, ¿alguna vez pensaste en lo que harías si... no tuvieras que pelear?
Genos se detuvo un segundo, reflexionando sobre la pregunta.
—No lo sé... —admitió—. Supongo que podría enfocarme en aprender cosas nuevas, como cocinar mejor, o tal vez en actividades que nunca antes consideré, como el arte o la música.
—Me encantaría verte tocar algún instrumento —comentó Hana con una sonrisa—. Seguro que lo harías muy bien.
Genos desvió la mirada un poco, casi como si estuviera avergonzado.
Genos no dijo nada, pero una ligera sonrisa se dibujó en su rostro mientras terminaba de cortar la carne. Había algo reconfortante en estar juntos, era como ver a una joven pareja.
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Saitama llegó a casa con una caja grande de algas, con una sonrisa satisfecha, como si hubiera logrado un gran hallazgo. Genos, curioso y un poco desconcertado, preguntó cómo había conseguido tantas.
—Estaban en promoción —respondió Saitama con su habitual tono despreocupado mientras se quitaba los zapatos en la entrada.
Hana, por otro lado, no podía evitar una mueca de desagrado mientras observaba la caja repleta de algas en la cocina. Sabía, de alguna manera, de dónde provenían, aunque nadie se lo había dicho. Los tonos oscuros y viscosos de las algas le recordaban a algo que prefería no pensar demasiado.
Mientras preparaba los ingredientes para la cena, la adolescente lanzaba miradas furtivas a las algas, como si en cualquier momento pudieran transformarse en algo más amenazante. Cortaba las verduras con una precisión casi mecánica, pero su mente estaba en otro lugar, imaginando todo tipo de escenarios sobre el origen de las algas. La textura resbaladiza y el olor peculiar le hacían fruncir el ceño de vez en cuando.
—¿Estás bien? —preguntó Genos, notando su expresión mientras limpiaba la mesa. Estaba acostumbrado a la habilidad culinaria de Hana, pero nunca la había visto tan distraída.
—Sí, solo... —dudó un momento antes de responder—. Solo que no soy muy fan de las algas.
—¿No te gustan? —preguntó Saitama, acercándose a la cocina y tomando una de las algas con la mano, mirándola como si fuera un simple ingrediente más.
—No es eso, es solo que... —Hana hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Tengo un mal presentimiento sobre ellas.
Saitama levantó una ceja, sorprendido por su comentario.
—Bueno, no te preocupes. Con un poco de salsa de soja y aceite de sésamo, todo sabe bien.
Hana intentó sonreír, pero la inquietud seguía en su mirada mientras cocinaba. Genos, aunque no entendía del todo sus reservas, decidió no presionarla. Después de todo, sabía que Hana era muy perceptiva en ocasiones y prefería dejarla procesar las cosas a su manera.
El olor de las algas cocinándose pronto llenó la casa. Saitama, con un hambre voraz, se acercó al sartén, asomando la cabeza por encima del hombro de Hana para ver cómo iba todo.
—Esto huele delicioso —dijo, tratando de animarla.
—Sí, supongo —respondió ella, todavía con una pizca de duda.
Finalmente, cuando la cena estuvo lista, Hana sirvió los platos con cuidado. Saitama tomó el suyo con entusiasmo, mientras que Genos observaba la reacción de Hana con atención. Ella se sentó frente a su plato, mirando las algas cocidas y lo que preparó antes de que su padre llegara, todavía con un leve rastro de incomodidad.
—Deberías comer —le sugirió Genos, notando su vacilación.
Hana tomó un bocado pequeño, masticándolo lentamente. El sabor no era desagradable, pero la sensación en su boca no le resultaba del todo agradable. Al final, logró sonreír, aunque más por tranquilizar a Genos y Saitama que por el disfrute real de la comida.
Saitama, ajeno a la tensión, siguió comiendo con gusto, pero Hana seguía sin poder quitarse de la cabeza la inquietud que sentía. Genos, por su parte, observaba a Hana con una mezcla de curiosidad y preocupación, consciente de que algo la estaba perturbando más de lo que ella admitía.