La noche en Singapur estaba cargada de electricidad, pero no solo por la victoria de Carlos. Las luces de la ciudad brillaban como si fueran a estallar, reflejando lo que Lando sentía en su interior. Desde que sus miradas se cruzaron en el podio, algo en el ambiente entre ellos cambió. Había pasado de una tensión leve, de esas que ignoras por miedo a que todo explote, a una incontrolable necesidad de desahogar lo que tenían dentro.
Carlos, sonriente y celebrando con su equipo, apenas podía concentrarse. La euforia que normalmente sentía tras una victoria estaba eclipsada por la energía que compartía con Lando. Era como si estuvieran conectados a 220 voltios, cargados de una intensidad que solo ellos entendían.
Cuando la fiesta empezó a apagarse, y la adrenalina de la carrera comenzaba a desvanecerse, Carlos y Lando se encontraron solos en la terraza del hotel. El aire era denso, lleno de palabras no dichas y sentimientos reprimidos. Las luces de la ciudad temblaban a lo lejos, pero sus corazones latían aún más fuerte.
-¿Qué estamos haciendo, Carlos? -preguntó Lando, su voz apenas audible entre el ruido de la ciudad.
Carlos lo miró, sus ojos oscuros reflejando el mismo fuego que sentía Lando. Sabían que se estaban acercando a un límite, a ese punto de no retorno.
-No lo sé, pero no puedo seguir ignorando esto -respondió Carlos, con una franqueza que Lando no esperaba.
Era como estar conectado a una corriente continua, cada palabra, cada gesto, cada mirada aumentando la intensidad. Y aunque sabían que estaban jugando con fuego, ninguno de los dos estaba dispuesto a desconectar.
Lando dio un paso hacia Carlos, y el espacio entre ellos se redujo hasta que fue imposible ignorar lo que ambos querían. La electricidad que los rodeaba explotó en un beso cargado de todo lo que habían callado, de todo lo que habían ignorado durante tanto tiempo. Era un choque de emociones, tan potente que casi dolía, pero a la vez liberador.
Se separaron, ambos respirando agitadamente, sabiendo que nada sería igual después de ese momento.
-Esto es... -empezó Lando, sin encontrar las palabras.
-Demasiado -completó Carlos, pero sin arrepentirse.
Era como si hubieran subido el voltaje a un nivel que no podían controlar. Pero en lugar de parar, siguieron adelante, sabiendo que esa chispa entre ellos no se apagaría fácilmente.
El mundo podía ser un caos a su alrededor, pero en ese instante, conectados como nunca antes, Carlos y Lando sabían que habían cruzado un límite del que no habría vuelta atrás. Y tal como en la canción, estaban al borde de la sobrecarga, pero en lugar de detenerse, preferían ver hasta dónde podían llegar, sin importar las consecuencias.
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