Capítulo 2: El Desenlace Trágico

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El motor del auto rugía mientras Rowan aceleraba por el camino forestal, sus pensamientos centrados en la seguridad de su familia. Zara, en el asiento del copiloto, miraba hacia atrás con una mezcla de amor y preocupación. Elia, su pequeña de cuatro años, estaba sentada en la parte trasera, jugueteando con un pequeño oso de peluche que habían logrado salvar.

Para suavizar la tensión del momento, Zara sacó un pequeño envoltorio de su mochila.

-¡Feliz cumpleaños, mi amor! -dijo con una sonrisa radiante mientras le pasaba el regalo a Elia.

La niña abrió los ojos como platos y sonrió al ver la caja envuelta en papel brillante. Con manos temblorosas, desató el lazo y descubrió un hermoso reloj familiar. Tenía un diseño delicado y una esfera que brillaba con los colores del arcoíris.

-¡Mira, mamá! -exclamó Elia, emocionada-. ¡Es precioso!

-Es un reloj mágico -respondió Zara, sintiendo que ese momento era especial a pesar de la situación-. Siempre te recordará cuánto te amamos.

Rowan sonrió por el espejo retrovisor, pero su alegría se desvaneció rápidamente cuando sintió que el peligro acechaba. Un escalofrío recorrió su espalda mientras miraba por la ventana; los árboles parecían moverse más rápido de lo normal.

De repente, un camión apareció de la nada en el camino frente a ellos. Rowan gritó y giró el volante con todas sus fuerzas, pero no fue suficiente. El impacto fue brutal; el sonido del metal desgarrándose resonó en sus oídos como un trueno ensordecedor.

Zara sintió cómo su cuerpo se sacudía violentamente y luego todo se volvió negro.

Cuando volvió en sí, estaba atrapada entre los restos del auto. La vista era confusa y las luces se entrelazaban con sombras aterradoras. Su corazón latía con fuerza al darse cuenta de que Elia estaba gritando detrás de ella.

-¡Elia! -gritó Zara con desesperación mientras luchaba por liberarse-. ¡Estoy aquí!

Al mirar a su alrededor, vio a Rowan inconsciente al volante; había sangre por todas partes. Una oleada de pánico la invadió al darse cuenta de lo grave que era la situación.

-¡Rowan! -llamó, pero no hubo respuesta.

El llanto de Elia se intensificaba. Zara logró salir del auto y arrastrarse hacia atrás para ver a su hija. La pequeña estaba asustada y cubierta de lágrimas; su rostro estaba pálido como la nieve.

Justo cuando pensaban que podían escapar, una figura emergió de las sombras: el director del laboratorio secreto, con una sonrisa siniestra dibujada en su rostro.

-Te tengo, niñita -dijo él con voz suave pero amenazante.

Zara sintió el terror apoderarse de ella; no podía permitir que se llevaran a Elia. Con todas sus fuerzas, se levantó y corrió hacia su hija.

-¡No! ¡No te llevarás a mi hija! -gritó mientras trataba de protegerla con su cuerpo.

El director soltó una risa burlona y avanzó hacia ellas, ignorando los gritos desesperados de Zara.

El mundo alrededor de ellas giraba caótico; los recuerdos felices en la cabaña parecían lejanos e inalcanzables. En ese instante crucial, todo lo que había luchado por proteger se desmoronaba ante sus ojos.

Zara sabía que debía actuar rápido. Con una determinación feroz alimentada por el amor incondicional hacia su hija, empujó a Elia detrás de ella y se enfrentó al director.

-No te dejaré hacerle daño -dijo con voz firme aunque temblorosa.

Pero las palabras no fueron suficientes para detener al hombre que había decidido jugar con sus vidas desde el principio. Sin previo aviso, él levantó un arma y disparó; el sonido resonó como un eco sordo entre los árboles. Zara sintió una punzada aguda en su pecho antes de caer al suelo.

El último recuerdo que tuvo fue la angustia en los ojos de Elia mientras gritaba desesperadamente:

-¡Mamá! ¡No!

El director se acercó rápidamente a la pequeña, quien intentaba arrastrarse hacia su madre sin poder entender lo que acababa de suceder. Con un movimiento brusco, él tomó a Elia por el brazo y comenzó a alejarla del lugar.

-¡No! ¡Suéltala! -gritó Zara mientras luchaba por mantenerse consciente.

Pero ya era demasiado tarde. El director sonrió malévolamente mientras arrastraba a Elia lejos del cuerpo inerte de Zara, quien apenas podía ver cómo su hija gritaba desconsoladamente:

-¡Mamá! ¡Ayúdame!

La vida como la conocían terminó en un instante trágico lleno de sangre y desesperación. El destino les había jugado una cruel broma y ahora solo quedaban ecos lejanos de un amor que había florecido en medio del horror...

𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora