Capítulo 18) Nadie importante

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Esa mujer llegó a la casa de Wades con una presencia que no se podía ignorar. La puerta se abrió con un chasquido, y el eco de sus tacones resonó en el suelo de mármol del recibidor, acompañando su entrada imponente.

A primera vista, me pareció fría, elegante, con un porte que dejaba claro que estaba acostumbrada a dominar cualquier situación. Alta, con una piel perfecta, cabellos castaños oscuros y brillantes que caían en ondas sobre sus hombros, sus ojos me observaban con altanería. Era como si su sola presencia llenara todo el espacio, y se movía con la gracia y confianza de alguien que sabía que tenía el poder.

Llevaba un vestido blanco ceñido que abrazaba su esbelta figura con elegancia, como si hubiera sido hecho a medida para su cuerpo perfecto. Su cabello castaño oscuro caía en ondas suaves sobre sus hombros, brillando bajo las luces tenues de la casa. Sus ojos verdes, fríos y calculadores, recorrieron el lugar con una mirada altiva antes de posarse en mí.

Yo estaba de pie junto a Marie Clere, aún arrodillada en el suelo tras haberle dado un abrazo. El ambiente había estado cargado de tristeza por la manera en que Wades había tratado a su hija, pero en cuanto Elizabeth entró, todo cambió. La frialdad de su presencia llenó el espacio, y sentí cómo su mirada me diseccionaba, como si estuviera evaluando mi valor.

—¿Quién eres tú?—preguntó con una voz afilada, sus ojos entrecerrados mientras me observaba de pies a cabeza—. ¿La nueva sirvienta?

El comentario me golpeó como un balde de agua fría, pero me contuve. Me levanté lentamente, tratando de mantener la calma mientras Marie Clere se escondía ligeramente detrás de mí, como si buscara refugio. Elizabeth ni siquiera se había dado cuenta de la presencia de la niña. Su atención estaba completamente en mí, esperando una respuesta.

Antes de que pudiera decir algo, Wades apareció detrás de ella, interrumpiendo la tensión que empezaba a formarse.

—Es mi casa, Elizabeth, —dijo en un tono firme—. No tengo que darte explicaciones de quién está aquí.

Elizabeth se giró para mirarlo, con una expresión de sorpresa que rápidamente se desvaneció en indiferencia. No le respondió directamente, pero su postura rígida dejaba claro que no estaba acostumbrada a que la desafiaran de esa manera, ni siquiera por Wades.

Marie Clere, aún sintiendo la presión de todo lo que acababa de suceder, aprovechó la oportunidad para acercarse a su padre.

—Papá, quiero quedarme contigo... —su voz era apenas un susurro, llena de una necesidad desesperada de afecto.

El rostro de Wades se endureció de inmediato. Era como si la mención de cualquier tipo de cercanía emocional lo irritara. Sin voltear completamente hacia la niña, respondió con una brusquedad que me sorprendió.

—He dicho que te vayas a tu habitación.

La pequeña retrocedió, sus ojos llenos de lágrimas mientras miraba a su padre, esperando algo, cualquier señal de ternura que nunca llegó. Cuando comprendió que su padre no cambiaría de opinión, bajó la mirada y salió corriendo hacia las escaleras, dejando un rastro de tristeza tras de sí. Quería ir tras ella, consolarla, pero antes de que pudiera moverme, Wades me lanzó una mirada helada.

—Ni se te ocurra seguirla.

El ambiente se volvió sofocante. Todo mi ser quería rebelarse contra su orden, pero no lo hice. Me quedé en mi lugar, inmóvil, sintiendo cómo la tensión me aplastaba el pecho. Wades, sin embargo, no pareció afectado en lo más mínimo. Para él, todo esto era parte de un ciclo habitual, una rutina de desapego y frialdad.

Mientras tanto, Elizabeth, que había estado observando toda la escena, se giró hacia Wades con una ceja arqueada.

—¿Y quién es ella? —preguntó, refiriéndose a mí con una mezcla de curiosidad y desprecio.

La Mujer Del Diablo© ACTUALIZANDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora