Culpas y deudas

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El hospital era un lugar de luces blancas y pasillos interminables que parecían devorar el tiempo. Yoongi había pasado más de una semana allí, recuperándose de sus heridas. El dolor en su hombro aún lo despertaba en medio de la noche, con un ardor insoportable que le recordaba cada segundo que había pasado bajo los escombros. Pero el dolor físico no era nada comparado con la herida abierta en su pecho.

Cuando por fin le dieron el alta, Yoongi salió del hospital con una mochila ligera y una enorme carga invisible sobre sus hombros. Tenía la mirada vacía, los pasos lentos y un solo pensamiento retumbando en su cabeza: la muerte de su padre.

El taxi se detuvo frente a su casa, una modesta vivienda de dos pisos al borde de la ciudad. Yoongi pagó con las pocas monedas que le quedaban, bajó del coche, y se quedó parado en la acera durante un momento, mirando la puerta. Una sensación de irrealidad lo invadía; parecía como si la casa perteneciera a otra vida, a otro tiempo.

Entró en silencio. Todo estaba igual y, sin embargo, todo era distinto. La silla de su padre seguía en la cocina, la taza de café que solía usar estaba aún en el fregadero. Yoongi sintió que el aire se le hacía pesado en los pulmones, como si estuviera respirando a través de agua.

—Hyung... —murmuró una voz temblorosa a sus espaldas.

Era su hermano, Hoseok, de pie en la entrada con una mirada que oscilaba entre la preocupación y el cansancio. Se acercó lentamente, y Yoongi vio la sombra de la tristeza en su rostro.

—¿Cómo estás? —preguntó Hoseok, forzando una sonrisa débil.

Yoongi no respondió de inmediato. Se limitó a mirarlo, buscando en su hermano mayor algún rastro de la seguridad que solía tener, pero todo lo que encontró fue un reflejo de su propio dolor.

—Papá... —susurró finalmente Yoongi—. ¿Cómo... cómo pasó?

Hoseok bajó la mirada. Sus manos temblaban ligeramente mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.

—Papá... sufrió un accidente. La estructura colapsó antes de tiempo... él estaba ahí dentro, con otros obreros —respondió con voz quebrada—. No... no lo logró.

Yoongi sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. La culpa se apoderó de él de inmediato, un peso que lo aplastaba contra el suelo. Su padre había estado trabajando horas extra, doblando turnos para mantener la casa, para asegurarse de que él y Hoseok pudieran tener un futuro mejor. Y ahora, estaba muerto.

Unos días después del funeral, la noticia llegó de manera brutal e inesperada. Hoseok había estado hablando con uno de los abogados de la compañía constructora, intentando entender lo que había sucedido realmente. Fue en esa conversación que se enteró de la verdad: su padre había sido declarado oficialmente responsable del derrumbe del centro comercial.

—Yoongi... —dijo Hoseok, enfrentándolo en la pequeña sala de estar—. Tenemos que hablar.

Yoongi alzó la mirada. Estaba sentado en la vieja silla de su padre, una botella de soju vacía al lado, el rostro pálido y ojeroso.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz rasposa, tratando de enfocarse.

Hoseok respiró profundamente, su expresión era una mezcla de rabia y desesperación.

—El abogado de la compañía... dijeron que papá fue quien provocó el derrumbe. Que cometió un error... y por eso, él es el responsable —explicó, sus palabras llenas de incredulidad y furia contenida.

Yoongi sintió como si un puñal le atravesara el pecho. No podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Qué...? ¡Eso no puede ser verdad! —gritó, levantándose de golpe—. ¡Papá nunca haría algo así! ¡Él era cuidadoso, siempre!

Hoseok asintió, su rostro marcado por la impotencia.

—Lo sé... pero ellos dicen que encontraron documentos, registros... y van a usarlo para evitar pagar cualquier compensación. Dicen que, por su culpa, tenemos que pagar una indemnización.

Yoongi sintió que el suelo se movía bajo sus pies.

—¿Indemnización? —murmuró, sin poder procesarlo del todo—. ¿Cuánto?

—Cincuenta millones de wones —respondió Hoseok, con la voz llena de amargura—. Dicen que es para cubrir los daños, las vidas perdidas... toda la culpa sobre papá.

Yoongi se quedó en silencio, incapaz de reaccionar. Cincuenta millones de wones. Era una cifra inalcanzable. No tenía dinero, apenas había comenzado a trabajar antes del accidente. Ahora, su hombro estaba arruinado, y le resultaría casi imposible encontrar un trabajo físico. Pero peor que el dinero era la carga moral.

—¿Qué vamos a hacer, hyung? —preguntó finalmente, su voz temblando—. No tenemos ese dinero...

Hoseok se pasó una mano por el rostro, como si intentara borrar la desesperación de su expresión.

—Yo... puedo vender el coche y pedir un préstamo... pero no será suficiente. Tendremos que vender la casa, tal vez... mudarnos a un lugar más pequeño.

Yoongi apretó los puños, sintiendo la rabia arder en su interior.

—¡No es justo! —exclamó, con los ojos llenos de lágrimas—. Papá no hizo nada malo... ¡no debería ser así!

Hoseok se acercó y puso una mano en su hombro bueno.

—Lo sé, Yoongi... pero así es como funciona el mundo. Solo nos queda seguir adelante.

Los días pasaron y se convirtieron en semanas. Yoongi buscaba trabajo, cualquier cosa que pudiera ayudar a aliviar la carga de la deuda. Pero con su lesión en el hombro, nadie quería contratarlo. Finalmente, encontró trabajo como obrero en una pequeña constructora que no hacía preguntas.

El trabajo era duro, doloroso, y apenas le pagaban lo suficiente para sobrevivir. Cada noche, cuando llegaba a casa, encontraba a Hoseok agotado, con los ojos enrojecidos de tanto trabajar en el hospital y hacer turnos extra. La distancia entre los hermanos crecía, alimentada por el peso de la culpa y la carga de las deudas.

Pero lo peor aún estaba por venir. Una noche, cuando Yoongi regresó a casa, encontró una carta en la puerta: un aviso de embargo. Habían fallado en hacer el último pago, y la compañía iba a reclamar la casa.

—Nos van a quitar la casa... —dijo Hoseok con voz apagada cuando Yoongi entró—. No tenemos a dónde ir...

Yoongi cerró los ojos, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor. No podían perder la casa. No podían perder más de lo que ya habían perdido. Con un nudo en la garganta, miró a Hoseok y juró en silencio que haría cualquier cosa para salvar lo poco que les quedaba. Cualquier cosa.

Con una rabia contenida y una desesperación que crecía día a día, Yoongi supo que tendría que enfrentarse a un mundo que lo había marcado como culpable desde el principio. Y que, de alguna manera, tendría que demostrar que su padre no era el responsable.

Desde los cimientos (Yoonjin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora