Capítulo 10: La soledad

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Elia llegó al refugio, su cuerpo adolorido y cubierto de moretones, vestigios de otro intenso entrenamiento con Caleb. Cada día que pasaba, el odio que sentía hacia él crecía. Sus métodos eran brutales, y cada golpe que recibía no solo la dejaba marcada físicamente, sino también emocionalmente.

Al entrar, Elara la vio de inmediato y su expresión se tornó preocupada. Se acercó rápidamente, sus ojos llenos de angustia al notar el estado en que se encontraba Elia.

-¡Oh, Elia! ¿Qué te ha pasado? -exclamó mientras la ayudaba a sentarse.

Con sumo cuidado, Elara comenzó a tratar las heridas de Elia. Sus manos temblaban un poco por la preocupación y el miedo a hacerle daño.

-Eres tan descuidada. No deberías permitir que te lastimen así -regañó con un tono suave pero firme.

Elia no pudo evitar reír tiernamente ante la preocupación de su amiga. Era un alivio en medio del dolor.

-No te preocupes tanto, Elara. Estoy bien, solo son rasguños -dijo con una sonrisa forzada-. ¿Has progresado en algo últimamente?

Elara bajó la mirada, su tristeza evidente.

-No... No he logrado nada en estos meses -respondió con un susurro, sintiendo cómo la desesperanza se apoderaba de ella.

Elia le tomó una mano y apretó suavemente.

-No te preocupes. Eres buena en muchas otras cosas. Lo importante es que sigas intentándolo -la animó con sinceridad.

Momentos después, ambas escucharon por los altavoces que las citaban a una sala. Un escalofrío recorrió sus cuerpos; el miedo se apoderó de ellas mientras se dirigían hacia allí.

Al entrar, encontraron a Caleb sentado imponentemente al fondo de la sala. Su mirada fría y calculadora hizo que un escalofrío les recorriera la espalda.

-Siéntense en el suelo frente a mí -ordenó con voz autoritaria.

El aire se volvió tenso mientras obedecían. Caleb comenzó a hablar primero hacia Elia.

-Vas por buen camino. Estás cumpliendo con las expectativas -dijo, y luego giró su mirada hacia Elara-. En cambio, tú no has logrado nada. Eres un estorbo.

El ambiente se volvió insoportable; Elara sudaba frío y sus manos temblaban incontrolablemente. Las lágrimas comenzaron a caer silenciosamente por su rostro mientras trataba de contenerse.

-Calma, todo estará bien -susurró Elia tratando de consolarla, aunque el nudo en su garganta crecía cada vez más.

De repente, algo atravesó el pecho de Elara: una enorme aguja que succionaba su sangre. La horrenda escena fue como un mal sueño para Elia; esa cosa salía del brazo de Caleb y no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Elara empezara a perder fuerzas lentamente.

El cuerpo de Elara se encorvó hacia adelante como si una mano invisible la estuviera aplastando. Sus ojos se abrieron en estado de shock mientras miraba a Caleb, buscando respuestas que nunca llegarían.

Elia sintió cómo su corazón se detenía por un instante; el horror llenaba cada rincón de su ser mientras observaba cómo la vida abandonaba a su amiga poco a poco. La aguja brillaba siniestramente bajo la luz del cuarto, y el sonido del líquido siendo extraído resonaba como un eco aterrador en sus oídos.

Las lágrimas brotaron sin control por las mejillas de Elara mientras trataba de decir algo; sus labios temblaban y apenas podía emitir sonido alguno.

-¡Elara! -gritó Elia, aunque su voz salió como un susurro quebrado por el terror-. ¡Resiste!

Pero cada palabra parecía perderse en el aire pesado del cuarto. La piel de Elara palidecía mientras los colores vitales se desvanecían lentamente; su respiración se tornaba más débil y entrecortada.

Caleb observaba con una calma inquietante, como si estuviera disfrutando del espectáculo trágico que tenía frente a él. Su rostro era una máscara impasible; para él, esto era solo un ejercicio de control absoluto sobre sus "súbditos".

Elia estaba paralizada; atrapada en un estado de shock absoluto. No podía moverse ni hablar; solo podía observar cómo eliminaban a su única amiga, su única luz en aquel oscuro mundo.

-Por favor... -murmuró Elara con voz entrecortada-... ayúdame...

La fragilidad en su tono hizo que el corazón de Elia se rompiera aún más. Con cada segundo que pasaba, sentía cómo el pánico crecía dentro de ella; temblaba y sudaba frío mientras sentía que todo se desmoronaba a su alrededor.

De repente, como si todo sucediera en cámara lenta, los ojos de Elara comenzaron a cerrarse lentamente. Una última lágrima resbaló por su mejilla antes de que ella sucumbiera completamente ante la oscuridad que la envolvía.

-¡No! -gritó finalmente Elia con todas sus fuerzas, pero era demasiado tarde. La vida había abandonado a Elara por completo.

Un grito desgarrador salió del pecho de Elia mientras caía al suelo, impotente y llena de dolor desbordante. La angustia le oprimía el corazón y el nudo en su garganta parecía imposible de deshacer; todo lo que había querido proteger estaba desapareciendo ante sus ojos sin poder hacer nada para evitarlo.

La risa fría y cruel de Caleb resonó en sus oídos como una condena definitiva: había perdido no solo a una amiga sino también una parte esencial de sí misma. En ese instante oscuro e irreversible, supo que jamás podría perdonarle por lo ocurrido ni olvidar lo que había presenciado esa tarde fatídica.

𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora