Capítulo 36) Propuesta y amenaza

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Cuando estaba lista para salir de casa, me miré al espejo mientras me ajustaba la blusa blanca de mangas largas, abotonada con un toque casual pero elegante. El blanco resaltaba contra mi piel, y los suaves pliegues de la tela caían con naturalidad sobre mi cintura. Llevaba una falda beige adornada con delicados bordados florales en tonos plateados y azulados, que llegaba hasta mis rodillas pero se abría de manera seductora en un lado, mostrando mi pierna y dejándome sentir segura, aunque con un toque de atrevimiento. El cinturón de cuero oscuro con una gran hebilla metálica enmarcaba mi figura, añadiendo un toque rústico al conjunto.

Para completar el look, elegí unas botas marrones que me daban ese aire de fuerza y personalidad. Eran cómodas pero mantenían un estilo atrevido, perfecto para el día que me esperaba. Me gustaba la mezcla entre lo femenino y lo fuerte, lo sutil y lo llamativo.

Entré a la oficina de Elizabeth con un nudo en el estómago, pero mi mente estaba clara

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Entré a la oficina de Elizabeth con un nudo en el estómago, pero mi mente estaba clara. Sabía exactamente por qué estaba allí y qué iba a hacer. El sonido de mis tacones resonaba en la habitación silenciosa, donde todo parecía perfectamente organizado, casi demasiado. Los estantes estaban llenos de carpetas impecablemente alineadas, una planta de hojas verdes brillantes adornaba un rincón, y las ventanas dejaban pasar la luz del sol que caía suavemente sobre su escritorio, como si todo fuera parte de una escena cuidadosamente preparada. Pero el aire frío y tenso que impregnaba el lugar me decía que nada de esto era natural.

Me acerqué a su silla de cuero negro y me senté. Sentí la suavidad bajo mis piernas mientras mis manos se aferraban a los brazos de la silla. Miré alrededor, tratando de controlar la respiración que estaba cada vez más agitada. Mi mente solo tenía una imagen: Elizabeth, riéndose. Ese recuerdo me quemaba por dentro.

La puerta se abrió con un chirrido, interrumpiendo mis pensamientos. Elizabeth entró, deteniéndose de golpe al verme sentada en su lugar. Su sorpresa se transformó en desdén en cuestión de segundos. Se quedó inmóvil, mirándome con esos ojos helados que nunca habían mostrado un gramo de sinceridad.

-¿Qué haces en mi oficina? ¿Cómo entraste?- su voz era firme, pero había una ligera nota de irritación. Ella no estaba acostumbrada a que las cosas se salieran de su control, y mucho menos a que alguien invadiera su espacio.

Me incliné hacia adelante, sin dejar de mirarla.

-Entré por la puerta, Elizabeth.- Mi tono era sarcástico, cortante, como el filo de una navaja.

Elizabeth cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una postura defensiva. Su mirada me taladraba, tratando de averiguar qué diablos estaba pasando por mi mente. - O tal vez entré como tú entraste a mí vida, como una maldita serpiente.

-¿De qué hablas, Eiza? ¿Qué estás haciendo aquí?- me interrumpió, como si no tuviera ni la menor idea de lo que estaba a punto de desatar.

Mi corazón latía con fuerza en mis oídos, pero no iba a dudar. Me levanté despacio de su silla, sintiendo la tensión crecer en la habitación. Me acerqué a ella, mis ojos fijos en los suyos, hasta que estuve lo suficientemente cerca como para notar cómo sus labios se apretaban en una línea fina.

La Mujer Del Diablo© ACTUALIZANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora