Capítulo 9) No soy tu juguete

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Me duché rápido, el agua caliente cayendo sobre mi piel no lograba calmar el torbellino de emociones que llevaba dentro. Salí de la ducha y me miré al espejo, pero apenas reconocía a la persona que me devolvía la mirada. La Eiza de antes ya no estaba. Ahora, solo veía a alguien agotada por el peso de decisiones que no quería tomar.

Sabía que debía darle una respuesta a Wades, pero cada vez que pensaba en ello, sentía como si el aire me faltara. ¿Cómo había llegado a este punto? Un trabajo en Univisión era mi sueño, pero ahora se había convertido en una prisión. Cada paso que daba parecía acercarme más a una encrucijada de la que no veía salida.

Me recogí el cabello, pero al igual que otras veces, me detuve. ¿Por qué debería hacer lo que él quiere? Pensé mientras soltaba mi cabello, dejando que las ondas cayeran libres. Si no podía controlar lo que pasaba a mi alrededor, al menos podía controlar algo tan simple como mi propio peinado.

Mientras me preparaba, Elara estaba en la cocina, ocupada con algo en su teléfono. No dije nada al respecto, ni ella a mí. Ambas sabíamos que la tensión en el ambiente no era fácil de ignorar, pero preferíamos mantener la calma por lo menos en casa. El sonido del tráfico fuera de la ventana era lo único que rompía el silencio incómodo.

Me dirigí hacia Univisión sintiéndome más ligera de lo que realmente era, pero al llegar, todo el peso volvió de golpe. Wades estaba justo en la entrada, caminando hacia la puerta acompañado de alguien que no reconocí. Su mirada pasó por encima de mí, como si yo no existiera. ¿Así es como quiere jugar? pensé, mientras apretaba los labios. Sabía que era su forma de recordarme quién tenía el control, quién podía ignorarme o hacerme sentir invisible si así lo decidía.

Subí rápidamente a mi puesto, donde Gabi, una de las recepcionistas, me esperaba con su habitual sonrisa socarrona. Se notaba que siempre estaba al tanto de todo lo que sucedía en la oficina, y nada parecía escapársele.

-El diablo está suelto hoy -comentó relajada, refiriéndose claramente a Wades, mientras yo me acomodaba detrás del escritorio.

-¿Por qué le dicen el diablo? -pregunté, tratando de sonar indiferente, aunque mi mente seguía repasando el momento en la entrada.

-Porque siempre anda buscando cómo arruinarle la vida a alguien -respondió Gabi con una sonrisa traviesa-. Y tú, querida, eres su nuevo juguete.

Solté una risa forzada, pero no porque me pareciera gracioso. Era su forma de relajar la tensión, pero para mí, esas palabras solo confirmaban lo que ya sabía: estaba en el centro del juego de Wades, y él disfrutaba teniendo el control. Aún no sabía cómo darle la respuesta que él esperaba, pero en ese momento su indiferencia me daba tiempo. Solo que ese tiempo también venía con un precio.

Gabi, con esa actitud despreocupada, me observaba de reojo. Yo sabía que entendía más de lo que dejaba ver. Ella siempre estaba un paso adelante, aunque no lo pareciera.

-Tranquila, Eiza -dijo con un tono algo más suave-, el diablo no es fácil, pero nadie es invencible. Solo tienes que encontrar su talón de Aquiles.

No contesté, solo me limité a asentir mientras me enfocaba en mis tareas. Sin embargo, las palabras de Gabi resonaban en mi mente. ¿Qué sería eso que Wades no podría controlar? ¿Qué parte de su juego podría usar a mi favor?

El resto del día pasó entre trabajo y pensamientos dispersos. Sabía que debía encontrar una forma de darle una respuesta a Wades, pero la incertidumbre seguía pesando sobre mí. Cada vez que pensaba en lo que debía hacer, me sentía atrapada en una espiral que solo me llevaba más y más abajo.

Eiza respiró profundamente antes de abrir la puerta de la oficina de Wades. Sabía que este encuentro sería tenso, pero estaba decidida a mantener la calma. Al entrar, lo encontró sentado detrás de su escritorio, con la mirada fija en la pantalla de su ordenador, ignorando su presencia.

La Mujer Del Diablo© ACTUALIZANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora