Capítulo 32: La Prueba del Agua

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El día amaneció con un aire tenso en el laboratorio. Elia y sus compañeros sabían que hoy les esperaba una actividad inusual: una clase de piscina. Aunque la idea de nadar sonaba emocionante, el temor se cernía sobre ellos como una nube oscura. Habían escuchado rumores sobre lo que ocurriría, y la incertidumbre les aprisionaba el corazón.

Al llegar a la piscina, el ambiente era frío y desolador. Las luces fluorescentes iluminaban el espacio con un brillo artificial, y el sonido del agua resonaba en sus oídos. Sin embargo, lo que más les preocupaba era la presencia de los guardias, que los observaban con miradas despectivas mientras se preparaban para la actividad.

Uno a uno, los adolescentes fueron llevados al borde de la piscina, donde los esperaba una serie de objetos pesados: bolas de metal de quince kilos cada una. Elia sintió cómo su estómago se revolvía al verlos. "Hoy vamos a probar su resistencia", anunció uno de los supervisores con una sonrisa cruel. "Tendrán que recoger veinte objetos del fondo de la piscina, pero antes deberán atar sus manos y piernas".

Con un nudo en la garganta, Elia vio cómo le colocaban las ataduras. Las cuerdas eran gruesas y limitaban su movilidad. Sus compañeros se miraron entre sí con miedo; sabían que esta prueba sería extremadamente difícil.

El sonido del silbato resonó en el aire. "¡Empiecen!", gritó el supervisor, y Elia sintió cómo su corazón latía desbocado. Se zambulló en el agua helada, sintiendo cómo su cuerpo se sacudía por el frío. A medida que trataba de nadar hacia el fondo, se dio cuenta de lo complicado que era moverse con las ataduras.

Los otros niños luchaban por mantenerse a flote mientras intentaban alcanzar los objetos pesados. Algunos comenzaron a desesperarse; otros se hundían bajo el peso del miedo y la presión. Elia sabía que debía encontrar una manera de superar esta prueba.

Concentrándose en su respiración, comenzó a observar cómo se movían los demás. Fue entonces cuando tuvo una idea: si podía utilizar la flotabilidad del agua para ayudarles en lugar de luchar contra ella, tal vez podrían hacerlo más fácil. Recordando sus clases de natación previas-las únicas memorias felices que le quedaban-se dispuso a aplicar lo que había aprendido.

Elia comenzó a realizar movimientos controlados, buscando la forma más eficiente de deslizarse bajo el agua. En lugar de intentar levantar los objetos pesados directamente desde el fondo, empezó a empujarlos hacia arriba desde un lado, utilizando su propio peso para ayudarles a flotar un poco más cerca de la superficie.

Con cada intento, logró sacar algunos objetos sin esforzarse demasiado. Pero al mirar a sus compañeros, se dio cuenta de que muchos estaban luchando; algunos apenas podían mantener la cabeza fuera del agua y otros ya habían desistido por completo. La frustración y la desesperación se reflejaban en sus rostros mientras trataban de nadar con las ataduras que les limitaban.

Elia no podía dejar que eso sucediera; no podía permitir que sus amigos se rindieran ante las adversidades impuestas por los supervisores del laboratorio. Así que decidió gritarles palabras de ánimo: "¡Vamos! ¡No se rindan! ¡Un poco más! Juntos podemos lograrlo". Su voz resonó entre las olas y alcanzó a algunos de ellos, pero muchos seguían atrapados en su propio miedo.

Pasaron los minutos y Elia logró recuperar algunos objetos más, pero al mirar atrás vio que sus compañeros apenas habían logrado sacar uno o dos del fondo. El panorama era desolador; aunque ella había encontrado un método para facilitar su tarea, no podía hacerlo todo sola.

La presión aumentaba cuando se acercaba el tiempo límite impuesto por los supervisores; Elia sintió cómo la ansiedad comenzaba a apoderarse de ella también. Sabía que debía concentrarse si quería ayudarles aún más. Así que decidió hacer lo impensable: nadar hacia donde estaban sus amigos y ofrecerles apoyo físico.

Bajo el agua fría, se movió rápidamente hacia uno de sus compañeros que ya había perdido toda esperanza. Con una determinación renovada, le tomó un brazo e intentó guiarlo hacia un objeto más cercano; juntos empujaron la bola metálica hacia arriba mientras Elia utilizaba toda su fuerza para mantenerlo a flote.

Sin embargo, el tiempo seguía corriendo y no podían recuperar todos los objetos necesarios para pasar la prueba. Cuando finalmente emergieron juntos del agua helada al sonar el silbato final.

Los guardias comenzaron a contar los objetos rescatados y pronto confirmaron : Elia fue la unica en sacar sus 20 objetos. La decepción llenó el aire mientras miraban con desdén a los adolescentes cansados y derrotados.

A pesar de no haber pasado la prueba, Elia no podía evitar sentirse orgullosa por haber intentado ayudar a sus compañeros hasta el final.

Al salir del agua y desatar las cuerdas lentamente colocadas por los guardias-que aún parecían incrédulos ante su esfuerzo-Elia miró a sus compañeros cansados pero decididos. Aunque no habían logrado lo que esperaban, había algo nuevo en ellos: un sentido renovado de camaradería e incluso esperanza.

Mientras regresaban al laboratorio con pasos pesados pero llenos de determinación compartida, Elia supo que este fracaso no definiría quiénes eran ni lo lejos que podían llegar en ese oscuro lugar. Habían descubierto algo importante sobre sí mismos: incluso en medio del caos e incertidumbre podían apoyarse mutuamente.

La experiencia en la piscina les había enseñado valiosas lecciones sobre unidad y resistencia frente a las adversidades impuestas por aquellos que intentaban quebrantar su espíritu. Y así fue como Elia comprendió que cada paso dado en esa lucha podría ser un paso hacia su libertad futura; aunque hoy no hubieran triunfado en esta prueba específica, cada intento contaba para forjar un camino hacia algo mejor.

Con esa determinación ardiendo dentro de ella como un faro en medio de la oscuridad, Elia prometió seguir luchando junto a sus compañeros hasta encontrar una salida definitiva del laboratorio y recuperar su libertad perdida.

𝕻𝖗𝖊𝖌𝖚𝖓𝖙𝖆𝖑𝖊 𝖆 𝖑𝖆 𝖑𝖚𝖓𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora