Elia despertó en un lugar desconocido, rodeada de luces brillantes y un zumbido constante que le hacía sentir como si estuviera atrapada en una pesadilla. Su pequeño cuerpo estaba atado a una silla, y el miedo la envolvía como una manta pesada. El eco del grito de su madre resonaba en su mente, y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
-Bienvenida, Elia -dijo una voz suave pero amenazante-. Soy Caleb, el director de este laboratorio.
La niña levantó la vista con dificultad, encontrando la figura de Caleb frente a ella. Su rostro estaba iluminado por una luz fría, y su sonrisa era inquietante.
-Tu madre hizo lo que tenía que hacer para protegerte -continuó él, acercándose-. Pero ahora estás aquí, y no podrás escapar.
Elia temblaba, recordando la última vez que vio a su madre. Las imágenes de aquel día trágico se agolpaban en su mente; el coche destrozado, la sangre, y el grito desgarrador de Zara. Cada recuerdo le dolía como si fuera una herida abierta. Sin embargo, a medida que los días pasaban, esos recuerdos comenzaban a desvanecerse. La amnesia provocada por el trauma se instalaba en su mente como un velo oscuro; cada mañana despertaba sin poder recordar los rostros de sus padres con claridad.
-No quiero estar aquí -susurró Elia, tratando de contener el llanto.
Caleb se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con un interés perturbador.
-Lo sé, pequeña. Pero esto es necesario. Eres especial. Tienes un potencial que no comprendes aún -dijo él mientras acariciaba su mejilla con una mano fría-. Vamos a desbloquear ese potencial.
Con un gesto de su mano, dos hombres en batas blancas entraron en la habitación. Elia sintió cómo su corazón se aceleraba mientras ellos se acercaban con instrumentos extraños y frascos llenos de líquidos de colores inquietantes.
-¿Qué me van a hacer? -preguntó con voz temblorosa.
Caleb sonrió de nuevo, pero esta vez no era una sonrisa reconfortante; era una mueca de satisfacción.
-Te someteremos a experimentos que te ayudarán a descubrir lo que realmente eres -respondió él con tono casi alegre-. No te preocupes; al final serás más fuerte.
Elia sintió un nudo en el estómago cuando los hombres comenzaron a trabajar. Sintió una aguja pinchando su brazo y un frío que recorría su cuerpo mientras los líquidos entraban en su sistema.
Los días se convirtieron en semanas llenas de dolor y miedo. Cada experiencia era más aterradora que la anterior: pruebas físicas desgastantes, inyecciones dolorosas y máquinas ruidosas que hacían cosas inexplicables con su pequeño cuerpo. A menudo despertaba gritando en medio de la noche, atrapada en recuerdos oscuros y visiones aterradoras de lo que había perdido.
A medida que pasaban los experimentos, algo extraño comenzó a suceder. Su cabello blanco empezaba a volverse negro y sus ojos azules cambiaban gradualmente hasta convertirse en un profundo tono oscuro. Cada transformación le robaba un poco más de sí misma, mientras la imagen de su madre sonriendo se desvanecía lentamente, reemplazada por la figura fría y calculadora de Caleb.
Sin embargo, cada día también traía consigo una nueva pérdida: los recuerdos sobre sus padres se desvanecían como sombras al amanecer. A veces lograba recordar fragmentos: risas compartidas o caricias suaves; pero esos momentos eran cada vez más escasos y confusos. El dolor del olvido se mezclaba con el físico; cada día olvidaba un poco más sobre ellos hasta que sus nombres se volvían extraños en sus labios.
Un día particularmente sombrío, mientras estaba sentada en la fría sala de experimentos esperando lo inevitable, Elia sintió que ya no podía resistir más el poder abrumador del miedo y la desesperación. No había planes ni esperanzas; solo el vacío que crecía dentro de ella junto con cada cambio físico.
En ese momento, aceptó su nueva realidad sin luchar contra ella. Aunque el dolor era intenso y las sombras parecían consumirla, sabía que debía encontrar una forma de sobrevivir a este horror aunque eso significara perderse completamente a sí misma en el proceso.
Mientras Caleb continuaba con sus experimentos grotescos, Elia se sumergió en un estado casi catatónico; cada día se convertía en un eco del anterior hasta que cada rastro del amor incondicional de sus padres parecía desvanecerse junto con ella.
Un día, mientras estaba sentada sola en su celda fría tras uno de los experimentos más dolorosos hasta ahora, escuchó un suave murmullo proveniente del pasillo. Era una voz familiar... ¿podría ser? Se esforzó por concentrarse y tratar de recordar quién era esa voz entre las sombras del olvido. "Mamá", pensó por un momento fugaz antes de que la imagen se desvaneciera otra vez ante ella.
Desesperada por aferrarse a cualquier rayo de esperanza o conexión con su pasado perdido, empezó a gritar: "¡Ayuda! ¡Por favor!" Pero solo el eco respondía a sus llamados ahogados mientras las luces parpadeaban ominosamente sobre ella.
Los días continuaron pasando sin piedad; las inyecciones hacían efecto lentamente pero ineludiblemente sobre su cuerpo infantil. Un día notó algo diferente: había adquirido fuerza física inesperada después de uno de los experimentos más intensos donde sintió como si algo dentro suyo despertara; algo poderoso pero también aterrador.
...Con cada nuevo experimento llegaba también una nueva percepción: aunque estaba atrapada físicamente entre esas paredes frías e impersonales del laboratorio oscuro donde sus recuerdos estaban siendo borrados uno por uno, comenzaba a aceptar su realidad.
Se miró las manos, ahora más fuertes y resistentes gracias a los experimentos. Su cabello negro y sus ojos oscuros la miraban desde el espejo, una imagen que ya no le resultaba extraña.
Caleb sonreía cada vez que la veía, satisfecho con los resultados. Y Elia, en lugar de rebelarse, se limitaba a asentir con la cabeza, aceptando su destino.
Ya no recordaba el rostro de su madre, ni su voz, ni su olor. Solo quedaba una sensación vaga de pérdida y tristeza.
Pero incluso esa sensación se estaba desvaneciendo. Elia se sentía vacía, hueca, como si ya no fuera la misma persona.
Y en ese vacío, encontró una extraña paz. Ya no luchaba contra su realidad. Ya no deseaba escapar.
Simplemente existía, un objeto en el laboratorio de Caleb, listo para ser moldeado y utilizado.
La voz en el pasillo se acercó de nuevo, pero Elia no reaccionó. Ya no esperaba salvación. Ya no creía en la esperanza.
Solo quedaba la aceptación, la sumisión a su destino.
Y en esa oscuridad, encontró una extraña libertad.

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𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆
Science FictionEn un laboratorio secreto, la madre de Elia decide participar en experimentos a cambio de dinero. Al enterarse de que su hija sería robada y ellos asesinados al nacer, huyen a una cabaña. Sin embargo, son descubiertos y asesinados por los secuaces d...