Capítulo 44: La Batalla Bajo la Luna

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Elia y Zarek avanzaban con cautela por el bosque, el aire fresco de la noche llenaba sus pulmones mientras la luna brillaba con fuerza, iluminando su camino. Elia, a pesar de las heridas que adornaban su cuerpo, no podía dejar de hablar sobre lo fascinante que era el satélite natural que los observaba desde lo alto. "¿Sabías que la luna tiene un 'mar' llamado Mar de la Tranquilidad?" preguntó emocionada, su voz resonando en la oscuridad como un canto de sirena.

Zarek, sin embargo, estaba sumido en sus pensamientos. La preocupación lo invadía al ver las heridas abiertas en el estómago de Elia; cada paso que daba parecía más doloroso que el anterior. Quería decirle que debían detenerse, que necesitaba descansar y curarse, pero antes de que pudiera formular las palabras, Elia se detuvo en seco.

"¡Escondete! Nos encontraron," ordenó con firmeza, su mirada aguda escaneando los alrededores. Zarek no dudó; se deslizó detrás de unos arbustos cercanos, su corazón latiendo desbocado mientras observaba lo que sucedía.

De repente, varias camionetas aparecieron entre los árboles y de ellas emergieron unas treinta mujeres, todas dispuestas a enfrentarse a la intrusa. Eran guerreras entrenadas, sus ojos brillaban con ferocidad y determinación. Elia inhaló profundamente y se preparó para la batalla. Sabía que estaba en desventaja, pero su determinación era más fuerte que el dolor que sentía.

Las luchadoras se lanzaron contra ella como un enjambre voraz. Con una mezcla de telequinesis y habilidades de combate cuerpo a cuerpo, Elia comenzó a desviar ataques y contraatacar. Las mujeres eran rápidas y ágiles, pero Elia había enfrentado adversidades mucho peores en su vida. Con cada movimiento, su cuerpo gritaba por ayuda; cada golpe recibido era un recordatorio del costo de la lucha.

Una mujer se lanzó hacia ella con una espada desenfundada. Con un movimiento rápido, Elia usó su telequinesis para desviar el ataque y empujarla hacia atrás. Pero otras dos aprovecharon la distracción y atacaron desde ambos lados. Elia giró sobre sí misma, con un golpe certero derribando a una de ellas mientras esquivaba el ataque de otra.

El sonido del metal chocando contra metal resonaba en el aire mientras las mujeres continuaban atacando sin piedad. A pesar de sus heridas y del cansancio acumulado tras días de lucha constante, Elia se mantenía firme. Cada vez que caía un adversario a su alrededor, sentía una mezcla de alivio y tristeza; sabía que no eran solo enemigas, sino también víctimas de un sistema cruel.

A medida que la batalla se intensificaba, Elia comenzó a perder la noción del tiempo. Había derribado a 100 mujeres o quizás más; no podía recordar cuántas habían caído ante ella. Su mente estaba centrada únicamente en sobrevivir. Sin embargo, cada golpe recibido desgastaba más su energía y concentración.

En un momento crítico, una mujer logró acercarse lo suficiente y le clavó una espada en la herida abierta en su abdomen. La agonía fue insoportable; Elia sintió como si el mundo se detuviera por un instante. Retorciéndose en el suelo, luchaba por mantener la consciencia mientras el dolor amenazaba con consumirla por completo.

Desde su escondite detrás de los arbustos, Zarek sintió un frío helado recorrerle la espalda al ver a Elia caer al suelo. La desesperación lo invadió; su única esperanza parecía desvanecerse ante sus ojos. Sin pensarlo dos veces, tomó una arma del suelo -una pistola olvidada por alguna guerrera- y disparó contra tres atacantes con manos temblorosas.

Las balas encontraron su objetivo; dos mujeres cayeron al suelo mientras una tercera se tambaleaba antes de desplomarse. Fue suficiente para distraer a las demás por un momento crucial. Elia aprovechó esa fracción de segundo; con una fuerza renovada que no sabía de dónde provenía, se levantó del suelo como si estuviera poseída por una voluntad inquebrantable.

Con movimientos precisos y letales, comenzó a golpear a sus oponentes utilizando todo lo aprendido en años de entrenamiento intenso. Golpeó con tanta fuerza a una mujer que atravesó su pecho y sacó su corazón sin dudarlo ni un instante; el horror reflejado en los ojos de las guerreras caídas le dio impulso para continuar luchando.

La batalla siguió extendiéndose ante ella como un torbellino incontrolable: puños volaban y cuerpos caían mientras Elia continuaba enfrentándose a las atacantes con astucia e ingenio. Usando sus poderes telequinéticos para desarmar a algunas antes de acercarse para terminar el trabajo con combate cuerpo a cuerpo.

Finalmente, tras varios minutos que parecieron horas llenas de adrenalina pura, Elia salió victoriosa entre gritos ahogados y cuerpos tendidos alrededor suyo. Se encontraba al borde del colapso; herida y exhausta pero aún firme en pie.

Mirando hacia donde Zarek se había escondido entre los arbustos, lo vio salir lentamente con los ojos llenos de miedo pero también admiración por lo que acababa de presenciar. Se acercó rápidamente hacia él con una sonrisa desgastada pero llena de determinación.

"¡Vámonos! No quiero morir aquí," dijo con voz firme pero cálida, tratando de ocultar el dolor que aún sentía en su abdomen.

Zarek asintió rápidamente, sintiendo cómo el miedo se transformaba poco a poco en esperanza al ver a Elia erguirse frente a él como una guerrera indomable. Juntos comenzaron a avanzar nuevamente hacia el tenebroso laboratorio; cada paso era un recordatorio del precio pagado por sobrevivir esa noche.

La luna seguía brillando sobre ellos como un faro en la oscuridad; iluminando sus rostros llenos de determinación e impulsándolos hacia adelante en una lucha que apenas comenzaba.

𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora