Capítulo 2) Mi lugar soñado

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La luz del atardecer empezaba a apagarse mientras revisaba mi equipo fotográfico en este pequeño estudio que he improvisado. Hoy ha sido un día largo. Entre las clases y la sesión que acabo de terminar, siento que no me quedan energías, pero este trabajo es mi salvavidas. Es la única manera de pagar las cuentas, los medicamentos de mamá, y por supuesto, seguir costeando mis estudios de periodismo. No puedo fallar. No ahora.

Con todo listo, suspiro y saco el teléfono. Un mensaje de mamá. Aunque está pasando por todo lo que está pasando, sigue preocupándose por mí.

*"¿Cómo va el día, hija?"*

Una sonrisa se me escapa. Mamá, siempre fuerte, aunque sé que su cuerpo está luchando cada día. Rápidamente le respondo: *"Todo bien, mamá. Solo un poco cansada, pero nada que no pueda manejar."*

Mentira. Estoy agotada, pero no quiero que se preocupe. Guardo el teléfono en el bolsillo de mi chaqueta y tomo la cámara. La pareja de novios que me contrató está esperando, sentados en una pequeña mesa frente a mí. Hoy les hago la sesión previa a su boda. Me encanta capturar estos momentos, pero hoy siento que el cansancio me pesa más de lo normal.

-Disculpen la espera -les digo, sonriendo mientras ajusto el objetivo-. ¿Listos para empezar?

Asienten con una sonrisa que me recuerda por qué hago esto. Me gusta ver la felicidad en las personas, aunque mi mente esté en otro lado. Disparo una foto, y luego otra, pero no puedo evitar pensar en la última vez que estuve con mamá en el hospital. La conversación que tuvimos, el sonido de las máquinas que la rodeaban. La imagen de ella con el pañuelo cubriéndole la cabeza me persigue. Me cuesta mucho apartarla de mi mente.

-¿Todo bien, Eiza? -me pregunta la novia, notando mi distracción.

-Sí, perdón. -Me esfuerzo en sonreír-. Solo un día largo.

La sesión continúa sin problemas, pero cuando finalmente terminamos y se van, agradecidos, siento que el cansancio me arrastra por completo. Me quedo revisando las fotos en la pantalla de la cámara, asegurándome de que al menos el trabajo haya salido bien. Porque, a pesar de todo, sé que en esto soy buena. Mis fotos nunca fallan, incluso cuando siento que mi vida es un caos total.

Guardo todo y salgo del estudio. Camino hacia el metro mientras el frío de la noche me cala en los huesos, aunque lo que de verdad me congela es el peso de la incertidumbre. Las facturas no dejan de acumularse. Cada sesión de fotos apenas cubre lo mínimo, y a veces me pregunto si vale la pena tanto esfuerzo. Amo el periodismo, amo capturar historias, pero hay días en los que todo se siente demasiado.

Cuando llego a casa, abro la puerta con cuidado. Elara está en la cocina, moviéndose con esa ligereza que siempre me ha sorprendido. Mi hermana menor, cargando también con tanto, pero haciéndolo ver tan fácil.

-¡Hola! -me dice con una sonrisa-. Estoy haciendo sopa, ¿quieres?

-Claro, suena genial -respondo, dejando la cámara en el sofá antes de dejarme caer en una silla. El cansancio me pesa en los hombros.

Elara sirve dos platos y se sienta frente a mí. Comemos en silencio por un rato, hasta que de pronto me mira con esa sonrisa cálida que siempre logra calmarme un poco.

-Hablé con mamá hoy -dice-. Me dijo que estaba orgullosa de ti, de todo lo que estás haciendo.

De inmediato siento un nudo en la garganta. No me gusta hablar de esto, de cómo me afecta ver a mamá así, pero Elara lo sabe. Lo sabe todo. La última vez que la vi en el hospital, mamá me dijo que no debía detenerme, que tenía que seguir luchando por mis sueños, por mi carrera, incluso si la vida se ponía difícil. Y claro que se ha puesto difícil.

La Mujer Del Diablo© ACTUALIZANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora