Capítulo 4: Un vínculo inesperado

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Elia se despertó en su habitación oscura, con el sonido del ventilador zumbando suavemente. Había pasado otro día en aquel lugar, donde los experimentos eran parte de su rutina. Sin embargo, algo en su interior anhelaba más que solo ser un sujeto de prueba.

Mientras exploraba los pasillos fríos y grises del laboratorio, escuchó un suave llanto. Sigilosamente, se acercó a la puerta de una sala que nunca había visto antes. Al abrirla, sus ojos se encontraron con una pequeña figura: una niña de cabello lacio y color amarillo, con ojos brillantes que la miraban con miedo y curiosidad.

-Hola -dijo Elia con voz temblorosa-. Soy Elia.

-Yo soy Elara Nexus -respondió la niña, secándose las lágrimas con la mano-. ¿Por qué estás aquí?

Elia sintió un nudo en el estómago. La pregunta resonaba en su mente. ¿Por qué estaban allí? Pero no era momento para filosofar; debía consolar a la pequeña.

-No lo sé... pero no estás sola. Estoy aquí contigo -dijo Elia, acercándose un poco más.

Elara sonrió débilmente, y por un momento, el miedo se desvaneció entre las sombras del laboratorio. Las dos niñas comenzaron a hablar, compartiendo historias sobre sus vidas antes de llegar allí. Elia le contó sobre su sueño de formar una familia .

Elara reveló que amaba los cuentos de hadas y que siempre deseaba tener una amiga con quien jugar. A medida que compartían sus sueños e ilusiones, se dieron cuenta de que cada una estaba buscando lo mismo: un lugar donde pertenecer y ser amadas.

Con cada palabra intercambiada, una conexión especial florecía entre ellas. Elia se dio cuenta de que Elara era más que una compañera de cautiverio; era un rayo de luz en su mundo sombrío.

Días pasaron y las dos niñas se volvieron inseparables. Se encontraban siempre en esa sala oculta, creando un refugio donde podían ser simplemente niñas, lejos de los experimentos y los científicos que las observaban como si fueran ratones de laboratorio.

Durante esos momentos juntos, la risa y la imaginación reemplazaron el miedo. Se sumergían en mundos fantásticos donde eran heroínas valientes enfrentando dragones o exploradoras en tierras lejanas. Cada historia les ofrecía un respiro del entorno opresivo en el que vivían.

Un día, mientras jugaban a inventar historias sobre príncipes y dragones, Elara miró a Elia con seriedad.

-¿Crees que algún día podremos salir de aquí? -preguntó.

Elia sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No tenía respuestas definitivas, pero sabía que debía mantener viva la esperanza.

-Sí -respondió firmemente-. Juntas podemos imaginar cualquier cosa.

A medida que pasaban los días, su amistad se profundizaba aún más. Compartían secretos y risas, creando rituales propios: cada semana elegían un "tema" para sus juegos; desde ser astronautas explorando planetas lejanos hasta sirenas nadando en océanos mágicos. Estas actividades les ofrecían momentos de alegría pura que contrarrestaban el ambiente tenso del laboratorio.

Un día decidieron hacer una "fiesta" para celebrar su amistad. Reunieron todo lo que pudieron encontrar: pedazos de papel para hacer decoraciones y algunos dulces robados durante las comidas. Decoraron su escondite improvisado con dibujos coloridos hechos a mano y llenaron el aire con risas mientras imaginaban un mundo fuera del laboratorio lleno de amigos y aventuras.

El clima festivo atrajo la atención de otros niños cautivos en el laboratorio.

Una tarde mientras estaban sentadas en círculo narrando cuentos bajo la tenue luz fluorescente del laboratorio, Elara tomó la mano de Elia con fuerza.

-Eres mi mejor amiga -dijo sinceramente-. No sé qué haría sin ti aquí.

El corazón de Elia se llenó de calidez al escuchar esas palabras. Era un sentimiento raro en aquel lugar frío y solitario; era como si juntas hubieran creado su propio hogar dentro del caos.

Los días continuaron pasando así: entre juegos imaginativos y apoyo incondicional. Sin embargo, a pesar del consuelo que encontraban entre ellas, había momentos oscuros cuando recordaban la realidad brutal que las rodeaba. En esos instantes difíciles, se prometieron nunca rendirse ni perder la esperanza; siempre buscarían formas de mantener viva la chispa de su amistad incluso en los momentos más oscuros.

Así continuaron soñando juntas, construyendo castillos en el aire mientras disfrutaban del regalo más valioso: su amistad. En medio de la incertidumbre del laboratorio, encontraron consuelo y fortaleza en su vínculo especial.

Y aunque no planeaban escapar ni tenían certeza sobre lo que les esperaba fuera de esas paredes grises, cada día juntas era una aventura mágica donde podían ser libres en sus corazones y mentes.

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𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora