Jin regresó a casa tres días después de ser rescatado, con las rodillas vendadas, los ojos cansados, y el corazón roto. La ambulancia lo dejó en la puerta de su casa; su madre lo recibió con un abrazo desesperado, sollozando mientras lo sujetaba con fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.—Gracias... gracias a Dios... —murmuraba ella entre lágrimas, acariciando su cabello desordenado—. No sé qué habría hecho si te hubiera perdido también...
Jin apenas podía escucharla. Sus ojos, aún húmedos de lágrimas no derramadas, recorrían el interior de la casa, buscando un rostro que nunca volvería a ver. La ausencia de su hermano mayor, Seojin, era una presencia tangible, un hueco en el aire que llenaba cada rincón del hogar.
—Mamá... —susurró Jin, con la voz quebrada—. ¿Dónde... dónde está papá?
Su madre se apartó, limpiándose las lágrimas con torpeza. Su rostro estaba desencajado, pálido, y había algo nuevo en sus ojos, una sombra de dolor que Jin no reconocía.
—Tu padre... —dijo ella, mirando hacia el pasillo—. Está en su estudio. No ha salido de allí desde que... desde que...
No pudo terminar la frase. Se quebró en un sollozo profundo, abrazándose a sí misma. Jin, incapaz de soportar verla así, caminó lentamente hacia la puerta del estudio. Sus piernas temblaban con cada paso.
Abrió la puerta con cautela. Su padre estaba sentado en la penumbra, un vaso de whisky en una mano y una expresión ausente en su rostro. No levantó la vista cuando Jin entró; simplemente siguió mirando al vacío, como si nada más existiera.
—Papá... —murmuró Jin, su voz apenas un susurro.
El hombre parpadeó, como si despertara de un sueño distante. Sus ojos se enfocaron en Jin, pero en lugar de alivio o alegría, su mirada era fría, distante, casi... vacía.
—Tú... tú estás bien —dijo, su tono plano, casi sin emoción—. Qué bueno.
Hubo un largo silencio. Jin esperaba algo más. Una palabra de consuelo, una muestra de afecto. Pero nada llegó. Su padre tomó un sorbo del whisky, mirando hacia la ventana cerrada.
—Papá, lo siento... —comenzó Jin, sintiendo el nudo en su garganta apretarse más y más—. Yo... yo no pude... no pude salvarlo...
El vaso en la mano de su padre tembló por un momento antes de que lo dejara caer. El cristal se rompió en mil pedazos contra el suelo de madera.
—¡No hables de eso! —gritó su padre, de repente lleno de una rabia que hizo que Jin retrocediera, sorprendido—. ¡No hables de lo que no sabes! ¡No entiendes nada!
Jin sintió que el dolor en su pecho se intensificaba. Su padre lo miraba con ojos llenos de furia, como si fuera él el culpable de todo. La distancia entre ellos era enorme, una grieta que nunca se cerraría.
—Pero papá, yo... —intentó de nuevo, pero su padre lo interrumpió.
—¡Déjame en paz, Jin! —bramó, su voz rota—. No quiero verte ahora. No puedo verte ahora...
Jin asintió lentamente, su corazón destrozado en mil pedazos. Dio un paso atrás, saliendo del estudio, y cerró la puerta detrás de él, dejando a su padre solo en la oscuridad.
En los días que siguieron, Jin observó cómo su madre se desmoronaba lentamente. Ya no preparaba el desayuno ni se levantaba de la cama la mayoría de los días. Se quedaba sentada en el sillón del salón, mirando una foto de Seojin, con los ojos vacíos y las mejillas hundidas.
—Mamá... deberías comer algo —intentaba Jin, acercándose con un plato de sopa caliente.
Ella no respondía. Ni siquiera lo miraba. Sus manos temblaban mientras sostenía la fotografía, acariciando con los dedos la imagen de su hijo perdido.
—Él era... tan brillante... —murmuraba en voz baja, como si hablara consigo misma—. Siempre sabía cómo hacerme sonreír... ¿Por qué él, Jin? ¿Por qué no...? —Su voz se quebraba, su mirada perdida en el pasado.
Jin sentía una opresión en el pecho cada vez que la escuchaba. Se sentaba a su lado, tomaba su mano entre las suyas, pero su madre apenas reaccionaba. Era como si su luz se hubiera apagado, como si su alma estuviera atrapada en un lugar al que Jin no podía llegar.
Con cada día que pasaba, la depresión de su madre se profundizaba. Dejó de hablar por completo, encerrándose en su dolor, en su pérdida. Jin hacía todo lo posible para mantener la casa en orden, para cuidar de ella, pero su propia tristeza lo envolvía como una sombra que no lo dejaba respirar.
Una noche, mientras trataba de conciliar el sueño, escuchó a su madre llorar en el salón, sus sollozos eran desgarradores. Era un llanto que atravesaba las paredes, lleno de un dolor que parecía no tener fin.
Se levantó de la cama y se dirigió al salón, pero cuando llegó, su madre estaba callada, inmóvil, sus ojos abiertos mirando al vacío.
—Mamá... —susurró Jin, sintiendo que su voz temblaba.
Pero no hubo respuesta.
Jin se acercó, se arrodilló junto a ella y, con cuidado, la tomó de la mano. Estaba fría. Su madre no se movió, su mirada seguía perdida en algún lugar al que él no podía llegar.
—Mamá... por favor... vuelve conmigo... —rogó, con lágrimas en los ojos.
Pero ella no volvió. Ni esa noche, ni las siguientes. Jin se dio cuenta de que había perdido a su madre también, no físicamente, pero sí emocionalmente. Ella se había ido a un lugar donde él no podía alcanzarla, atrapada en un abismo de tristeza y desesperación.
Los días se convirtieron en semanas, y la casa que antes estaba llena de risas y conversaciones se volvió un lugar silencioso y opresivo. Su padre casi no salía del estudio, sumido en su propio mundo de culpa y remordimientos. Jin apenas lo veía; cuando lo hacía, el hombre parecía más viejo, más frágil, con los ojos hundidos y las manos temblorosas.
—Papá... ¿quieres que hablemos? —preguntó Jin una tarde, con la esperanza de encontrar algún tipo de consuelo mutuo.
Su padre ni siquiera lo miró. Se limitó a sacudir la cabeza lentamente, como si las palabras fueran demasiado dolorosas de pronunciar.
—No... Jin... no hay nada que decir —respondió con voz débil—. Nada puede cambiar lo que pasó.
Y así, Jin quedó solo en una casa llena de fantasmas. Un padre que se distanciaba cada vez más y una madre atrapada en su dolor. A veces, Jin sentía que también estaba atrapado, como si aún estuviera bajo los escombros, esperando a ser rescatado, sin saber si alguien escucharía su grito.
Su vida, desde el derrumbe, se había convertido en un lento descenso al vacío, uno del que no sabía cómo escapar.
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Desde los cimientos (Yoonjin)
FanfictionEn una obra llena de recuerdos dolorosos y secretos enterrados, Jin, un arquitecto con un pasado difícil, se encuentra con Yoongi, un obrero que parece conocer demasiado bien las cicatrices de aquel lugar. Lo que comienza como un choque entre dos mu...