Capítulo 19) Orgullo herido

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Estaba recostada en el sofá, envuelta en una manta y con la cabeza pesada por el resfriado. Cada respiración me costaba más de lo habitual, y me dolía la garganta como si alguien la hubiera frotado con papel de lija. Elara, mi hermana, había salido a comprarme medicamentos. Insistió en que me quedara en casa descansando, aunque yo protesté al principio, como siempre.

-Eiza, ya basta -me dijo ella con su tono firme pero cariñoso-. Tú te quedas aquí. No es nada grave, pero necesitas descansar. Yo iré a la farmacia.

La miré con resignación y asentí. Sabía que no tenía energía para discutir, así que dejé que se fuera. El silencio en el departamento me envolvió en una especie de calma momentánea, y estaba a punto de quedarme dormida cuando escuché el timbre de la puerta sonar.

Me levanté lentamente, pensando que tal vez Elara había olvidado algo y había regresado. Seguro dejó la cartera o se le olvidó las llaves, pensé, arrastrando los pies hasta la puerta. Pero cuando la abrí, no me encontré con mi hermana. Allí, parado en el umbral, estaba Wades.

Mi corazón dio un vuelco instantáneo. ¿Qué demonios está haciendo aquí? pensé con el pánico trepando por mi pecho. Sin dudarlo, traté de cerrar la puerta, pero él lo impidió rápidamente, poniendo una mano firme contra ella.

-¿Falta de educación, Eiza? -dijo, con una sonrisa arrogante mientras empujaba la puerta, haciéndome retroceder unos pasos dentro del apartamento-. A una visita no se le cierra la puerta en la cara.

Intenté mantener la calma, aunque mi cuerpo estaba tenso como una cuerda a punto de romperse. **¿Cómo puede tener tanta cara?**, me pregunté, sintiendo cómo el resentimiento y la furia crecían en mi interior.

-¿Qué diablos haces aquí, Wades? -le espeté, mi voz algo más ronca de lo normal por el resfriado-

Él no respondió inmediatamente. En su lugar, cerró la puerta detrás de él con calma, como si nada extraño estuviera ocurriendo. Iba vestido impecablemente, como siempre: un traje oscuro, perfectamente ajustado, con una corbata gris que hacía juego con su camisa clara. Su cabello estaba peinado hacia atrás, y su rostro mostraba esa seguridad arrogante que lo caracterizaba. Estaba fuera de lugar en mi modesto departamento, como una figura sacada de una revista de moda en medio de un escenario ordinario.

-Vete, Wades. No tienes nada que hacer aquí -le dije, dando un paso atrás, con la cabeza aún mareada por la congestión.

Pero antes de que pudiera moverme más, sentí cómo su mano se movía rápida y firme, sosteniéndome por la cintura. Mi cuerpo se tensó al sentir su contacto. Mi respiración se aceleró, no por el resfriado, sino por el miedo mezclado con ira que crecía en mi pecho. Intenté apartarme, pero él me mantuvo firme, pegándome a su cuerpo.

-Suelta, Wades -espeté con los dientes apretados-. ¿Qué te pasa? No tienes derecho a estar aquí, y mucho menos a tocarme.

Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y algo más que no pude identificar. Me observaba, con su sonrisa medio torcida, como si se divirtiera con la situación.

-Eres muy difícil, Eiza -susurró cerca de mi oído, haciendo que un escalofrío recorriera mi espalda-.

-¿Estás loco? -le respondí, intentando apartarlo-. Eres un arrogante egocéntrico que cree que el mundo gira a su alrededor.

Mis palabras lo hicieron sonreír aún más. Sin previo aviso, bajó la cabeza y antes de que pudiera reaccionar, sentí sus labios sobre los míos. Mi cuerpo se congeló, no tanto por el beso en sí, sino por el torbellino de emociones que me invadió. ¿Qué está haciendo?Era furia lo que sentía, pero también una sensación extraña que no quería admitir. Una parte de mí se rebelaba, pero otra, más pequeña y traicionera, no sabía cómo reaccionar ante el inesperado gesto.

La Mujer Del Diablo© ACTUALIZANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora