Capítulo 39) Girasoles de pasión

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Cuando Wades llegó a la casa, su semblante era serio, y lo noté de inmediato. Me quedé observando desde la distancia, escondida en las sombras, mientras él caminaba hacia Elizabeth y la mujer que ya había reconocido como su madre.

-¿Qué haces aquí? -preguntó Wades con una dureza inusual.

Elizabeth intentó suavizar la situación, adoptando una postura despreocupada.

-Solo está de visita, Wades -respondió con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Pero la madre de Elizabeth no se quedó callada.

-¿Por qué saludas a la madre de tu esposa de esa manera? -dijo con arrogancia, cruzando los brazos.

Wades no respondió. En su rostro no se dibujaba ninguna emoción, solo me lanzó una mirada breve, como si algo le estuviera carcomiendo la mente. Entonces, sin decir nada más a las dos mujeres, caminó hacia mí.

-Eiza, ven conmigo. Te quiero mostrar algo importante -me dijo en voz baja, pero firme.

Con miedo y aún perturbada por lo que había escuchado, lo seguí sin protestar. Montamos en su camioneta y condujimos en silencio. Mi mente estaba un torbellino de pensamientos, tratando de asimilar todo lo que acababa de descubrir. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué Wades actuaba así, como si no estuviera enterado de nada?

Cuando llegamos a la casa, lo primero que me llamó la atención fue su fachada. Era una construcción imponente, pero no lujosa. Las paredes eran de piedra beige, combinadas con amplios ventanales de vidrio que dejaban entrar la luz natural. El diseño era una mezcla perfecta de lo rústico y lo moderno. Los árboles rodeaban la propiedad, creando una especie de refugio que hacía que todo se sintiera apartado del mundo.

El jardín estaba lleno de flores, pero lo que más destacaba era el rincón de girasoles que Wades había mandado a plantar para mí. Eran altos, robustos, y sus pétalos dorados brillaban bajo el sol, formando un contraste hermoso con el cielo azul. Mi corazón se aceleró al verlos. Algo tan sencillo, pero tan significativo. Wades realmente pensaba en los detalles que me hacían feliz.

Bajé de la camioneta, y mientras lo hacía, el aire fresco del campo me acarició el rostro. La paz del lugar contrastaba tanto con el caos que había vivido en los últimos días. Caminé hacia los girasoles, tocando suavemente los pétalos, sin poder contener la emoción.

-¿Te gusta la casa? -preguntó Wades a mi lado, su voz suave, pero cargada de una leve ansiedad, como si esperara desesperadamente mi aprobación.

Miré a mi alrededor, dejando que la belleza del lugar se impregnara en mí. Era imposible no amar algo así.

-Es hermosa -le dije, sonriendo-. Me encanta.

Wades asintió, satisfecho, pero todavía había algo más que necesitaba decirme. Me llevó hacia el jardín, caminamos en silencio por el sendero que rodeaba la casa. Mientras avanzábamos, los árboles dejaban caer sombras suaves sobre el camino, y las hojas crujían bajo nuestros pies.

-Mandé a plantar girasoles -me dijo de repente, señalando hacia el rincón más luminoso del jardín-. Sé que son tus favoritos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no de tristeza, sino de gratitud. Aquella pequeña pero importante muestra de consideración me tocó profundamente. Me acerqué a él y, sin pensarlo, lo besé. Sus labios se encontraron con los míos en un beso cálido, lento, pero que fue aumentando en intensidad. Sentí cómo sus manos me rodeaban la cintura, acercándome más a él, como si quisiéramos borrar todo el dolor que habíamos acumulado en esos días.

Nos separamos, pero solo un momento. Wades me miró, respirando profundamente, con una expresión de vulnerabilidad que pocas veces le había visto.

-¿Por qué me muestras esta casa? -le pregunté, queriendo saber más, entender sus motivos.

La Mujer Del Diablo© ACTUALIZANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora