La historia comienza en la temporada 2024 de la Fórmula 1, un año caótico para todos, pero particularmente complicado para Carlos Sainz y Lando Norris. Aunque los resultados en la pista han sido decentes, su relación personal había atravesado demasiados altibajos. Los dos compartían un vínculo que siempre fue más profundo de lo que querían admitir. Se habían conocido hace varios años, cuando eran compañeros en McLaren, y lo que empezó como una amistad profesional pronto se transformó en algo más íntimo. Pero ahora, todo parecía estar al borde del colapso.
Después del Gran Premio de Monza, en el que Carlos logró terminar en el podio y Lando quedó en una posición más baja de la esperada, ambos se retiraron al hotel donde se hospedaba todo el equipo Ferrari y McLaren. A pesar de la adrenalina del día, el aire entre ellos estaba cargado de tensión, como si algo no dicho flotara entre los dos. Los mensajes entre ellos eran más cortantes, sus charlas más distantes, y las miradas se desviaban cada vez que intentaban conectar.
Lando, recostado en la cama de su habitación, no podía dejar de pensar en todo lo que había salido mal últimamente. Se sentía frustrado consigo mismo, pero más que nada, se sentía culpable por la distancia que había crecido entre ellos.
**“Tal vez es mi culpa,”**
pensaba, recordando las veces que había elegido el orgullo sobre la sinceridad. Sentía que había algo en su pecho que no lo dejaba respirar. El brillo en sus ojos se había apagado, y cada victoria de Carlos, que antes celebraba como si fuera suya, ahora solo aumentaba el nudo en su garganta.
Carlos, por su parte, también estaba lidiando con sus propios demonios. Sabía que Lando estaba atravesando un momento difícil, pero no sabía cómo acercarse a él sin parecer que lo compadecía. El español, siempre fuerte y sereno en el exterior, ahora se encontraba lidiando con la angustia de perder algo que nunca había tenido del todo.
“Si tan solo hubiera hablado antes,”
se repetía una y otra vez, sin poder evitar sentir que la culpa también era suya. Esa noche, después de horas de pensar y repensar la situación, decidió enviarle un mensaje a Lando, pidiéndole que se encontraran en la terraza del hotel.
"Necesitamos hablar," decía el simple texto.
Lando lo leyó varias veces antes de responder. Había evitado tener esa conversación durante semanas, pero ahora, algo dentro de él sabía que no podía seguir postergándolo. Se levantó, poniéndose una chaqueta ligera para combatir el aire fresco de la noche italiana, y se dirigió a la terraza.
Cuando llegó, Carlos ya estaba ahí, apoyado contra la baranda, mirando al horizonte. El ruido lejano de la ciudad apenas se filtraba a través del viento que soplaba con suavidad, pero el silencio entre ellos era ensordecedor. Lando caminó lentamente hacia él, inseguro de cómo iniciar la conversación, o si siquiera debía decir algo primero.
Finalmente, fue Carlos quien rompió el silencio.
-“No podemos seguir así, Lando,”- dijo en voz baja, sin mirarlo directamente.
-“No puedo seguir fingiendo que todo está bien cuando claramente no lo está. Esto nos está destruyendo a ambos.”
Lando bajó la cabeza, jugando con el borde de su chaqueta. Sabía que Carlos tenía razón, pero no sabía cómo decir lo que llevaba tanto tiempo guardando. Las palabras se sentían pesadas, como si al pronunciarlas, la verdad los destrozara por completo.
-“Yo… no sé qué decirte,”-comenzó Lando, su voz quebrada por la emoción.
-“Es como si todo se hubiera salido de control, y siento que es mi culpa. Me alejé cuando más cerca debía estar de ti. Me puse una barrera porque no quería que supieras lo que en realidad siento.”
Carlos se volvió hacia él, sorprendido por la sinceridad.
-“¿Qué es lo que sientes, Lando?”-Su voz era suave, pero había una urgencia en su tono, una necesidad de entender lo que estaba pasando por la mente de su amigo, su compañero, su… lo que sea que fueran ahora.
Lando respiró profundamente, cerrando los ojos por un momento antes de hablar.
-“Siempre me ha costado… aceptar que siento algo más por ti, Carlos. Algo que va más allá de la amistad o la camaradería. Me asustaba, y creo que me sigue asustando, porque si lo admito, entonces no hay vuelta atrás. Y no quería que lo que tenemos se arruinara.”
El corazón de Carlos latió más rápido. Había esperado tanto escuchar esas palabras, pero al mismo tiempo, había temido que nunca llegaran. La culpa lo invadió de inmediato, por todas las veces que había pensado que el problema era solo suyo, por las veces que había querido alejarse para protegerse a sí mismo.
-“No es tu culpa, Lando,”-dijo finalmente, dando un paso hacia él.
-“Ambos lo manejamos mal. Yo también tuve miedo. Miedo de que si decía algo, todo se desmoronara. Pero lo cierto es que… ya no podemos seguir ignorándolo.”
Lando levantó la vista, sus ojos brillando bajo la luz tenue de la terraza.
-“¿Y ahora qué hacemos?”- preguntó, su voz temblorosa.
-“¿Cómo seguimos después de todo esto?”
Carlos lo miró con una intensidad que Lando nunca había visto antes.
-“Lo seguimos intentando, pero esta vez, sin escondernos. Sin barreras. Sin culpas. Si lo que sentimos es real, entonces tenemos que enfrentarlo juntos.”
Por primera vez en semanas, Lando sintió una pequeña chispa de esperanza. Asintió lentamente, acercándose a Carlos hasta que sus manos se encontraron, entrelazando sus dedos con cuidado, como si fueran a romperse en cualquier momento.
-“No quiero perderte, Carlos. No quiero que este sentimiento me consuma y nos destruya.”
Carlos apretó su mano con fuerza, acercándose más hasta que sus frentes se tocaron suavemente.
-“No nos va a destruir, Lando. No si lo hacemos juntos.”-Sus labios se encontraron en un beso suave, pero cargado de todo lo que habían reprimido durante tanto tiempo. No fue perfecto, pero fue real, honesto, y en ese momento, ambos sintieron que por fin estaban en el mismo lugar, listos para enfrentar lo que viniera.
El peso de la culpa que ambos habían cargado durante tanto tiempo comenzó a desvanecerse. No sería fácil, sabían que tendrían que luchar contra las inseguridades y los miedos, pero también sabían que mientras estuvieran juntos, tendrían una oportunidad de sanar.
Esa noche, en la terraza de un hotel en Monza, Carlos y Lando decidieron dejar de lado sus culpas y apostar por algo más grande, algo que valía la pena. Y aunque el camino frente a ellos no sería sencillo, por primera vez en mucho tiempo, ambos estaban dispuestos a enfrentarlo. Juntos.
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