Los años habían pasado en un susurro, pero Elia había crecido y cambiado profundamente. A sus 12 años, seguía atrapada en las frías y sombrías paredes del laboratorio, un lugar que se había convertido en su hogar forzado. Las luces fluorescentes parpadeaban sobre su cabeza, creando sombras que danzaban a su alrededor. Desde la última vez que había escuchado hablar de Andrei, la incertidumbre había llenado su corazón. Sin embargo, su promesa de sonreír seguía viva y vibrante en su interior.
Cada día, Elia se despertaba con la determinación de mantener esa sonrisa en su rostro. Había aprendido a encontrar la luz incluso en la oscuridad. Su carisma y alegría natural comenzaron a influir en otros niños cautivos. Aunque no había hecho amigos cercanos, se convirtió en un faro de esperanza para aquellos que compartían su sufrimiento. Las historias tristes de sus compañeros resonaban en sus oídos, pero ella siempre les ofrecía una sonrisa cálida y un consejo alentador.
“Recuerda,” decía con su voz suave, “la tristeza no es eterna. Siempre hay una razón para sonreír.” Y con esas palabras, muchos niños encontraban consuelo en su presencia. A veces, organizaba pequeñas actividades improvisadas: un juego de adivinanzas o contar historias inventadas que los transportaban a mundos lejanos y llenos de color.
Mientras tanto, Elia también había estado entrenando arduamente. Los crueles científicos del laboratorio no podían creer el progreso que había hecho. En el pasado, solo podía levantar 45 kilos con su telequinesis; ahora, podía alzar hasta 180 kilos con facilidad. Su destreza en combate cuerpo a cuerpo era admirable; conocía todos los puntos vulnerables de un oponente y podía derribar a alguien con solo un movimiento preciso.
Su habilidad para manipular mentes también había evolucionado. Ya no se limitaba a simples órdenes; podía influir sutilmente en las acciones de quienes la rodeaban, haciendo que se levantaran, comieran o incluso corrieran cuando lo necesitaba. Era como si cada conexión emocional que había establecido le otorgara más poder; sus sentimientos por los demás se transformaron en una fuente inagotable de fuerza.
Hoy era un día especial: el laboratorio iba a ponerla a prueba en un combate cuerpo a cuerpo contra un Reaper, una criatura aterradora de casi tres metros de altura. Sin piel y con afiladas muelas que relucían como cuchillas bajo la luz tenue del laboratorio, el Reaper era la encarnación del miedo. Pero Elia ya no sentía pavor por estas criaturas como antes; su valentía había crecido junto con sus habilidades.
En el campo de batalla improvisado dentro del laboratorio, Elia respiró hondo y se preparó mentalmente para lo que estaba por venir. La adrenalina corría por sus venas mientras observaba al monstruo avanzar hacia ella. Sus músculos estaban tensos pero controlados; sabía que debía mantenerse enfocada.
“Recuerda tu entrenamiento,” se dijo a sí misma mientras se posicionaba en una postura defensiva. “Eres más fuerte de lo que crees.”
El Reaper rugió, un sonido gutural que reverberó por las paredes frías del laboratorio. Pero Elia solo sonrió ante el desafío; sabía que cada golpe era una oportunidad para demostrar su valía y para honrar la promesa hecha a Andrei.
Con movimientos ágiles y precisos, esquivó el primer ataque del Reaper y contraatacó con una serie de golpes rápidos y bien dirigidos. Su mente estaba clara y enfocada; cada acción era calculada y consciente. Golpe tras golpe, Elia luchó con todo su ser.
El combate no fue fácil; el Reaper tenía fuerza bruta y velocidad sorprendente. En un momento crítico, Elia sintió cómo uno de los garras del monstruo rozó su brazo, dejándole una marca roja pero sólo fortaleciendo su determinación. Sabía que debía ser más astuta; observó los movimientos del Reaper con atención.
Finalmente, logró anticipar un ataque e hizo uso de una técnica que había perfeccionado durante semanas: giró sobre sí misma mientras extendía una pierna justo cuando el Reaper lanzaba otro golpe devastador hacia ella. Con un movimiento decisivo que había practicado tantas veces antes, logró derribar al Reaper con precisión milimétrica.
La criatura cayó al suelo con un estruendo sordo, y Elia sintió una oleada de triunfo recorrerla. La sonrisa nunca abandonó su rostro mientras miraba al monstruo caído.
“Esto es solo el comienzo,” murmuró para sí misma mientras se erguía victoriosa ante los observadores del laboratorio. Sus ojos brillaban no solo por el triunfo físico sino por la esperanza renovada que emanaba de ella.
A pesar del frío entorno que la rodeaba y la falta de noticias sobre Andrei, Elia sabía que estaba cumpliendo su promesa: siempre sonreír y nunca rendirse. Esa promesa era ahora más poderosa que cualquier reja o pared; era su motor interno para seguir luchando no solo por ella misma sino también por esos niños cuya luz aún brillaba tenuemente en medio de la oscuridad.
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𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆
Ciencia FicciónEn un laboratorio secreto, la madre de Elia decide participar en experimentos a cambio de dinero. Al enterarse de que su hija sería robada y ellos asesinados al nacer, huyen a una cabaña. Sin embargo, son descubiertos y asesinados por los secuaces d...