Capítulo 16: La Llama en la Oscuridad

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Han pasado algunos años y Elia ya tiene 8 años. La han mandado a un grupo con otros niños de su edad, también cautivos en el laboratorio. Ahora forma parte del grupo C, donde las clases son una pesadilla: le enseñan técnicas para matar, envenenar y manipular. Cada lección es más aterradora que la anterior.

El aula donde asisten está iluminada por luces frías y blancas que parecen amplificar el miedo en el aire. Las paredes están cubiertas de gráficos macabros que ilustran métodos de tortura y manipulación psicológica. Los instructores, figuras sombrías con voces frías y monótonas, tienen una forma de hablar que corta como un cuchillo. Sus ojos son vacíos, como si no tuvieran alma. Para ellos, los niños son solo herramientas; nada más.

En la clase, había un niño de ojos azules y cabello amarillo que no parecía estar asustado. Más bien, se veía muy alegre, como si estuviera disfrutando de la situación. Elia lo miró un rato, intrigada por su actitud despreocupada en medio del caos. De repente, el niño se dio cuenta de que ella lo estaba observando y le devolvió la mirada con una amplia sonrisa. Sin embargo, Elia apartó la vista rápidamente. Había aprendido a no involucrarse en la vida de los demás, a mantener su distancia y protegerse de las emociones ajenas. A veces, desearía poder ser tan despreocupada como aquel niño, pero sabía que eso no era para ella.

La primera clase del día comienza con un silencio helado. El instructor, conocido como el Maestro Sombra, se acerca a la pizarra. A medida que escribe fórmulas y nombres de venenos, Elia siente un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras "letal", "inocuo" y "tóxico" resuenan en su mente mientras su corazón late con fuerza. El Maestro Sombra explica cómo los venenos pueden ser utilizados para eliminar a alguien sin dejar rastro. Describe cada sustancia con un tono clínico y desapasionado, como si estuviera hablando de ingredientes para una receta de cocina.

"Si desean sobrevivir", dice con una sonrisa siniestra que no llega a sus ojos, "deben aprender a ser astutos. La vida es un juego de ajedrez; cada movimiento cuenta." Mientras habla, muestra frascos llenos de líquidos coloridos. Cuando levanta uno azul, Elia siente que todos los ojos se posan sobre él como si fuera una serpiente lista para atacar.

El Maestro Sombra pasa a explicar los efectos de cada veneno: hay uno que causa parálisis instantánea y otro que provoca un dolor insoportable antes de la muerte. Elia escucha atentamente, tomando notas en un cuaderno desgastado que le dieron al inicio del curso. Su mano tiembla ligeramente al escribir; aunque no está segura de por qué lo hace, siente que es importante recordar cada detalle.

Después de la clase teórica, los instructores llevan a los niños al laboratorio práctico. Aquí es donde el verdadero horror comienza. En una mesa central hay animales pequeños: ratas y conejillos de indias que parecen ajenos al destino que les espera. Los niños tienen que elegir un veneno y administrarlo a uno de los animales bajo la supervisión estricta del Maestro Sombra.

Elia observa cómo sus compañeros titubean al principio, pero pronto se ven obligados a actuar por miedo a las reprimendas. Las expresiones en sus rostros se convierten en una mezcla de confusión y desesperación mientras aprietan los frascos y aplican las sustancias letales. Cuando una rata cae muerta en cuestión de minutos, el aula estalla en murmullos nerviosos; algunos niños se tapan la boca con las manos para ahogar sus gritos.

Durante ese día tan horrible, Elia siente cómo su alma se enfría con cada palabra que escucha y cada acto que presencia. Sin embargo, entre todo ese terror, hay algo dentro de ella que se niega a rendirse. Aunque no puede evitar sentir un profundo asco por lo que está aprendiendo, también comprende que este conocimiento puede ser su única salvación si alguna vez logra escapar.

Las clases continúan durante semanas. Aprenden sobre manipulación psicológica; el Maestro Sombra les enseña cómo jugar con las emociones de otros para convertirlos en marionetas obedientes. Explica cómo usar la confianza como arma: "La gente confía en quienes les muestran vulnerabilidad", dice mientras observa a los niños con ojos críticos.

Elia toma notas meticulosamente sobre las técnicas descritas; aunque no quiere convertirse en lo que le enseñan, sabe que entender estos métodos podría ayudarla a sobrevivir si alguna vez tiene la oportunidad de escapar o enfrentarse a sus captores.

Un día particular, el Maestro Sombra decide ponerlos a prueba: les da una serie de situaciones hipotéticas donde deben elegir entre traicionar a un amigo o salvarse ellos mismos. Los niños discuten acaloradamente entre ellos mientras el instructor observa con una sonrisa satisfecha en su rostro. A pesar del caos emocional evidente entre sus compañeros, Elia permanece callada; ha aprendido a guardarse sus pensamientos para sí misma.

Cuando finalmente termina la clase y regresan a sus celdas, Elia mira por la pequeña ventana cubierta por barrotes oxidados. En su interior ha aceptado su realidad y se ha adaptado a ella; no hay pensamiento de escapar ni anhelos por lo perdido. En lugar de eso, se concentra en sobrevivir día tras día.

Cada noche antes de dormir, repite como un mantra que debe ser fuerte y astuta; no puede permitir que el miedo la consuma por completo. Aunque el camino parece incierto y lleno de sombras aterradoras, sabe que debe seguir adelante por sí misma y por aquellos niños atrapados como ella.

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𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora