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Elia se sentó en su escritorio, rodeada del familiar pero ahora opresivo ambiente del laboratorio. Las luces fluorescentes zumbaban suavemente, creando una atmósfera casi irreal, y el olor a productos químicos la envolvía como una manta pesada. Había pasado tanto tiempo allí, inmersa en experimentos y teorías, que el lugar había comenzado a sentirse como una extensión de sí misma. Pero hoy todo se sentía diferente; hoy el aire era espeso con la tristeza que la oprimía.
Mientras observaba a sus compañeros trabajar, una sensación de desasosiego la invadió. Nunca había formado una relación cercana con ellos; siempre había sido una observadora silenciosa, apartada de las interacciones sociales que ocurrían a su alrededor. Esa distancia se había vuelto aún más evidente ahora que se sentía sola en medio de un grupo. Sus rostros eran sombras familiares, pero sus risas y conversaciones parecían pertenecer a un mundo del que ella estaba excluida.
Elia cerró los ojos por un momento, tratando de ahogar la tristeza que la invadía. Cada día era un recordatorio de su situación: un experimento atrapada en un ciclo interminable de análisis y resultados, sin poder escapar. Se preguntaba si alguna vez podría liberarse de esta vida que se sentía como una condena. ¿Era realmente su vida o solo una serie de pruebas diseñadas por otros? Esa pregunta la atormentaba constantemente.
Sabía que su vida ya no sería la misma; el laboratorio, que antes había sido un refugio donde podía perderse en su trabajo, se había convertido en una prisión emocional. Las paredes blancas y frías parecían cerrarse sobre ella, y cada pequeño ruido resonaba como un recordatorio de su incapacidad para cambiar su destino. Ahora entendía que siempre sería una presión sobre sus hombros, una carga que no podía soltar.
A medida que los días se convertían en semanas y las semanas en meses, Elia comenzó a sentir cómo la depresión se instalaba en su interior como una sombra persistente. La luz del sol se filtraba por las ventanas del laboratorio, pero para ella era como si nunca hubiera estado presente. Las risas ajenas resonaban como ecos lejanos; ella solo podía escuchar el latido monótono de su propio corazón.
Resignada, tomó una respiración profunda y trató de concentrarse en el trabajo. Sabía que no podía cambiar la situación, pero aún podía controlar su respuesta a ella. Con cada movimiento de su pluma sobre el papel, decidió que no permitiría que su espíritu se quebrantara -aunque era cada vez más difícil mantener esa promesa. La idea de ser simplemente un sujeto en un experimento la llenaba de desesperanza.
El tiempo parecía desvanecerse mientras pasaba horas frente a las pantallas y los tubos de ensayo. Cada resultado positivo era solo otro recordatorio de lo atrapada que estaba; cada éxito científico significaba más tiempo en esta prisión disfrazada de laboratorio. Elia sintió cómo el vacío se expandía dentro de ella, llevándose consigo cualquier rayo de esperanza.
A medida que pasaban los días y las noches interminables se alargaban ante ella, Elia comenzó a preguntarse si alguna vez encontraría algo más allá del laboratorio: una conexión genuina con otra persona, tal vez incluso una amistad profunda que pudiera transformarse en familia. Se permitió imaginar ese futuro lejano donde alguien podría entrar en su vida y ofrecerle apoyo y comprensión.
Imaginó cómo sería tener a alguien con quien compartir sus pensamientos más profundos y miedos ocultos; alguien con quien reírse después de largas jornadas y celebrar pequeñas victorias cotidianas. Un amigo o amiga muy cercano podría ser ese rayo de luz en medio del gris opresivo del laboratorio. Esa idea le trajo un pequeño consuelo; quizás el futuro le guardaba sorpresas agradables.
La jornada avanzó lentamente, marcada por el sonido del tecleo y el susurro constante de las máquinas. Al final del día, mientras recogía sus cosas para marcharse a su espacio asignado dentro del laboratorio -donde pasaría noches interminables- sintió una mezcla abrumadora de tristeza y resignación. Miró a su alrededor; los rostros indiferentes de sus compañeros eran un reflejo del mundo exterior: frío e inalcanzable.
Aunque sabía que tendría que soportar esta nueva etapa en su vida sin poder cambiarla, también comprendió que debía enfrentar la realidad tal como era. Sin embargo, esa chispa de esperanza permanecía encendida dentro de ella: tal vez algún día conocería a alguien especial con quien compartir no solo su vida profesional sino también sus sueños y anhelos más profundos.
A pesar de estar rodeada por otros seres humanos, Elia se sentía completamente sola. No había salida visible para ella; el laboratorio era tanto su hogar como su cárcel. Con cada paso hacia su pequeño espacio dentro del complejo científico, sintió cómo las paredes del laboratorio se cerraban aún más sobre ella, reforzando la sensación claustrofóbica e inevitablemente sombría.
Aunque no sabía qué sería de ella a partir de ahora ni si habría algún cambio significativo en su vida -más allá del ciclo incesante del experimento- aceptaba con resignación lo inevitable: estaba atrapada en una existencia sin salida aparente. En ese momento oscuro y solitario, Elia comprendió que vivir así era enfrentar cada día con un peso insuperable sobre sus hombros.
Pero mientras apilaba papeles y apagaba las luces alrededor suyo al final del día, también decidió aferrarse a esa pequeña esperanza: quizás algún día encontraría ese amigo o amiga especial que le daría el apoyo necesario para cambiarlo todo; alguien con quien construir una familia elegida capaz de iluminar incluso los rincones más oscuros de su existencia.
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𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆
Fiksi IlmiahEn un laboratorio secreto, la madre de Elia decide participar en experimentos a cambio de dinero. Al enterarse de que su hija sería robada y ellos asesinados al nacer, huyen a una cabaña. Sin embargo, son descubiertos y asesinados por los secuaces d...