El aire fresco de la noche entraba por las ventanas abiertas del departamento en Mónaco, pero no lograba calmar la intensidad que se respiraba dentro de la habitación. Charles Leclerc, uno de los Alfas más codiciados del paddock, estaba sentado al borde de la cama, observando en silencio la figura dormida de Max Verstappen. Su Omega.
Max estaba tendido de lado, con su cabello ligeramente despeinado cayendo sobre su frente, y la respiración suave que indicaba un sueño profundo. Parecía tan tranquilo, vulnerable. Charles sabía que muchos verían a Max como el piloto feroz, invencible, pero para él, Max era más que eso. Era todo.
Había una tranquilidad que lo invadía cada vez que lo miraba, pero también una agitación que quemaba dentro de su pecho. Charles no podía evitar pensar en lo afortunado que era. Max era el Omega que el mundo le había regalado. El único capaz de desarmar cada muro que había construido a lo largo de su vida. Nadie más podía hacerlo sentir tan humano, tan enamorado, tan necesitado de otro ser.
—Je t'aime, Max— murmuró Charles en voz baja, apenas un susurro, aunque sabía que Max no lo oía. Le amaba como nunca había amado a nadie, y esa sensación de ser amado de vuelta le hacía sentir como si estuviera volando, pero a la vez, lo aterraba. Porque no podía perderle. No podía imaginar un mundo sin él.
Se acercó despacio, intentando no despertarlo, y deslizó una mano por la piel suave del brazo de Max, bajando hasta entrelazar sus dedos con los suyos. Max se movió ligeramente en su sueño, pero no despertó. Un pequeño sonido escapó de sus labios, como un suspiro satisfecho, y Charles sonrió con ternura.
Habían pasado por tanto juntos. Las batallas en la pista, los desencuentros, las dudas… pero ahí estaban, juntos, sobreviviendo a todo. Max era su luz en la oscuridad, la razón por la que seguía luchando incluso en sus días más duros. Él era todo lo que había deseado. El Omega perfecto.
Charles se inclinó hacia adelante, susurrando cerca del oído de Max.
—No hay nada en este mundo que me importe más que tú. Ninguna carrera, ningún título… Nada.
Los dedos de Max se apretaron levemente contra los suyos, quizás en respuesta a sus palabras, como si aún dormido, pudiera entender lo que Charles le decía. Y era cierto. El deseo de dominar, de proteger y de cuidar a Max le quemaba en el alma, pero no era simplemente por la naturaleza de su relación Alfa-Omega. Era porque Max le había mostrado un tipo de amor que jamás había conocido. Uno que no dependía de victorias ni logros. Un amor que era puro, profundo, sin condiciones.
—Quiero que me dejes cuidar de ti, Max. Siempre. Quiero ser tu todo— continuó Charles, apoyando su frente contra la de él.
Max era más que un compañero, más que un piloto a su lado. Era el corazón que latía al ritmo del suyo, la única persona que hacía que su vida tuviera sentido fuera del caos de la Fórmula 1. El mejor Omega que el destino le había dado.
Max abrió los ojos lentamente, con una mirada adormilada pero llena de ternura. Se giró un poco, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa al ver a Charles tan cerca.
—¿Charles?— murmuró suavemente, su voz rasposa por el sueño.
—Shh, duerme— le dijo Charles, acariciando su mejilla con los dedos—. Estoy aquí.
Max no dijo nada más, solo cerró los ojos de nuevo y se dejó envolver por el calor de Charles. Estaba seguro, protegido. Amado.
Charles lo miró una vez más, y con el corazón hinchado de amor, decidió que haría lo que fuera por Max, incluso si algún día tuviera que arrancar su propio corazón para mantenerlo a salvo.
Porque Max era su Omega. Su único, su mejor regalo. Y nada, absolutamente nada, le importaba más que él.
Buenaaas,ya no se ni de que canciones hacer,voy a arrancar con cerati seguro,es un cantante de mi país que amo,asi que nada,eso.
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